Susy, Marlene y el 2001 en perspectiva travesti

por Nadia Fink
15 de diciembre de 2021

Compartimos El 2001 de las travas, junto a Susy Shock y Marlene Wayar, uno de los capítulos del libro 2001. No me arrepiento de este amor. Historias y devenires de la rebelión popular, que lanzó Chirimbote junto a El Colectivo. A 20 años de la gesta que cambió el país, narran con una nueva mirada historias que quedaron ocultas.

Susy Shock y Marlene Wayar son travas, políticamente travas, y artistas y pensadoras afiladas. Y cada una en su recorrido es una pieza fuerte y determinante para el avance en la visibilización, en la conquista de derechos y palabras a la hora de analizar el panorama político. Marlene comenzó aquellas primeras militancias que Lohana Berkins establece en 1991, con la creación de Asociación de Travestis Argentinas (ATA) y, unos años después, la Asociación Lucha por la Identidad Travesti (ALIT). Corría 2002 cuando le otorgaron la personería jurídica a la ALIT y preparaban un agasajo; Susy dirigía la obra de teatro que iban a presentar y así se conocieron: “Quiero que la maestra de ceremonia sea una amiga mía, que se llama Marlene Wayar”, me dijo Lohana y, entonces, Marlene llegó a uno de los ensayos, tarde, para variar… Y, para variar, había perdido la billetera. Llega y dice: ‘Ay, ¿tienen plata? Tengo un taxi abajo y perdí la billetera’. Y Lohana me dice: ‘Ella es Marlene’”. Y luego le dice a ella: “Te estábamos esperando”. Lo cuentan y se ríen, pero así empezó esta amistad y compañerismo que lleva tantos años de abrazos amorosos y lengua filosa para leer la realidad. 

Por eso la charla sobre 2001 es un diálogo de amigas, pero también un manifiesto político hecho cuerpo; la manera en la que las travas hacen todo. Y lo hicieron el 19 y 20 en la Plaza de Mayo o en Morón. Y lo dejó escrito Lohana, también, en “Un itinerario político del travestismo”: “El 19 y el 20 de diciembre ­significó para las travestis que por primera vez nos sentimos unidas a un reclamo en común: el no rotundo a la imposición del Estado de sitio. Vale ahora plantear una diferencia: para las travestis, el Estado de sitio es a diario. La rutinaria persecución policial, las acostumbradas restricciones a circular libremente por las calles portando una identidad subversiva, los permanentes obstáculos para acceder a derechos consagrados para todos/as los/as ciudadanos/as del país, entre otros, hacen de la vida travesti una vida en Estado de sitio”.

Este es un diálogo de ida y vuelta, de risas y llantos, de recuerdos y anhelos futuros. Así, suelto y profundo a la vez, porque es una historia que hay que contar nuevamente; una historia en la que, de verdad, quepan todas las historias. 

 

“¡Vamos todas, compañeras!”

–¿Cómo vivieron el 19 y 20 de 2001? 

Susy: Unos meses antes del 19 y 20 empezó a funcionar “La casita de Giribone”, una casa cultural de amigues en Chacarita para tener un espacio para tocar. Yo estaba viviendo en el Oeste y estaba empezando a mudarme para Capital porque mi hija, Anahí, empezaba el secundario en una escuela de arte. 

Mientras, fui parte del proceso fundacional de ACTÚO, la Asociación de Teatreros del Oeste, por eso el 19 y 20 los pasé en el oeste, en Morón. ¡En las plazas de Morón! Siempre hay una idea macro de que el 2001 es esas postales que tenemos de la Plaza de Mayo, toda esa épica de la toma de ese espacio tan simbólico –políticamente tan simbólico– y, en realidad, eso se replicó en todas las plazas. Yo vivía en Villa Tesei y hacía, sobre todo, teatro en el oeste. Entonces, mi referencia era ahí. Mi crisis fue ahí. Ya vivía con Edu, teníamos el Fiat Spazio y nos fuimos a la plaza de Morón, que estaba llena; no vinimos a Plaza de Mayo. 

