Todo incendio es político

Pablo Reyna vive junto a su familia en Sierras Chicas. Es comunero y Nawan menor de la "Comunidad Henen Timoteo Reyna" del Pueblo Nación Camiare (Comechingón). Analizó los incendios intencionales que azotan parte de la provincia de Córdoba.

A la hora de pensar los incendios siempre surge a la reflexión acerca del tema de la intencionalidad y de la mano del “hombre” al respecto. Y sobre esto quisiera comenzar aclarando algo: en nuestras familias, existe una práctica ancestral que consiste en prender fuego en algunas zonas, para que después crezca la pastura en determinada época del año. Estos fuegos son fuegos controlados, y mediados por conocimientos y saberes de muchísimos años, como así también por permisos y diálogos, que hoy conocemos como “ceremonias”. Esta manera de relacionarnos con lo que nos rodea, es una forma particular de hablar con los espíritus y las fuerzas del monte. En este sentido, como pueblo originario, entendemos que somos parte de la naturaleza, no estamos ni apartados ni escindidos de ella. Y si vamos a intervenir lo que hoy se conoce como “ambiente”, tenemos que pedir permisos y hablar y explicar qué vamos a hacer y por qué. Nuestra cosmovisión nos enseña que somos hermanos de las plantas, de los animales, de las piedras, de los ríos, y que cada uno de estos elementos tienen vida. Por lo que si vamos a relacionarnos con ellos, tenemos que hacérselos saber. 

Entonces, esta práctica de encender fuegos controlados, que todavía llevan adelante algunas de nuestras familias, es un hacer que se viene manteniendo milenariamente, al igual que otras prácticas mediante los cuales interactuamos con el monte: juntada de leña, recolección de piquillín o mistol, utilización del agua, etc.

Esto quiere decir que durante los miles de años que hemos estado como pueblos indígenas en esta zona hemos intervenido en el monte, pero eso no se ha traducido en un desastre ambiental. Y esto es importante de aclarar porque nosotros no tenemos una mirada conservacionista con respecto al monte, como si la tienen algunos ecologistas que están descubriendo la naturaleza recién cuando se mudan a las sierras. Por más de que muchos de nosotrxs hemos sido criados en la ciudad (recordemos que más de la mitad de la población originaria de Argentina vive en las urbes) sabemos, porque así nos lo transmiten lxs más grandes, que somos hijxs de la Madre Sierra o Canchira. No digo que todos los sectores ambientalistas piensen eso. De hecho los “conservacionistas” son los menos. Lo que quiero expresar es que existe cierto ecologismo que no termina de comprender que aún existimos, y que en ese re-existir y resistir, tenemos algunas cositas para aportar al respecto del cuidado del monte.

Se provocan intencionalmente incendios en Córdoba porque ciertos sectores empresariales y aun del Estado, quieren convertir todo en mercancía, y detestan la vida.

Más allá de esto, lo que quiero explicar con respecto a la intencionalidad de los incendios, es que una cosa es provocar pequeños incendios controlados para una pastura (mediados por saberes y conocimientos ancestrales y que no alteran el equilibrio del monte) y otra cosa, muy distinta, es la intencionalidad económica y política qué es evidente durante los últimos años en Córdoba. 

Lamentablemente, se provocan intencionalmente incendios en Córdoba porque ciertos sectores empresariales y aun del Estado, quieren convertir todo en mercancía, y detestan la vida. La explotación de las canteras, la traza de rutas o de autovías, los emprendimientos inmobiliarios cómo los countrys donde supuestamente se hacen barrios para que los sectores de clase media y alta disfruten de la naturaleza, y los emprendimientos turísticos son parte de un combo que nos está costando la devastación de lo poco que queda de monte en Córdoba.

Sin ir más lejos, el año pasado en la provincia perdimos 300.000 hectáreas de Monte nativo, por esta práctica que no es sólo ecocida, sino también etnocida. Porque no sólo se quiere incendiar árboles y animales, sino nuestra identidad e integridad espiritual como originarios. Cuando se prende fuego al monte, no se queman solo árboles y animales, sino que se prende fuego a nuestros Sitios Sagrados, a nuestros muertxs que hace 100, 200, 500, 1000 años que descansan allí. Y si se atenta contra ellxs, y contra los guardianes y espíritus del monte, nosotrxs también nos debilitamos.

Lamentablemente desde hace un siglo hemos perdido gran parte de ese monte, y nos queda solamente un 3%. Y cuando se ataca al monte, nosotrxs como originarixs nos debilitamos. Porque nuestro mismo nombre “cami”, “camiare” o “camichingón”, nos recuerda que venimos y somos las sierras. Cami se traduce como sierra. Es decir, somos parte de esa trama de vida que llamamos territorio.

