Ser turista en medio del desastre ambiental

por Mariano Pagnucco
14 de enero de 2022

Crónica urgente en medio del descanso desde el monte en llamas de San Marcos Sierras, Córdoba. Un enero infernal en este pueblo calmo de Punilla que funciona como un presagio de los días futuros: un incendio devorando naturaleza y viviendas, la mayor parte del lugar sin luz, comercios cerrados, miedo en las calles desiertas, donaciones y bomberos y brigadistas combatiendo el fuego.

A mi hija Luna Sumaq, que a su año y cinco meses conoció las sierras cordobesas, le mostraré esta foto del símbolo de los años de la peste cuando decida vacacionar por las suyas y le contaré: "Este barbijo me lo dieron en el cuartel de bomberos voluntarios de San Marcos Sierras aquel verano en que conocimos el monte y el desastre ambiental que ya era irreversible en el país".

Ojalá haya monte y posibles veraneos cuando Luna Sumaq tenga la edad de la autonomía, porque lo que vivimos este enero infernal en este pueblo calmo de Punilla es un presagio de los días por venir: un incendio devorando naturaleza y viviendas, la mayor parte del lugar sin luz, comercios cerrados, silencio de miedo en las calles desiertas y gente consciente haciendo trabajo de hormiga para que la tarea de bomberos y brigadistas combatiendo el fuego sea más leve.

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En los eneros del futuro serán adultos los dos hijos de Eve, evacuada junto a ellos en el predio de la radio comunitaria Garabato, mujer delgada que miraba con ojos llorosos por no saber si el incendio se había tragado su casa y a su perro, que no quiso subirse al vehículo de rescate cuando emprendieron la retirada de la zona de Las Gramillas, sobre la ruta que une San Marcos con Capilla del Monte.

Tal vez Luna entienda, como su generación venida al planeta en medio de la peste, que el turismo también es saqueo ambiental si se realiza sin conciencia o con puro ímpetu extractivista: llegar, consumir descanso e irse, aunque se prenda fuego todo el decorado natural.

El turismo también es saqueo ambiental si se realiza sin conciencia o con puro ímpetu extractivista: llegar, consumir descanso e irse, aunque se prenda fuego todo el decorado natural

Ser turista (o viajero) un día de conmoción social para un pueblo serrano es un lugar incómodo. La primera sensación es que uno está de más, molestando, mientras vecinas piden en los complejos de turistas donaciones de gasas y productos de farmacia para brigadistas, los vehículos con baúles generosos se llenan de botellas y bidones de agua potable para llevar a la ruta y la vecindad con memoria de monte y cenizas llega al cuartel de bomberos voluntarios para acopiar más provisiones. 

¿Cómo ayudar?, es la pregunta que nace cuando bajo cualquier sombra el termómetro marca 42 grados. Está la herramienta de la difusión como primera medida (los celulares con Claro tienen el servicio caído): activar red con medios compañeros de la zona y dar el aviso a Buenos Aires para que se amplifique la necesidad de ayuda, mientras trabajan con calor multiplicado unas diez dotaciones de bomberos de Punilla más toda la masa organizada que voluntariamente le pone el cuerpo al combate del fuego.

La señora que me da un barbijo en el cuartel de bomberos cuando advierte que ando a cara descubierta (en el apuro dejé el mío en la cabaña donde nos alojamos) me dice que mi internet móvil es una herramienta valiosa para motorizar la comunicación con las brigadas. En la puerta del cuartel se apilan los bidones con agua, las bolsas de hielo y cajones con frutas para que cargue el próximo vehículo que salga rumbo a la ruta.

Ser turista un día de conmoción social para un pueblo serrano es un lugar incómodo. La primera sensación es que uno está de más, molestando

¿Recordará algo de todo este movimiento Lunita cuando tenga la edad de la autonomía? Quizás retenga esa noche en que dormimos en reposeras de plástico mirando las estrellas, porque el ventilador y el corte de energía no eran una buena combinación para la madrugada de más de 30 grados dentro de la cabaña. Tal vez se le prenda en el recuerdo el agua del río bajando por el cerro, las piedritas con su plop al sumergirse, los caballos pastando en la orilla.

Para mí va a ser siempre el verano del despertar, de entender que no hay turismo posible cuando las poblaciones locales (en el mar, las sierras o la Cordillera) se movilizan para que la existencia siga siendo posible también el resto del año... y de las generaciones que vengan después de Lunita.

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