Marlene: ¡Cobardes! 

Susy: (Risas) Había todo un agite, algo muy local en el conurbano oeste: ibas a Moreno y había una gran movida teatral. Y con “La casita de Giribone” estuvimos mucho en la movida de la fábrica recuperada Grissinopoli, que después fue la cooperativa Nueva Esperanza. Prestábamos el sonido para las movidas, y también estuvimos en el momento de la toma, de la resistencia. Había muchas obreras, muchas tías. Por eso, en ese 2001, Giribone empezó siendo un espacio de cita para hacer teatro y terminó siendo con esta urgencia. Y en ese 2001 la gente, no sé por qué, traía sillas siempre que abrías un espacio. Por eso, en Giribone, había tantas sillas distintas.

El 19 y el 20 de diciembre ­significó para las travestis que por primera vez nos sentimos unidas a un reclamo en común: el no rotundo a la imposición del Estado de sitio.


Marlene: Yo estaba en El Gondolín en el 2001. Yo me estaba montando como para salir temprano porque no sé qué había que hacer al otro día. Y empecé a escuchar el escándalo, y vi por la tele que estaba todo el mundo en la calle. Y, entonces, salí a buscar a las chicas, a Valeria Bravo, a Moira, las que estaban más enganchadas en la movida, porque era re difícil. Me puse ropa de civil y, yo era de las que tenían ventana a la calle, y ya vi la fogata en la esquina, en Aráoz y Jufré. Así que, ya lista para salir, les digo: “¿Quiénes vamos? Declararon Estado de sitio y la gente es la última falta de respeto que parece que ha decidido soportar. Con Estado de sitio no vamos a poder trabajar”, dije, corriendo el plano. Porque la verdad es que nosotras no estábamos mal. Todavía éramos un objeto de lujo, cobrábamos caro, cobrábamos a precio… no sé si internacional, pero nuestra plata nos había quedado estipulada del 1 a 1. O sea que nosotras éramos setenta dólares y cien dólares mínimo. 

Pero sí se empezaba a sentir y las noches ya no eran como antes, todo nos llegaba: “no pudimos ir al hotel, porque no le querían cambiar dólares, querían darle dos pesos”, “no pude ir porque se le quedó el auto porque no tenía nafta, porque eran dos horas de cola”, “estuve toda la noche sentada en el auto con él, esperando que le cargaran nafta”.

Entraron en frecuencia y nos fuimos a esa esquina de Palermo. Y ahí empezó la rosca de que había que ir para Plaza de Mayo y quiénes sí, quiénes no, quiénes se animaban, quiénes no se animaban. Y empezamos a ir por Corrientes, y la marea de gente… Había como una sensación muy grande de sentirse parte: que se acercara alguien y te ofrecieran agua en el camino, que te dijeran “vamos todas, compañeras” y que te abrazaran. Y las chicas decíamos “guau”. Los viejos y las viejas abajo de los edificios, nos decían: “vayan por nosotras, que no podemos ir”. Muy fuerte, muy lindo.

Esa emoción con la que cuenta Marlene de que las travas eran parte por primera vez de una movida tan popular, también la describió Lohana: “Al lado de nuestros vecinos y vecinas, nuestro primer motivo de asombro fue no escuchar aquellos acostumbrados insultos con que muchos nos identificaban: negritas, viciosas, sidosas. Fue una sorpresa advertir que por una vez las exageradas siliconas, los pudorosos genitales, las indecorosas pinturas y corpiños se desvanecían tras la protesta social, se ocultaban en ella. Curiosamente, o no tan curiosamente, cuando no nos miraban fue cuando mejor miradas nos sentimos. Allí éramos una vecina más.

