Se presenta Cítrica en Villaguay

por Horacio Dall'Oglio
29 de mayo de 2014

Un integrante de de la Revista hará en la ciudad de Villaguay la presentación de la crónica histórica que escribió sobre la muerte de un carrrero en 1907. Acá el detrás de escena.

Es el verano del 2005, de vacaciones en Colón, doy con un hermoso reloj antiguo diseñado por el artesano y ebanista Miguel Paccot en un edificio cercano a la plaza San Martín. Poseído por una especie de intuición narrativa, me dirijo a la biblioteca Fiat Lux en busca de información sobre semejante artefacto. Terminada su construcción en febrero de 1907, después de dos años de intenso trabajo con materiales importados desde Europa, el reloj de 3,20 metros de altura y llamado “El Salteño” como homenaje a la ciudad de Salto en Uruguay, llegó a marcar la hora de sesenta y cuatro países. Mientras fotocopia la página, la amable señora me explica de la poca fortuna del último heredero de Paccot, y enseguida salgo de la biblioteca con material para un cuento fantástico a lo Bradbury sobre el Tiempo, un reloj antiguo y un hombre desafortunado. El artículo sobre el reloj ocupa casi toda la página, sin embargo, en el ángulo inferior derecho, me llama la atención una pequeña noticia titulada “A 90 años de un brutal atentado a la libertad de expresión”. A principios de 1907, un carrero es degollado en La Capilla por trasladar la imprenta de un periodista opositor de Villaguay. No hay caso, después de varios intentos, la historia sobre el Tiempo y el heredero del reloj está empantanada; en cambio, la del carrero parece prometer más, aunque falta mucho por averiguar. Así que ahí quedan los primeros garabatos hechos en un cuaderno Norte anillado y la fotocopia doblada en una caja azul de zapatillas Reebook con “Historias pendientes”, esperando. 

Ocho años después de haberme encontrado en Colón con la historia del carrero, formo parte de una revista autogestiva con sentido federal y estoy viajando a la provincia de Ramírez y de Urquiza en busca de información sobre un hecho ocurrido hace más de un siglo atrás. Me espera Raúl Jaluf, director del Museo Histórico de Villaguay, reconocido fotógrafo y apasionado por la historia de su pueblo que alterna sus actividades municipales con la restauración de fotos y el dictado gratuito de cursos de fotografía. Mucho antes de entrar con el micro por la calle Rocamora, en mi primer contacto sobre el tema, Jaluf me cuenta que el Museo está sobre la calle Hermelo, que lleva el nombre del Jefe de Policía que tanto tiene que ver en la historia del carrero asesinado, lo que me lleva a mirar el mapa de la ciudad y a confirmar que no tiene ninguna calle que recuerde a Julio Modesto Gaillard. Unos días después me responde que el área de Cultura de la Municipalidad está interesada en elaborar una ordenanza por el tema de la calle, que cuando llegue me cuenta. Pero además hay un monolito que está a la vera del arroyo Santa Rosa, que él junto con la historiadora Manuela Chiesa lo visitaron hace unos días, y que está cayéndose. Desciendo del ómnibus en una mañana de sol tibio de marzo, y decido caminar el trecho de la terminal hasta el centro donde está Jaluf. Se puede ver que en Villaguay conviven los caseríos antiguos de altos ventanales y húmedas paredes descascaradas con suntuosos chalets de ladrillos a la vista, como conviven las bicicletas de cadenas chirriantes con las camionetas 4x4 producto del “boom” sojero del que Villaguay no es la excepción. Nos encontramos con el director del Museo Histórico al lado del municipio y nos vamos a la cochera a buscar su auto. Allí Jaluf me pregunta porque me intereso en “Gallard” y no en Ciapuscio, a lo que contesto que al periodista ya le contaron su historia, en cambio al carrero no. Llegamos al museo, unas gurisas restauran con aceite de lino un carro “como el que conducía Gallard”, me dice Jaluf. Pese a los años, se nota la nobleza de la madera con la que fue hecho y lo imponente de las ruedas. Luego paseamos por el museo que tiene una amplia colección con materiales referidos al caudillo Crispín Velázquez, y nos sentamos a charlar de la revista. A no mucho andar de la conversación surge el problema de los pueblos fumigados por los agrotóxicos y ahí me cuenta que suele ir a Paraná seguido y a mitad de camino se detiene en la ruta en una quesería, “que hace unos quesos Holanda muy ricos”, y que para ir al baño del fondo solo han dejado un caminito estrecho, todo el resto es soja. Jaluf dice que un día se paró y le contó “treinta y seis vainas a una planta, y en cada vaina tiene seis porotos”. Antes el slogan de Entre Ríos era “La provincia de todos los verdes ahora no”, Raúl no lo dice pero queda en el aire; ahora hay un verde que predomina, es el verde soja. Después de leer la copia de un censo de 1885, en el que entre la cantidad de datos curiosos anuncia que la media de asistencia anual a las escuelas es de 218 días, revisamos un libro con ordenanzas municipales que van de 1881 a 1930 para saber en qué momento fue construido el monolito, pero no hallamos nada. Luego habla con Manuela Chiesa, la historiadora, y quedamos en encontrarnos a la hora de la siesta para visitar el monolito que recuerda, “sino de los primeros, el más importante atentado a la libertad de expresión”.

