El Gobierno de Córdoba perdió y ganó el pueblo, aunque el árbol de 300 años haya sido removido para construir una ruta. Eso plantea Guillermo Galliano, ambientalista que encuentra en el quebracho una metáfora del poder, las traiciones y las luchas por venir.
Por Guillermo Galliano, fotógrafo, ambientalista y uno de los impulsores del acampe en defensa del quebracho blanco de Villa Allende, Córdoba.
Al quebracho blanco lo trasplantaron el domingo pasado. Lo movieron 20 metros al sur, fuera de la ruta, al espacio público de un country. Saben que el árbol se va a morir. Indefectiblemente, el árbol va a morir, porque es un árbol con raíces de 50 metros de largo. Le dejaron un pancito de un metro de tierra a semejante quebracho. Así, el árbol se muere, es como estar viviendo con el 1 por ciento de tu capacidad pulmonar. Es un quebracho de 284 años, forma parte de la Historia de Córdoba y del país. ¡Estuvo ahí cuando San Martín cruzó los Andes!
En Córdoba queda el 3 por ciento de bosque nativo porque las gobernaciones de las últimas décadas (principalmente, de la Sota, Schiaretti y ahora Llaryora) se han cargado 120 años de bosques protegidos. El 97 por ciento restante fue a parar al modelo agroexportador. ¿Quién va a defender lo que queda de bosque si no es el pueblo?
Para evitar que extrajeran el quebracho, presentamos un proyecto con ingenieros civiles, topógrafos, ingenieros viales... corriendo dos metros al norte la traza de la ruta, el árbol se salvaba. Pero fueron tan necios que no nos hicieron caso y siguieron avanzando. Presentamos un amparo también, que fue rechazado por las juezas María Martha Angeloz y Cecilia de Guernica.
Ellos creen que ganaron pero no: acá ganó el ambiente, ganó el pueblo. Ellos pierden por necios, porque pierden la confianza de la población. ¿Cómo van a ganar, si para hacer un trasplante de árbol mandaron Infantería, Caballería y 300 oficiales de Policía? El pueblo gana porque es un reclamo justo.
Pablo Riveros, por ejemplo, resultó ser un hipócrita. Se ha metido con un “partido verde” y ganó la jefatura comunal en un pueblo pequeño, Villa Ciudad Parque, y de ahí empezó a posicionarse como defensor de las políticas ambientales. El gobernador Llaryora lo cooptó y Riveros está con el Gobierno ahora. Es el director de Ordenamiento Territorial del Ministerio de Ambiente y Economía Circular.
Riveros, que anda por los medios hablando de ambientalismo, no vino a tomar ni un mate al quebracho. Nos traicionó, al quebracho y a los vecinos. Su actitud es muy hipócrita, porque vende un discurso y hace otra cosa.
También es muy hipócrita la actitud de la ministra de Ambiente y Economía Circular, Victoria Flores, que oculta información pública. Nunca quiso revelar cuántas hectáreas de bosques se desmontaron en los últimos dos años, a pesar de distintos pedidos de periodistas.
Si tuvieran voluntad real de escuchar al pueblo, los supuestos defensores del ambiente llamarían a oenegés, buscarían consensos y vendrían a sentarse con nosotros para pensar en conjunto qué hacemos con el árbol y cuál es la mejor traza de la ruta. El ministro de Infraestructura y Servicios Públicos, Fabián López, ni apareció. Ganaron ellos pero con Infantería, así que los ganadores somos nosotros.
Lo que el pueblo estaba defendiendo con el quebracho es al 3 por ciento de bosque nativo que queda. Defendía también a los miles de quebrachos que se queman cada año en Córdoba por los incendios intencionales, donde no hay ningún detenido, ningún preso, ningún responsable judicializado.
Con los incendios intencionales se pierde diversidad, se pierden las cuencas, los animales, las aves, los insectos, el banco de semillas... todos los años lo mismo y nadie hace nada. Es más, los bomberos tienen orden de no apagar el bosque, solamente están por prevención si es que el fuego se acerca a las casas.