Y entonces vamos llegando al Congreso, después nos vamos a Plaza de Mayo. Y tengo dos imágenes fuertes de llegar frente a la Rosada: una, que la calle era como una energía muy oscura, todas estábamos histéricas y enojadas y qué sé yo, pero eso eran solo varones con la misma energía oscura de que “pase lo que pase, matamos”. Era una cosa, un movimiento, el vaho de sus cuerpos, sus cánticos, eran muy machos, muy machos, y daban miedo. Entonces, nos retiramos. “Vamos hacia la Pirámide, vamos lejos”, digo y veo que una palmera se estaba incendiando… y a mí me dio lástima. En esa sensación se me cruzaron dos cosas: el bombardeo de la Plaza y Grecia, el Partenón bombardeado, porque me encanta lo que cuentan los edificios, las particularidades de las historias de una ciudad y la palmera era, encima, un ser vivo. Me daba lástima. ¿Será que quedamos sin palmeras? ¿La Plaza de Mayo se quedará sin palmeras? Pero no sé, sobrevivió…

Después de eso ya fueron todas corridas: que los corrían de ahí, que terminamos en Congreso, que corrida, gaseada. Y yo terminé sola, volviendo para casa a buscar las noticias y me fui con un pibe que terminamos en mi casa curtiendo. Creo que los dos teníamos como una fantasía de que yo era Juana Azurduy y, para mí, él era San Martín, no sé quién sería. Creo que, en ese momento, sabíamos que habíamos participado de algo único. Y, eso, coger en ese momento; yo me cogía a toda Argentina. Era como un acto de amor que nos trascendía. 

Susy: Sí, recuerdo que por esos días teníamos una obra y habíamos programado presentarla el 19 y 20 en Villa Ballester. Y pienso en eso de que “se veía venir” lo del estallido y decíamos: ¿Qué pasa? ¿Se sigue? ¿Se hace? Por eso me quedé, yo vivía en Villa Tesei, estaba más cerca de Morón, obvio, y la idea fue tomar el barrio. Yo no me cogí Morón como ella, que se cogía la Argentina… 

Marlene: “¡Ay yo nunca me cogí una trava!”, dijo él. Y para mí era un chico lindo, pero no era ni más lindo que otros mil que andaban por ahí. A ver qué alucinamos cada quien, porque realmente no nos importaba. Sentíamos eso: nos lo merecíamos porque habíamos sido heroínas.

Susy: Era una pulsión… coger todavía era pulsión de vida. Fue una sorpresa advertir que por una vez las exageradas siliconas, los pudorosos genitales, las indecorosas pinturas y corpiños se desvanecían tras la protesta social, se ocultaban en ella.

“Fue un momento muy convulsionado donde había que estar en todo”

El arte fue el lugar donde Susy siempre encontró su lugar de acción. Como ella misma dice, una rareza para los mundos militantes previos a 2001. Marlene, además de por la identidad trava trans, militaba con otras compañeras contra los edictos policiales que habilitaban que la policía se ensañara contra las travestis. En 1998, lograron que se derogaran los edictos y surgió el primer Código Contravencional de la Ciudad de Buenos Aires, donde se eliminaban las figuras de “prostitución” o “Llevar prendas del sexo contrario”, lo que generó un clima más libre para travestis y mujeres en situación de prostitución. Es ahí donde aparecieron “los vecinos de Palermo” para contrarrestar esas libertades. Pocos meses después, algunos puntos del Código fueron reformados porque los sectores conservadores de la Ciudad lo consideraban demasiado “permisivo”.

–Previo a 2001 venían de militancias diferentes, ¿cómo fueron esos caminos anteriores para cada una?