Cabe aclarar que aún podemos recuperar monte. Que no está todo perdido. Pero para lograr esto es necesaria una actitud de apertura de los gobiernos, tanto nacional como provincial, para fomentar y apoyar económicamente planes de reforestación y recuperación en la que las comunidades indígenas, trabajemos en conjunto con campesinos, científicos, y los sectores ambientalistas. Y además hace mucha falta, para esa recuperación y sanación de nuestras sierras, ese diálogo del que antes hablaba. Tenemos que fortalecer con ceremonias los ríos, los arroyos, los guardianes de los árboles y de los animales. Tenemos que volver a pedir lluvia, semillas, vientos, y estas tareas sólo las podemos hacer si las comunidades estamos fuertes y unidas. Porque de nada vale un plan de reforestación sin la espiritualidad. Sin los saberes de nuestrxs mayores que saben dialogar con la Canchira o Madre Sierra.

Por lo tanto, es fundamental comprender que los incendios que generan los poderosos están ligados a un régimen económico como lo es el capitalista. Y a un plan colonial ecocida y etnocida que atenta contra la vida misma. Durante los últimos años, se nos quiere hacer creer a la ciudadanía toda que los incendios se producen por cuestiones “naturales” como la caída de un rayo.  Los rayos no caen en esta época del año, sino que lo hacen en la temporada de lluvias, es decir desde noviembre o diciembre. Y es en este sentido que debemos comprender también la desinformación constante que provocan los medios de comunicación hegemónicos, que tienen una tremenda responsabilidad en esto. 

Asimismo, es importante reflexionar que muchos de los incendios que han ocurrido en los últimos años y que se siguen dando lamentablemente en la actualidad, si se los mira y se los geolocaliza en un mapa, están justamente restringidos  a sectores que se han pedido para la construcción de una ruta o para la explotación de Canteras. Hace poco tuvimos un incendio que comenzó en Candonga y que se fue para el lado de la Estancita, siguiendo casualmente la traza de la ruta que se viene planificando desde 2013, y que pretende unir Candonga con la zona del camino de El Cuadrado. Este incendio, que se sucedió hace apenas unos días, casualmente se dio alrededor del territorio de la Comunidad Pluma Blanca del pueblo Nación Comechingón. Comunidad que viene siendo perseguida y violentada también por otros medios. Tampoco es casual que muchos de los incendios que tuvieron lugar durante 2020, habían ocurrido en zonas que habían sido pedidas a la Secretaría de minería para ser explotadas por parte de los emprendimientos de las canteras. En Córdoba, la actividad de las canteras es muy fuerte, sobre todo en la zona de Sierras Chicas, y esta actividad de las canteras provee áridos al 40% de la obra pública a nivel nacional. Por lo tanto existen intereses económicos muy fuertes en este sentido. 

Ante esta situación, y la desidia del Estado que mantiene un “Plan del Manejo del Fuego” muy cuestionado, la ciudadanía sensible se ha autoorganizado en la provincia de Córdoba a partir de distintas Brigadas Forestales. Estos brigadistas, dejando a sus familias y trabajos, son quienes combaten junto a los bomberos los incendios. En Paravachasca, Punilla, Sierras Chicas, Traslasierra, etc., muchos vecinos y vecinas forman parte de estas brigadas, para defender el monte. Y en este sentido se puede apreciar cómo se unen dos luchas: una ancestral por el territorio, y otra ambiental en defensa del monte nativo. Es hermoso y ecmocionante ver como lxs brigadistas han bautizado a estas Brigadas Forestales (mediando muchas veces un diálogo entre ellxs y quienes pertenecemos a los pueblos originarios) con nombres originarios qué tienen que ver directamente con nuestra cosmovisión, con animales de poder que son los Guardianes del monte, con nuestras autoridades más antiguas. Por ejemplo está la Brigada Canchira, la Chavascate que toman nombres territoriales, la Inchin que ha tomado el nombre de una autoridad del pueblo Sanaviron, la Brigada Pichana de Traslasierra, que recuerda una antigua reducción que pervivió hasta hace cien años en la zona.

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Pablo Reyna vive junto a su familia en Sierras Chicas. Es comunero y Nawan menor de la "Comunidad Henen Timoteo Reyna" del Pueblo Nación Camiare (Comechingón). El resto de la Comunidad vive en Punilla, más precisamente en Cosquín y Santa María, del otro lado de las mencionadas Sierras, que para la propia Comunidad siguen siendo las "Sierras de Viaraba". Las familias de la Comunidad provienen de la antigua reducción de San Marcos, que mantuvo tierras comunitarias junto con otras familias como la Tulián, hasta 1895, momento en que el estado cordobés expropió las tierras comunitarias mediante la ley 1002 del año 1885. La Comunidad tomó el nombre de quien fuera el último del linaje en vivir en territorio comunitario, don Timoteo, bisabuelo de Pablo Reyna, quien luego de la expropiación de 1895 tuvo que marcharse a vivir a otro lugar, expulsado de sus propias tierras.

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