Puntual, a la hora de la siesta, Jaluf pasa a buscarme con Manuela Chiesa en su auto; Manuela es docente de Letras de la Universidad Nacional del Litoral, trabajó mucho tiempo en el Archivo General de Entre Ríos y tiene varios libros escritos sobre la historia de su provincia, y en particular de Villaguay. El viaje hacia el monolito de pronto se torna en una recreación constante de las horas previas al asesinato de Gaillard. “Tanto como intendente como Jefe de Policía, mandaba todo él”, dice Manuela. “Él” es Hermelo. Lo máximo que encontró, dice Manuela, es que en Paraná, es decir en el Archivo “Se sospecha que fue un crimen gubernativo. Pero se sospecha es lo más grave”. Pero, “hay indicios, ¿no?” acoto, esperanzado. “Lo que pasa es que conociendo a Hermelo, la época y cómo se manejaba el gobernador, sumando todo eso, te lleva a un desenlace lógico pero no tenés manera de probarlo”, dice Manuela, más cautelosa, mientras atravesamos la ruta 130. Camino al monolito pasamos por el pueblo Ingeniero Sajarof, llamado antiguamente La Capilla, que forma parte del Circuito Histórico de Colonias Judias en Entre Ríos, y de donde salieron los policías a buscar a Gaillard. Bajamos para tomar unas fotos en la histórica sinagoga devenida en museo y mi cámara digital se queda sin baterías; lo bueno de viajar con un fotógrafo profesional es que siempre sale preparado. Enseguida volvemos a la ruta. Después de varios intentos por caminos vecinales, Jaluf encuentra en su mapa mental la hoja de ruta hacia la única construcción que recuerda a Gaillard, y del que se desconoce quién lo mandó a hacer y cuándo. Llegamos al arroyo Santa Rosa, que sin duda no tiene el caudal de antaño, y debido a que el monolito está del otro lado, es preciso saltarlo para comprobar si todavía tiene alguna placa, “Todo sea por la verdad histórica”, digo, mientras pego el salto y me sostengo de las raíces de unos arbustos para no caer al agua. Jaluf apunta y dispara, apunta y dispara. El monolito es lo más parecido a la piedra movediza de Tandil, está inclinado sobre la orilla del arroyo pero sin caerse del todo. No hay nada, y si hubo en algún momento se lo llevaron. Solo está un árbol de espinillo que pareciera estar abrazando al monolito para sostenerlo, y atrás un campo repleto de soja. Antes de irnos Jaluf fotografía unas flores amarillas y lilas al ras del pastizal que rodea el arroyo y dice que la vez pasada, cuando vino con Manuela, se quedó mirando el paisaje, como reflexionando, intentando imaginar cómo sería la selva, el Montiel. Contemplamos por última vez el monolito enredado entre los arbustos, las plantas y flores, y salimos a la calle de vuelta hacia el auto; en el campo de enfrente un “mosquito” fumigador zumba en la plantación de soja con sus alas agrotóxicas. Con el sol en retirada, pegamos la vuelta a Villaguay; de fondo suena Isaco y los pájaros de Osvaldo “Gordo” Fornasari. Al día siguiente, antes de volver hacia Buenos Aires, Jaluf me dirá en su estudio-taller de la calle Urquiza 368, entre medio de cámaras de fotos en desuso, cuadros en restauración y libros sobre la historia de Villaguay, que el municipio tiene la intención de contactar un arquitecto para calzar el monolito y ver qué más se puede hacer ahí. Finalmente nos despediremos con la promesa mutua de seguir trabajando para rescatar la historia del carrero.

Y como las promesas hay que honrarlas, este viernes 30 de mayo haremos la presentación de Cítrica en Villaguay, junto con Raúl Jaluf y la historiadora Manuela Chiesa, paradójicamente en la esquina Hermelo y Saavedra, para hablar de este carrero olvidado, de su muerte y de la posibilidad de recordarlo, siempre.

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