Susy: Los años anteriores fueron con Los Desconocidos, un grupo de teatro que llevábamos funciones a las escuelitas de Moreno y de Merlo. Siento que algo de esa reorganización de 2001, en los noventa el teatrero, la teatrera, lo tuvo con el tema de la lucha por la Ley Nacional del Teatro. El Instituto Nacional de Teatro, en pleno menemismo, hizo una cosa muy de habitar la calle, y se armó el Movimiento de Artistas de Teatro… Y entonces, ahí, fue como toda una épica, aparte, contra el menemismo, en ese momento ¿quién te iba a dar bola si decís que es importante hacer teatro? Yo sentía que remábamos. Y hacíamos funciones de cuatro espectadores en nuestros espacios. Después de 2001, eso cambió. Nunca más dejamos de tener gente, dejamos de hacer funciones solitas. Hay algo que estalló. 
Y antes yo venía de una militancia partidaria en la adolescencia, muy pequeña y muy problemática con ser marica y con ser artista. Esas dos cosas que, por lo menos, eran diletantes para el mundo: “la revolución ya empezaba mañana e ibas a estar perdiendo el tiempo ensayando una obra de teatro, pensando en poesía”. Y yo siento que hay gente visionaria que estuvo ahí. Lohana ha sido una y Lorena, referenta del asentamiento 8 de Mayo, en José León Suárez. Son las dos personas que entonces, en esa urgencia, a mí me llamaron para cantar. En una movida, creo que era por Cuba, cerramos copleando. Lorena estaba entre el público y me dijo: “Yo quiero eso que hiciste, quiero que lo traigas a les pibes”. Bueno, los pibes, en ese momento no hablábamos con e. Y, entonces, yo estaba ahí, en el asentamiento 8 de Mayo, que recién se había hecho la toma. En ese momento no estaban ni las divisiones de tierras ni nada, estaban en la resistencia, en el momento en que la policía los sacaba, y yo decía “¿me voy a ir a cantarles a los pibes?”, si están viendo quién cruza la calle de tierra para llegar a la ruta, para ir a los negocios a pedir comida… Y me dijo: “vos vas a cantarles, nosotros nos ocupamos de eso, les pibes tienen que escuchar las coplas”. 
Eso, y lo mismo Lohana y Marlene, que me conocieron y dijeron: “vos cantá”. Y yo siento que hay algo, de ese tipo de liderazgo de entonces, que muy hermosamente entendió que era desde el arte también. Inclusive creo que todo lo otro se desacomodó, se achicó, perdió peso… y hay algo que creció desde el arte. No digo que sea superior, pero es otra cosa. Me parece que muchas cosas consistentes, como estos vínculos, están claramente sellados porque nos traspasó el arte. 

Marlene: Yo me di cuenta en 2001 de cómo había sido todo ese trabajo previo que tuvimos las travas, de levantarte a la mañana para ir a una reunión para confrontar a los “Vecinos de Palermo” , que eran dos o tres, entre policías, inmobiliarias y la nada misma. El resto éramos personas.

–Porque en ese entonces la lucha de ustedes era contra los edictos policiales en la Ciudad de Buenos Aires, ¿no?

Marlene: Sí, y posteriormente para que no derogaran el código contravencional por el que protestaban “Los vecinos”. En realidad, era un movimiento inmobiliario y la policía estaba, ahí, entongadísima… de derechoso que es nuestro país. Entonces, veníamos haciendo esto de ir asamblea por asamblea, ir convenciendo, prendernos. Estaba Cristina, que había estado cocinando en un hogar de niñes en Salta y había aprendido de todo: panadería, cocina. También íbamos a cocinar pan, pastafrola, todo lo que necesitaban los chicos de un hogar puertas abiertas. Y todo eso hizo que los vecines nos conocieran, que supieran lo que reclamábamos y lo que no, que pusieran su propia experiencia, que dijeran “la verdad, cuando yo llego de noche, o si está el auto ahí en la calle y están las chicas, yo estoy tranquila”. 
En ese entonces en El Gondolín éramos unas sesenta, pero quince más o menos estables. Estaba Nadia (Echazú) con Andrea en una casa y estaba Lohana, que vivía en Constitución y trabajaba en Flores. Con el grupete de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y otras agrupaciones, ella coordinaba una interasamblea, que luego generó la asamblea de asambleas, donde terminaron votándose todas las exigencias que realizamos desde el grupo LGBTQI a mano alzada por mayoría absoluta y sin explicar casi nada, porque nos habíamos paseado por todos lados. 
Y en particular nosotras no tenemos un movimiento travesti realmente fuerte, unido y que haya crecido, por eso se nota tanto la ausencia de Nadia, de Lohana, de Maite, de Diana.

