“Si estamos en la calle es porque alguien lo provoca”

por Lautaro Romero
Fotos: Federico Imas
01 de julio de 2020

Pasaron años sintiéndose culpables por dormir en plazas y en paradores de la Ciudad de Buenos Aires, por sobrevivir con las viandas de los comedores, de lo que les daban en los comercios o con los restos que encontraban en la basura. Pero lograron empoderarse cuando conocieron Proyecto 7, una organización gestionada por y para las personas en situación de calle.

El reloj marca poco más de las 14 horas cuando tocamos timbre en la sede del Centro Che Guevara. Fabio Manupella nos invita a pasar. Antes rocía con alcohol nuestras manos y ropa. Y para terminar de convencernos de que no traemos encima el Covid-19, sumergimos los pies en una bandeja blanca de desinfección de calzado que contiene lavandina.  

Fabio volvió a nacer. En su anterior vida fue una de las miles de personas que se quedaron en la calle tras la crisis y el estallido de 2001. Estuvo 15 años deambulando sin hogar. Una vez Fabio debió engañar al estómago con una empanada podrida que había rescatado entre la basura. Ese día rompió en llanto.

Su mirada todavía refleja esa tristeza. “Ahí me di cuenta lo que es la sociedad. Estar en la calle es lo peor que le puede pasar a un ser humano. Hay indiferencia, discriminación y violencia institucional”, nos dice, sentado en el comedor del Centro de Integración Complementario (CIC) Ernesto Che Guevara, en Barracas.

El “Che” es uno de los cinco centros que gestiona Proyecto 7 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y donde actualmente comen, se bañan y duermen 20 personas. Además están el Monteagudo (alberga a 100 varones adultos), el Frida (donde habitan 40 mujeres y trans con o sin niñxs a cargo), el Polideportivo Pereyra y el Parque Chacabuco –entre los dos cobijan a más de cien personas-, habilitados por el Gobierno de la Ciudad para que lxs excluidxs de siempre puedan cumplir con el aislamiento. Todos funcionan las 24 horas, los 365 días del año.

Ganarle a la culpa para ganarle a la calle

En el Che Guevara le hacen frente al encierro y la abstinencia. Llevan más de 90 días sin consumir pastillas psiquiátricas. Y contando…“Ni un profesional lo puede explicar. En otro lugar te mandan al Hospital Borda, te ponen la etiqueta de loco y cuelgan el cartelito de discapacitado. Piensan que los adictos somos discapacitados”.

Estar en la calle es lo peor que le puede pasar a un ser humano. Hay indiferencia, discriminación y violencia institucional

Fabio no olvida el día que conoció al presidente de Proyecto 7, Horacio Ávila. Fue en el histórico Monteagudo. Llevaba más de una década sin ver a sus hijos, sin trabajo y todavía le rondaban por la cabeza los fantasmas de las adicciones y la abstinencia. Llovía.

Horacio entró al comedor, apagó la tele y les empezó a hablar de su visión: lograr una transformación verdadera en el modo de concebir a las personas en situación de calle. “Aprendí mucho de él. Acá se formó como una familia, somos diferentes pero unidos. Acá se contiene a los compañeros, no se les abandona. Proyecto 7 hizo que pueda trabajar de lo que me gusta: el periodismo de territorio. Me ayudó a recuperar la dignidad y las convicciones”, nos dice Fabio.

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A unos pasos hacia nuestra derecha, una mesa sobre la cual hay mate y vigilantes de manteca. Un anotador. Detrás de la mesa, solemne, Horacio revisa el celular.

Un rato después sabremos que entre los mensajes que le llegan a Ávila al celular, cualquier día y a cualquier hora, de todos lados, de todas  las provincias, están los de una mujer de San Luis pidiendo por favor que le aseguren un lugar donde dormir y comer porque sufre violencia de género y por eso quiere venirse como sea con sus hijos a Buenos Aires. “La gente está necesitada de respuestas. A veces tenemos las respuestas, a veces no. Y eso es muy triste”, dice Ávila.

Habla con convicción, como alguien que ya no tiene nada que perder. Su vida también cambió: sobrevivió siete años en la calle sin un peso en el bolsillo. “Durante mucho tiempo pensé que el desubicado era yo en la calle, que daba mala imagen y molestaba. Si nosotros estamos en la calle es porque alguien lo provoca. No hay bohemia ni cuestiones románticas. Nadie elige vivir en la calle. Nadie va a elegir sufrir de tal manera, salvo que estés pagando algo y tengas culpas. Nosotros no creemos en las culpas, sí en las responsabilidades. Acá hay un empoderamiento. Y principalmente buscamos que los compañeros entiendan que no son responsables de lo que les está pasando. El sistema te enseña a tener culpas para que vos labures en su función, siempre tratando de encajar”, reflexiona Ávila.

