En un barrio pobre de Neuquén, familia y gente cercana ponen el cuerpo a una búsqueda que para el Poder Judicial y los medios es una noticia vieja. A poco de cumplirse un año de la desaparición, una crónica en territorio que habla del país y la época.
Luciana Muñoz Aguerre desapareció el 13 de julio de 2024 en Neuquén capital. Vivía en el barrio Gran Neuquén Norte, uno de ésos donde la presencia estatal no llega y la justicia responde tarde o nunca. Tenía 21 años. Desde entonces, su madre, su abuela, sus hermanas y amigas han buscado respuestas que jamás llegaron.
A casi un año de su desaparición, el expediente sigue sin avances concretos y su caso se suma a la larga lista de mujeres jóvenes y pobres que desaparecen sin que el Estado las busque con la misma fuerza que a otras.
La causa está paralizada. No hay hipótesis firme ni políticas de búsqueda activas. El Poder Judicial neuquino la convirtió en un limbo, una ausencia sin derechos. Mientras tanto, las organizaciones feministas, los organismos de derechos humanos y las redes solidarias que la acompañan repiten lo obvio: Luciana no se evaporó. A Luciana la desaparecieron.

Una desaparición trazada
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13 de julio de 2024. Vacaciones de invierno. A las 2 de la mañana, Luciana salió de la casa de su abuela, en el barrio Gran Neuquén Norte, para encontrarse con un amigo. No llevaba su celular; estaba roto. A las 2:30 llegó a la casa de Isaías Catalán, en la calle 8 de diciembre. A las 7:00 se fue para volver a su casa. A las 7:35 fue vista por última vez en la esquina de 1° de enero y Rodes, a pocos metros del destino.
El barrio como escena y silencio
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Recorrer el barrio es otra forma de entender por qué a Luciana nadie la busca como se debe. El asfalto se corta apenas unas cuadras después de su casa. Hay perros, baldíos, barro, aguantaderos donde opera el narcomenudeo, pibas vulneradas que caminan solas, presas como objeto de consumo. Hombres que se te acercan, que preguntan qué hacés ahí sacando fotos, que te sacan fotos ellos también, en modo de advertencia.
Nombrar a Luciana incomoda. Algunos bajan la mirada. Otros hacen silencio. Mientras la familia vuelve a hacer el recorrido de aquella madrugada, un patrullero gira lento, rodea.
La única certeza que se tiene es que si Luciana hubiera sido de otro barrio, de otra familia, ya estaría en cadena nacional, las fotos empapelando todo Neuquén, pero nada de eso existe. La familia camina esas mismas calles cada vez que puede. Pegan afiches. Reparten volantes, casi siempre en el centro.
Ahora decidieron algo más: empezar a manifestarse en el lugar donde desapareció Luciana. Sí, en el barrio. Ese barrio que a la provincia rica del petróleo le molesta mostrar.

Investigación: tarde, mal y nunca, sin datos claros
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La denuncia fue presentada por su abuela más de 30 horas después de su desaparición, en la Comisaría 18. No porque no la estuvieran buscando, sino porque nadie les explicó cómo ni dónde hacerlo. Desde el primer momento, el Estado actuó tarde y con escasos recursos. La búsqueda comenzó sin protocolos claros, sin equipos específicos, sin una estrategia real.
La Justicia detuvo a su ex novio, Maximiliano Áviles, por falso testimonio. En su casa encontraron rastros de sangre. Pero fue liberado. No hubo peritajes concluyentes, ni reconstrucción seria de los últimos pasos de Luciana.
Actualmente, Áviles tiene prisión preventiva domiciliaria con tobillera para tranquilizar a la sociedad manifestó. Rompió el silencio con la prensa a los 9 meses de la desaparición y apuntó a la Justicia y a la Policía neuquina y pidió el traspaso de la causa a la Justicia federal.
En noviembre, el Gobierno provincial anunció una recompensa de 100 millones de pesos para quien aporte información sobre su paradero. No hubo campañas, ni afiches, ni avisos públicos. Solo un anuncio aislado que sirve más para la estadística que para la búsqueda.
La cobertura mediática fue limitada. Algunas notas sueltas en Clarín, TN o Infobae, sin seguimiento ni análisis. Como si Luciana fuera una más. Como si desaparecer en Neuquén, siendo mujer y pobre, no bastara para encender la alarma pública.