Mi contradicción era esa en 2001: ustedes son los que manejan la torta, digamos. Si lo llevamos hacia atrás y nos vamos al 25 de mayo de 1810, ustedes son los que entraban al Cabildo. Nosotras estábamos vendiendo empanadas y velas afuera, con más a o menos ganas de participar. Pero ustedes son los ciudadanos, ¿no?: propietarios, pagan impuestos; sostienen toda la estructura formalmente, por más que todes pagamos impuesto, pero son quienes están habilitados… Entonces, ¿por qué hemos llegado a este lugar? ¿Recién ahora se duelen porque les tocan la plata? ¿Pero el hambre nosotros lo venimos sosteniendo hace cuánto? Vos ibas a hablar de tus derechos y terminabas hablando de los derechos de cartoneres, de las putas, de todos. Porque teníamos que ir re armadas para explicar y contrarrestar los argumentos más fascistas y hasta progresistas. Ir logrando esas alianzas que hacían que, primero, los cartoneros o las artistas callejeras te votaran al toque y empezaran a hablar con la persona de al lado para convencerla. Porque, sí, en una asamblea pasan cosas, pero más pasan cuando te vas a sentar a comer el guiso o el choripán entre vecinos, y nosotras éramos solo tres o cuatro cuerpos. Entonces, ir consiguiendo esas alianzas que reprodujeran nuestra voz fue fundamental. 

Así que para cuando llegamos a esa noche, ahí, en Aráoz y Jufré, con los vecinos, con les niñes, alrededor de la barricada, del fogón, ya estaba el camino súper allanado. 
 

–¿Y cómo era la relación con la institucionalidad en ese momento?
Marlene: La articulación con la institución era… demasiado humana. Era una persona que quería hacer algo con nosotras, porque conocía a una feminista y trabajaba en la Procuraduría o la Penitenciaria y estaban tratando de refundarlas. Porque había muchas, como el INADI, fundadas en el menemismo, que eran cáscaras vacías. Y, bueno, tanto ver, tanto hablar fuerte, que empiezan a tener ganas de actuar. La Defensoría del Pueblo de la Ciudad, que estaba Diana Maffía, la Defensoría del Pueblo de Nación, la de Provincia, juntar pequeñas instituciones orientadas o más encuadradas en los derechos humanos que, entre varios sellos, se hacía algo importante que la prensa podía mirar porque la verdad es que nos habíamos cansado de hablar. 

Habíamos pasado de hablar con esta sociedad, con la policía de interlocutora, a hablar con esta sociedad a través de la prensa, porque les pagaba el escándalo. Entonces tenías que decirle que íbamos a incendiar la comisaría o que habían descuartizado a una y, entonces llegaban y después les decíamos lo que realmente pasaba. Y se la tenían que fumar, pero mientras con la cámara te tomaban la teta, el culo, que la barba. Y en ese momento ya empezó a ser la posibilidad de articular con estas instituciones, con grupos de estudiantes de universidades de Psicología, Periodismo, Trabajo Social y ya ibas armando una caja en donde estabas respaldada por varias instituciones. Madres de Plaza de Mayo, por supuesto. 