Hoy su realidad es otra: alquila una casa en San Martín -provincia de Buenos Aires-, es psicólogo y operador social, coordina y conduce desde hace más de diez años Proyecto 7. Una voz autorizada al momento de abordar la problemática de las personas en situación de calle casi desde cualquier arista. Pero claro, como la mayoría de las personas en esta época de confusión que nos atraviesa, Horacio no tiene nada resuelto.

"Durante mucho tiempo pensé que el desubicado era yo en la calle, que daba mala imagen y molestaba. Si nosotros estamos en la calle es porque alguien lo provoca".

“Yo no estoy exento de que en algún momento no pueda pagar el alquiler y tenga que venir a vivir a alguno de los centros. Este es un virus muy clasista, termina destruyendo a esas clases que estaban supuestamente en una situación de ´privilegio´ -bastante precario-, que viven en cuotas, trabajan de lo que no les gusta para mantener algo que realmente no necesitan. La clase media, sostenida sobre plástico, hoy está destruida. Están yendo a comer donde van los mismos que ellos miraban de costado cuando pasaban por una villa. Te plantean volver a una normalidad que no es normal. El encierro es mental. Y la libertad también es mental. No existe otro tipo de libertad para mí. Durante años estuvimos presos en las calles, con una supuesta total libertad. Y hoy se da a la inversa: aquellos que no nos visibilizaban se encuentran presos en sus propias casas. Estos son los momentos de cambio. No hablo de revoluciones, sino de cambios”.

“Las personas en situación de calle quieren hacer algo”

El Centro de Integración Complementario Che Guevara surgió hace tres años y medio como refuerzo de los centros Monteagudo y Frida (ambos en Parque Patricios), con el propósito de desarrollar varias actividades educativas, culturales y productivas, entre otras: un bachillerato para adultos, una escuela de psicología social, un taller de computación, serigrafía con impresión propia, un taller literario y de costura. Pero en el medio llegó el coronavirus. Fabio nos revela que tuvieron un caso positivo leve y mantuvieron una cuarentena estricta durante 14 días, reforzando la higiene y el distanciamiento social.

En consecuencia, el galpón ubicado en la calle San Antonio 971, como tantos otros espacios, no pudo escaparle a la tónica de la reconversión estructural imperante. De un momento a otro, el “Che” pasó a tener como principal premisa alojar a lxs sin techo con una lógica de trabajo no expulsiva, sino horizontal y multidisciplinaria. “Acá simplemente venís, te presentás y decís ‘tengo ganas o necesito estar’, y con eso ya entrás”, explica Horacio. “Nosotros hacemos asambleas, hacemos las cosas colectivamente. Sabemos hablar de la problemática porque estuvimos ahí. No lo hacemos desde un escritorio”, piensa Fabio.

En la Ciudad hay 36 centros, entre establecimientos bajo gestión asociada y propios del Gobierno. Y unas 3087 camas disponibles. Son muy restrictivos para permitir el ingreso. No tienen lugares para disidencias, trans géneros ni para no binaries. No les interesa trabajar con esa población que queda excluida. Nunca terminan de llenar los cupos necesarios para que los lugares estén llenos. Eso no le sirve a la gente. Con la iglesia sucede lo mismo. Si no los llaman desde el 108, no van. Y si tenés una patología psiquiátrica o alguna condición no considerada ´normal´; no te llevan. Para ellos sería un conflicto, un problema trabajar con alguien así”, agrega Ávila.

Poco más de 3000 plazas en total. No alcanza ni para la mitad de las personas que viven a la intemperie en la CABA. Según un censo oficial de abril del año pasado, había 1.141 personas. La cifra queda demasiado lejos de las 7.251 que registró un relevamiento hecho por más de 50 organizaciones sociales. Calculan que ahora hay un 30 por ciento más, cerca de 10 mil.

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En el Che Guevara, lo único que no detiene su marcha, es la cocina.

Hace dos años que Mauricio Aquino (34) está al frente de la cooperativa 7 Espigas, donde producen pan y facturas. “Llegamos a sacar 15 docenas en un día. Antes abríamos el galpón y vendíamos”, nos dice Mauricio, con el pecho inflado de orgullo. En cuarentena, amasan y reparten kilos y kilos entre cada uno de los centros.

"Nadie elige vivir en la calle. Nadie va a elegir sufrir de tal manera"

Como el resto de sus compañeres, Mauricio también estuvo algún tiempo sin casa. Hoy alquila. Por cosa del destino o el azar, Mauricio, quien es maestro panadero y desde chico recibió el legado del oficio por parte de su padre, en una ocasión pasó por la puerta del centro Che Guevara buscando un comedor para cubrir al menos una de las cuatro comidas del día. Vio que Horacio, Manu y el resto tenían la maquinaria y los hornos en desuso. No dudó en poner sus manos y su conocimiento de panadería a disposición de la cooperativa y pasó a formar parte de esta asociación civil. De dormir en una plaza o en un hogar, donde sufría denigraciones de todo tipo, pasó a ser respetado y a manejarse con otras libertades.