Una ley para que la busquen
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Tuvieron que presentar un proyecto de ordenanza para que la foto de Luciana apareciera. Nueve meses después de su desaparición. No hubo protocolo, no hubo búsqueda real, no hubo afiches oficiales. La familia ya había empapelado todo con sus propias manos, pero en Neuquén necesitás una ley para que el Estado te vea.
La ordenanza fue aprobada de manera unánime en el Concejo Deliberante de Neuquén, la familia de Luciana se alistó delante de todos: su mamá Lila, su abuela Mirta, su papá Esteban, su hermanita con una bandera que tenían en sus rodillas pidiendo por Luciana. Luego, cada concejal se puso para la foto en modo de apoyo ante la familia, pero la foto de Luciana nunca apareció en ningún lado.
A pesar de que la ley lo dictaba, no hubo cumplimiento. Las pantallas LED de la ciudad siguen mostrando anuncios de empresas y productos, pero no la cara de una chica que sigue desaparecida. En el Aeropuerto Internacional Perón de Neuquén aparecen caras en una pantalla de pibes y pibas desaparecidas pero... ¿adivinen cuál no aparece?
Que se haya tenido que hacer una ley para que su cara circule, y que esa ley no se cumpla, dice más que mil partes judiciales. En esta provincia rica, si sos pobre y mujer, no desaparecés: te hacen desaparecer.

Nosotras la seguimos buscando
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Lila Aguerre es la mamá de Luciana. Tuvo a "la Lu" de piba, adolescente, prácticamente se criaron juntas. Cuando habla de Luciana estos últimos tiempos, se le humedecen los ojos. En más de una oportunidad manifiesta que quiere que aparezca “viva o muerta”.
Lila fue víctima de un hostigamiento mediático, donde se la juzgó constantemente y desvalorizando su testimonio, en lo que en comunicación se suele decir "desviar la búsqueda" de Luciana.
Lila habla suave, estudia la causa de su hija todo el tiempo, se presenta a audiencias, pregunta todo el tiempo. A los 8 meses, en la marcha, me manifestó que estaba todo parado. Lila nunca se escondió, al contrario: se ve firme en todas las marchas con el cartel de su hija, gritando o callada, con el cartel en alto donde Luciana aparece risueña.

Por momentos se la siente agobiada, otras veces segura, en otros momentos cansada y en algunas ocasiones bien firme, como cuando nos encontramos para hacer el último recorrido de su hija, donde contó paso a paso cómo iba todo. Y llegamos a la conclusión de que no hay pistas firmes, pero sí que ella no va a parar su búsqueda.
También está su abuela Mirta Muñoz, la mamá de Esteban, papá de Luciana. En su auto, hace 10 meses que lleva una gigantografía de su nieta, folletos y folletitos. Va para todos lados, en todos lados que concurre habla de Luciana y su desaparición.
Mirta es una mujer de barrio, de laburo. En su vida imaginó esto. Cada vez que observo estas cosas, se me viene a la cabeza la búsqueda de las Abuelas de Plaza de Mayo. Es que Mirta y Lila empezaron también a conocer parte de esa lucha a través de una historia a la que ellas antes no le daban bolilla o simplemente no conocían. En los barrios donde falta todo, se vive de otra manera.
Hace 10 meses que toda la familia de Luciana la busca. Y me refiero a toda: sus abuelas, su madre, su padre, su tía, su hermanita, sus sobrinas. Una familia que es castigada por su clase social, por problemas de consumo, por problemas de peleas. Solo donde el objetivo son dilaciones de la búsqueda de Luciana.
Las caras de la familia en estos 10 meses fueron mutando. Hay angustia, hay dolor, desesperación. La sueñan. A veces se ponen mal cuando no la sueñan. Le hablan aunque no esté físicamente. La lloran. La conocen a Luciana mejor que nadie, saben cómo camina, cómo habla, cómo sonríe, cómo se enoja, cómo canta, baila y ríe. Una piba de barrio que cumplió sus 21 años a un mes de desaparecida.
Si hay algo que tienen en claro, es que la quieren viva o muerta. Pero quieren y necesitan que aparezca.