Fue un momento muy convulsionado donde había que estar en todo y, por eso, es tan importante que Lohana haya tenido trabajo y haya podido salir de la prostitución; porque yo y Nadia seguíamos cayendo presas. Y eran, también, nuestros cuerpos rotos. Sin ganas de levantarte, bañarte, vestirte y salir a no sé qué reunión… Y Lohana te decía: “Es importante, va a estar la liga de los derechos del hombre”. Y era todo una fuerza descomunal, pero sabíamos que tenía frutos, que ya Lohana había visto el panorama. Por eso era importantísimo que ella durmiera de noche, por lo menos, y tuviera la cabeza despejada para poder enfrentar todo esto.

–Hablaste de Lohana, de Nadia… ¿Y Diana Sacayán? Supimos que estaba en La Matanza, en los piquetes...

Marlene: Sí, todavía estaba en La Matanza y era muy chiquita. Ella iba a trabajar a Flores y aprendió mucho con el Partido Comunista (PC), hacía relaciones y ponía el cuerpo; estaba en la lucha diaria. Después de todo esto, ella pudo llevar su experiencia a su propia situación y a la de las compañeras, donde la policía las estaba corriendo de la ruta, y ella y su hermana se plantaron. Y terminaron sacando el prostíbulo, y ella terminó presa. Para ellas fue más de aprendizaje, poniendo el cuerpo y poniendo la voz. Pero estaba todavía muy en La Matanza y eso rindió muchos frutos para después, en todas las movidas contra el Ceamse (la empresa Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado, creada para gestionar los residuos, que se realizaban en los basureros a cielo abierto que contaminaban a la población y al ambiente), donde Diana ya no es una voz más: las mujeres la eligen, quieren que hable, la escuchan como a Maite en Córdoba, porque las ven que entienden qué se está discutiendo estructuralmente, porque no se callan nada y porque complejizan bajando a tierra: “necesitamos la olla”, “necesitamos que los pibes coman”, “necesitamos la seguridad”, “no se puede ir a la escuela con este aire, con esta mugre”. Pueden hacer esa síntesis y, más que, como hijas de mujeres maltratadas, con esa rabia y con esa impotencia de no haber podido defender a sus mamás de niñas; ahora con toda esa furia.

“Nunca más sentí soledad después del 2001”

–¿Qué sienten que deja ese estallido, mirando desde hoy?

Marlene: Yo ahora estoy muy enojada. Me pasé los dos últimos años del macrismo escuchando: “se va a venir”, “ahora ­cuando se les vengan los del conurbano” y “el conurbano tiene que pararse”. Como que los que tienen que venir a salvar los trapos son los negros. Porque, claro, yo estoy mal, pero puedo aguantar. Yo estoy mal, pero soy cagona. Yo estoy mal, pero tengo una fiesta el sábado. Siempre la misma historia, los negros en primera fila y, por eso, Argentina no tiene negres. 

Y, mientras tanto, si cualquier pobre infeliz se sale de ciertos parámetros, es un violento. Cuando siempre, o la inmensa mayoría de las veces, son reacciones ante la violencia persistente. La violencia que cometen nuestras instituciones y quienes gestionan esas instituciones es violencia pasiva. Es decir: “no se puede” “no, así no” o no recibirte. Y vas a uno, vas al otro. Y, bueno, finalmente terminan las personas sacadas reaccionando ante la inacción y es terrible que la única estrategia que te plantean es la resiliencia. Y cada vez tiene mejor propaganda la resiliencia. La resiliencia frente a la naturaleza es una cosa: estalla un volcán, se viene un maremoto, te quedás sin media familia... a la naturaleza estamos expuestes todes. Ahora, cuando hay un plan sistemático para mandar gente al basurero humano y tenerles ahí como el recordatorio de que si no obedecés y agachás la cabeza y hacés lo que se te manda, vas a terminar en un basurero… Son un recordatorio del infierno para controlar a angelitos que no queremos caer de la línea de pobreza. La falta de memoria y la falta de agradecimiento del pueblo es dura muchas veces. 