El río Suquía, que atraviesa Córdoba Capital y toda la provincia, se lleva todo el glifosato, los agroquímicos y las cloacas de una ciudad entera a Mar Chiquita, que es una cuenca endorreica, sin salida al mar. Todo eso queda ahí. Eso defendemos. Eso es el quebracho: el símbolo, la metáfora, el ícono de todo lo otro. Por eso lo defendemos tanto.
El pueblo continúa unido en la lucha. El quebracho fue una bisagra. El eslógan no es más el de la “economía circular” del Gobierno, sino el nuestro: el progreso debe coexistir con la naturaleza. Eso ganamos. Y así sigue. En cada lucha, ya no vamos a ser nosotros solos.
Cuando arrancó el asunto del quebracho, en septiembre de 2024, éramos cinco vecinos y después creció y creció a todo el país. Recibimos el apoyo de León Gieco, de Ricardo Mollo y hasta medios internacionales cubrieron nuestra lucha. De acá en más, cada vez que la clase política quiera remover un espinillo de 5 centímetros lo va a pensar dos veces.
La lucha del quebracho movió cosas que hacía falta mover y sensibilizó a mucha gente. Lamentablemente, muchas oenegés ambientales está cooptadas por el Gobierno provincial, ya sea con la promesa de darles puestos de trabajo o con 400 mil pesos para que compren semillas para hacer plantines de algo.
Hay guardaparques y gente valiosa que ha estado siempre en luchas ambientales, que ahora se sacan fotos con la ministra Flores porque les regaló una carretilla y una pala. Por esos compromisos políticos no fueron a defender el quebracho. Córdoba es grande pero tampoco tanto y los que defendemos el ambiente nos conocemos bien. Es una vergüenza la hipocresía de los propios.
Insisto con que los grandes perdedores de todo esto son ellos, el poder político, porque van a tener menos votos, que es lo único que les interesa. No les interesa el ambiente, es puro eslógan lo de la economía circular. Los que estaban antes de Llaryora eran más honestos en su accionar: desmonto y punto. Acá disfrazan todo con el Ministerio de Ambiente y Economía Circular.
Armaron un circo inmenso con la Cumbre Mundial de Economía Circular. Vino gente de la ONU y de distintos países, pagaron los pasajes y los hoteles a todos, la comida salió carísima. Gastaron tres veces el monto de lo que costaba correr la traza de la ruta. Esa monumental fiesta ambientalista fue a 30 kilómetros de donde arrancaron el árbol.

Lo que me da fuerza es ver toda la energía joven que se nos sumó a los más viejitos. Pibes y pibas acampando junto al quebracho en noches con heladas. Y algo muy hermoso es todo lo que se generó en las escuelas, con niños y niñas que mandaron dibujitos y adornos para decorar el árbol. Me tocó hablar en algunas escuelas y apelé a una metáfora para que entendieran lo que pasaba con el quebracho. Puse el ejemplo del león.
En África, el león está con la leona, los leoncitos, se aparean, cazan un búfalo, comen y cumplen un rol ecosistémico ahí. Ahora, si al león vos le tirás un dardo, lo levantás con una grúa y te lo llevás hasta un zoológico de Nueva York y lo ponés en una jaula de vidrio donde nieva, ya deja de ser ese león. Cuando mirás por el vidrio de la jaula no estás viendo un león, estás viendo un símbolo de un atropello a la naturaleza.
Eso pasó con el quebracho. El quebracho es el símbolo del atropello a la naturaleza. Dejó de ser un quebracho y se convirtió en el ícono de la ineptitud, la prepotencia y la violencia estatal. Eso es el quebracho que estuvimos defendiendo.

El quebracho blanco de Villa Allende, el símbolo y la traición
El biólogo y Premio Nobel Alternativo Raúl Montenegro enumera todo lo que representa el árbol de 283 años que quieren sacar para ensanchar una avenida en esa ciudad de Córdoba. Y pide un anti monumento para quienes autorizaron el trasplante de un ejemplar que sobrevivió siglos y es parte de una flora nativa que ya casi no existe.

Todo incendio es político
Pablo Reyna vive junto a su familia en Sierras Chicas. Es comunero y Nawan menor de la "Comunidad Henen Timoteo Reyna" del Pueblo Nación Camiare (Comechingón). Analizó los incendios intencionales que azotan parte de la provincia de Córdoba.

Córdoba: una condena que explica el modelo
El exsecretario de Ambiente provincial, Raúl Costa, fue condenado por habilitar proyectos inmobiliarios en bosques nativos y zonas protegidas. En un hecho sin precedentes, la decisión la tomó un jurado popular. Es la medida judicial más importante en la historia socioambiental de Córdoba y también la evidencia de cómo funciona un sistema que protege más las ganancias corporativas que al ecosistema.