En la escuela todavía la esperan
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Mientras la Justicia acumula papeles en manos de los fiscales Andrés Azar y Agustín García y la causa duerme en algún despacho, la vida de Luciana sigue latiendo en quienes la conocieron.
Su nombre no solo resuena en la voz quebrada de su mamá y su abuela. También está en los pasillos de su escuela, donde aún preguntan por ella. Está en los carteles que cuelgan las organizaciones feministas. Está en las marchas, en las plazas, en las redes de mujeres que se niegan a dejarla sola.
Ni bien llegás a la escuela, te encontrás con un mural inmenso con la sonrisa de Luciana que te mira en una de las paredes de afuera, y sobre el frente un mural colorido que dice “FALTA LUCIANA EN EL CPEM 76”. En otra pared: “No dejes de buscarme”.
Me recuerda al caso Otoño Uriarte, donde su escuela fue, durante 18 años, uno de los lugares de resistencia para mantener viva la memoria activa. De la cual, gracias a esa resistencia, se logró, luego de casi dos décadas, llegar a un juicio para saber qué hicieron con Otoño Uriarte, una joven de 16 años de Río Negro, secuestrada y luego, 6 meses después, hallada asesinada en un canal de riego en la ciudad de Cipolletti.
Cuando entro a la escuela me pregunto: ¿otra historia de piba que se repite? ¿Cuántas más necesitamos que sean banderas para que se las escuche?

La escuela de Luciana tiene ese olor a limpito, lleno de amor, con aulas que también funcionan a la tarde como escuela primaria. Pasillos coloridos, carteles de Luciana por todos lados: en la dirección, en la puerta del baño, en la puerta de su aula, donde también hay colgados unos pañuelos de papel simulando ser los de las Abuelas de Plaza de Mayo.
La directora que recibe a la familia se llama Nancy. Ella está al tanto de todo. De hecho, con una profe de Luciana me llevan a su aula. Adelante va caminando Lila y Mirta con un cartel inmenso de Lu.
Había jornada institucional, el aula vacía. La profe y la dire me señalan dónde se sentaba Luciana.
Hay silencio.
Nancy, la dire, dice: “Cada vez que se pasa la lista se la sigue nombrando a Luciana. Los y las pibas se angustiaban mucho, algunos de hecho se retiraban a llorar. Se les explicó que Luciana aún no aparece, que es una desaparecida y hay que seguir nombrándola. De hecho, la promocionamos, o sea, pasó al otro año porque la seguimos esperando”.
Lila y Mirta colocaron la foto de Luciana sobre la silla, parándose a su lado. Luciana no está sola. La búsqueda de Luciana no está sola, pese a quien le pese.
Luego hubo una reunión en la escuela, donde participaron profesores, organizaciones y familiares de Luciana para coordinar lo que será la marcha para el 13 de abril, a 10 meses de su desaparición.

Paula, de Mujeres por la Libertad, que vienen acompañando la causa desde el primer día, se anima a hablar de lo que muchos prefieren callar. Habla de trata blanca, habla de las pibas de los barrios como objeto de consumo, habla sobre la ruta del petróleo de Vaca Muerta, un lugar clave del cual muchos prefieren callar.
A diez meses de su desaparición, Luciana Muñoz sigue sin ser buscada de forma efectiva por el Estado. La causa judicial no avanza, su rostro no aparece en los medios, y la ley que ordenaba visibilizarla fue aprobada pero nunca se cumplió.
Sin embargo, su nombre sigue latiendo en las marchas, en su escuela, en la voz firme de su madre y su abuela. En los barrios donde falta todo, la resistencia es cotidiana. Y en esa resistencia, Luciana sigue presente.

Luciana incomoda. Porque señala las ausencias que nadie quiere nombrar. Porque es joven, mujer, de barrio, y desaparecida en democracia. Porque en un país con instituciones que eligen mirar para otro lado, su búsqueda no encaja, molesta. Y, sin embargo, es urgente.
Como dice Ofelia Villar, madre de Verónica Villar, víctima de uno de los primeros casos de triple femicidio en Cipolletti: "La memoria activa es la denuncia pública". Y en la memoria activa de las familias que luchan, Luciana sigue viva, aún en la indiferencia del sistema.
A Luciana Muñoz Aguerre, a 304 dias, 9 horas y contando, la resistencia la sigue buscando.


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