Lo que aprendimos del periodismo cítrico

por Revista Cítrica
07 de junio de 2022

Con la excusa de las 100 ediciones de la revista impresa, hacemos un balance del camino recorrido y los horizontes que queremos construir desde esta vereda de la comunicación y la vida. Una historia de 12 años con la guía de maestras y maestros, compañeres de trinchera y la certeza de que el periodismo se construye desde los territorios.

100 ediciones. Teníamos un sueño. O varios. Hacer el periodismo que queríamos. Contar historias. Narrar. Escribir. Investigar. Testimoniar nuestra época. Entrevistar personas que admirábamos. Viajar en busca de historias ocultas. Trabajar sin patrón. Tomar las decisiones en asambleas. Redactar libremente, sin censuras. Trabajar con amigues. Y que nos lean. Que existan personas deseosas de tener este papel en sus manos.

En 100 ediciones, los sueños se transformaron en aprendizajes. Allá por los años 2011 y 2012 teníamos deseos. Éramos un grupo de amigues que se había quedado sin laburo por el cierre del Diario Crítica y tenía la ilusión de hacer algo propio. Algo distinto, algo que rompiese con la monotonía y con la imposibilidad de hablar sobre ciertas cosas. Queríamos poder decir –con nombres propios– quiénes eran –y son– los que nos contaminan y nos matan. 

Pero no teníamos una identidad. O tal vez no la sabíamos. Porque nuestro emblema, nuestro guía, faro y socio fundador, Miguel Grinberg, para su nota –en el número 0 de la revista– eligió como tema “los daños de los agrotóxicos en la población”. Con esa elección nos marcó una parte de la identidad: la defensa de los cuerpos y los territorios. 

La otra parte de nuestra identidad también nos la legó Miguel, a través de sus intervenciones en las asambleas o cuando hablaba de Cítrica en lugares públicos. Una vez, en una entrevista para Revista Mu, dijo:Cítrica es una revista afirmativista, descubre mundillos, capacidades, situaciones afirmadoras. No le interesa la descalificación que domina al periodismo en la actualidad. Quiere proponer. Y eso es dar a conocer a los protagonistas de un nuevo mundo posible”. Miguel estaba hablando de nuestra identidad: de la agroecología, de la soberanía alimentaria, del feminismo, del transfeminismo, de protagonistas de las luchas sociales, de defensores y defensoras de Derechos Humanos, de la sabiduría y el renacer de las culturas milenarias de pueblos originarios.

Aprendimos lo sustancial de tener una identidad con las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo, con las distintas naciones de pueblos originarios, con las mujeres indígenas, con la comunidad LGTBIQ+ y con cada persona que nos enseñó que une es cómo desea nombrarse.

Aprendimos del lenguaje inclusivo: aprendimos que el lenguaje es movimiento como la vida misma. Aprendimos que no puede haber más lugar, en los medios de comunicación, para el machismo y para el patriarcado. 

Aprendimos que no se le da derecho a réplica a un abusador. Lo aprendimos cuando una compañera publicó la denuncia de las pibas abusadas por el músico Cristian Aldana. En ese entonces, intentamos llamarlo. Hoy no lo haríamos. Aprendimos que siempre se le cree a una piba que denuncia un abuso.

Aprendimos que los medios autogestivos tenemos la misión de instalar en la sociedad los temas urgentes que la farandulización de los medios de (in)comunicación patronales omiten. Fuimos los medios autogestivos los que primero hablamos de aborto como un asunto de salud pública, fuimos los medios autogestivos los primeros que denunciamos la desaparición de Santiago Maldonado y Facundo Espinosa o las muertes de Rafael Nahuel y Elías Garay. Fuimos los medios autogestivos los que primero hablamos de las docentes fumigadas por los agrotóxicos. 

Aprendimos también que los medios autogestivos no competimos. Aprendimos que somos la base para una comunicación democrática y diversa. Y que con la diversidad, ganamos todes. Ahora, sabemos que los medios autogestivos somos el futuro.

Aprendimos a intercambiar opiniones sin dejar de querernos. 

Aprendimos que el trabajo autogestionado no es trabajo gratuito. 

Aprendimos que las imágenes son iguales de importantes que los textos. 

Aprendimos que hacer una revista autogestionada es mucho más que escribir y sacar fotos.

Es diseñarla, imprimirla, repartirla, difundirla, hacerla sustentable. 

Aprendimos que hacer una cooperativa es mucho más que levantar una mano en una asamblea. Es tener una personería jurídica, llenar libros de actas y formularios, realizar balances contables, batallar contra la burocracia, pelearla desde abajo, y tener la certeza legal, jurídica y humana de que somos dueños, dueñas, dueñes de nuestro trabajo.

Aprendimos que hay compañeres que deciden tomar nuevos rumbos pero no por eso dejan de ser parte de esta aventura. Aprendimos que siempre hay compañeres por sumarse.

Aprendimos a respetar las formas, los tiempos, la dedicación y la realidad de cada integrante.

Aprendimos a no ponernos por delante de las historias y de les protagonistas. Aprendimos que el periodismo, antes que nada, es un oficio. Aprendimos que nuestra misión es amplificar las voces de las comunidades. Y especialmente de a quienes se suele llamar “los sin voz”. Aprendimos que no debemos llamarles “sin voz” porque tienen voz; que lo que no tienen es acceso a la comunicación. 

Aprendimos de Norita Cortiñas a estar donde hay que estar.

De Osvaldo Bayer aprendimos también: le preguntamos qué eran las cooperativas para él y nos habló de la ilusión del socialismo, de patrones, de empresas y de asambleas. Hasta que en un momento se detuvo y dijo: “Esa es la teoría. Pero para mí, las cooperativas son un aprendizaje”. Así que de Osvaldo Bayer aprendimos lo más importante: a aprender.

Después de 100 ediciones aprendimos qué es Cítrica. Ya lo había dicho hace muchos años Miguel, en una entrevista. Pero recién, ahora, después del aprendizaje, entendemos lo que quiso decir: Cítrica es el reino de lo posible”.

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