“En otros lugares es mucho el maltrato hacia las personas. Entonces los pibes huyen, y en la calle está el consumo y vivís de lo que te dan. Tratamos de ayudar a los compañeros. Es importante que los pibes aprendan un oficio. La idea es que puedan independizarse, tengan la cabeza ocupada y cuenten con una herramienta con la cual defenderse. Es como ser albañil: siempre hay laburo. Yo le agradezco a mi viejo. La gente dice que somos vagos, chorros y drogadictos. Nos meten a todos en la misma bolsa. Y no es así. Necesitamos laburar y que nos garanticen una vivienda digna”.

“Estamos podridos de los platos de ravioles y arroz. Nosotros queremos otra cosa: queremos hacer. Necesitamos que nos escuchen y nos entiendan. Ustedes no se imaginan el potencial que hay acá: hay abogados, hay médicos, técnicos electromecánicos, ingenieros en computación, periodistas. Los compañeros tienen muchas ganas de aprender. Ellos están reclamando hacer algo”, explica Manupella.

Alejandro Sayavedra es el encargado de la cocina del centro Che Guevara, y también de controlar los pedidos de los bolsones con alimentos no perecederos que envía el Gobierno de la Ciudad, porque “se los arrancamos” gracias a una “disputa política”. Arroz, arvejas y fideos, para que Alejandro pueda preparar el almuerzo y la cena de cada jornada.

Alejandro estuvo un año en situación de calle. Lo despidieron y no pudo pagar el alquiler. Ya había trabajado como cocinero en un colegio estatal de Lomas de Zamora. Además es mozo. Siempre le gustó el rubro gastronómico. Nos cuenta que están evaluando la posibilidad de sumar la preparación de un desayuno y una merienda para repartir entre la gente más necesitada del barrio.

Hoy hicieron fideos con tuco. “Acá se come bien, estamos como reyes. Tengo amigos que están en provincia y la están pasando mal. La cuarentena nos hace aprender un montón de la convivencia entre los seres humanos. Imaginate estar 24 horas con personas que no conoces, y conociste de golpe. Siempre hay discusiones, pero la llevamos. Hay lugares donde hay peleas más fuertes porque hay nerviosismo, impotencia. Y porque hay mucha gente que no está acostumbrada a estar encerrada”, confiesa Alejandro; quien agrega que en el CIC, los martes y los viernes, disponen de asistencia psicológica. 

Una ley que no se cumple

En diciembre de 2010 miles de personas tomaron el Parque Indoamericano en reclamo al derecho a la vivienda. Fueron ferozmente reprimidas por la Policía y hubo un saldo de tres muertos. Sin embargo, el desalojo y los golpes no pudieron maquillar la crisis habitacional que todavía cala hondo en el distrito más rico del país, y afecta a unas 4 millones de personas que sobreviven en las villas y asentamientos precarios.

Luego del conflicto, la Legislatura porteña, a fin de demostrar real preocupación por resolver el déficit habitacional, aprobó la Ley 3.706 de Protección y Garantía de los Derechos de las Personas en Situación de Calle y en Riesgo de Situación de Calle. Según la ley, el Gobierno de la Ciudad tiene el deber de formular e implementar políticas públicas para las personas en situación de calle en materia de salud, educación, vivienda, trabajo, esparcimiento y cultura.

Lo que denuncian desde Proyecto 7 básicamente es que esta política integral no existe. “Pasamos días discutiendo plenarios con antropólogos y políticos. Pero no cumplen, no nos protegen. A las personas en situación de calle les matan y les tiran en la ruta. Hay trata. Desaparecen mujeres y niños. Cada vez hay más familias. Abuelos y abuelas que con sus bolsitas y sus bastoncitos salen a manguear. Mientras tanto los senadores y los diputados caminan y miran a la ranchada en el Congreso. Y cuando vas a discutir con ellos te dicen que no sabían que hay gente en situación de calle. ¿Nos están tomando el pelo? Abrí las ventanas del Congreso y los vas a ver ahí. Se puede salir de la calle si hay voluntad política”, opina Fabio.

El frío ya está entre nosotros. Es cuando más se extraña la ropa de abrigo y los alimentos calientes. En 2019, nueve personas fallecieron en el país por pasar la noche en la calle. “La gente se muere y el Gobierno no dice nada. Las iglesias y el Estado se preocupan por nosotros cuando llega el invierno pero los compañeros estamos todo el año en la calle. Es ilógico. Si no fuera por Proyecto 7 habría muchos más compañeros muertos”.  

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