Y en particular nosotras no tenemos un movimiento travesti realmente fuerte, unido y que haya crecido, por eso se nota tanto la ausencia de Nadia, de Lohana, de Maite, de Diana. Porque era parte común en crecimiento de un movimiento que se piensa articulado, que se tiene confianza, que se sabe defender, que está mirando desconfiado las comodidades que te plantea el sistema y demás. Pero, después, todo lo que tenemos es eso: gente embaucada con los discursos de lo posible, de lo alcanzable. Y un poco estamos acostumbradas a que, por ejemplo, la mayoría de las cosas en nuestro caso es que queremos educación sexual ­integral que nos contemple; pero tiene que ser más articulado todo: ¿Cuánto es el presupuesto? ¿Cómo impacta eso? ¿Queremos una buena formación docente? ¿Queremos que nos registre un Estado? Queremos que nos registre como son nuestras identidades, no como otras. ¿Eso en qué difiere económicamente? 

La verdad que, siempre, para los pobres: lo pobre, lo escaso, lo frío, la falta de gas, la falta de la belleza, de qué ponerle al guiso. En toda la olla, un sancocho, y un par de fetas de fiambre del orto. 

No puede ser que nosotras no entendamos profundamente que el ejercicio de memoria es ese insumo pedagógico primero. Podemos volver a ser esos nazis en cualquier momento. Como si fuésemos un elástico que estirás y estirás y, de la nada, vuelve al punto cero.

Entonces, eso hay que fortalecerlo y observarlo permanentemente. Porque esos pequeños actos fascistas están en la red, están en la escuela, están entre les niñes. Nos van educando para eso, para diferenciar y, después de eso, toda la diversidad de fascismos. Pero, digamos, la genealogía es el ejercicio de diferenciación. Yo soy más alta, yo soy más gorda, soy más chica, soy más blanca, más esto, más lo otro. No importa, después sos la frutilla de la torta. No podemos no entender que del vamos, vamos a ser diferentes y esa diferencia tiene que ser apreciada y no demonizada, no criminalizada, no patologizada. 

Susy: Creo que esa bronca viene también de la sensación de que, en un momento, en el 2001, quisimos que sucedieran o imaginamos que sucedían algunas cosas. Eso de que vos sos parte, todo el mundo es parte, y se suspendió todo eso que nos dividía, que fue como muy ilusorio y también se fue como reacomodando. Fue ese momento interesante y confuso también. Muches, de este lado, creímos que éramos más, que había gente que estaba soñando lo mismo. Y había gente que estaba, inclusive, legítimamente desesperada por sobrevivir, y también mezquinamente desesperada por sobrevivir, y todo eso hizo una ensalada que veíamos como simplemente más gente amorosa, sumada a la causa de cambiar, refundar este país, etcétera, etcétera… y no era tan así. 

Pero a la vez está bueno visibilizar, no hablo de lo subte, me gusta más hablar de los bordes. Sí hay otros bordes de todo este centro, que funcionaba antes, que funcionó durante y que sigue funcionando ahora. El tema es replantear eso primero, que era esta idea de discutir qué sería el éxito, a grandes rasgos. El éxito social, el éxito político, el éxito de las movidas, el éxito de las revoluciones. Porque ahí está toda esta idea de lo masivo y a mí me gusta pensar, veinte años después, en lo mínimo que ha sucedido, lo pequeño, lo más cercano que ha sucedido. Y no tanto en la postal de tanta gente… porque eso, después, no fue así. No era clase media y piqueteros todos juntos, no era así. Se resolvió el tema de los bancos y la gente volvió a pensar en las vacaciones y listo. Pudieron cambiar eso y a otra historia, a seguir votando mal, a seguir no pensando en el resto. Entonces, me parece que el éxito es cómo hacer crecer y sostener eso pequeño, esas tribus porque, aparte, esto masivo, claramente, nos está llevando a la explosión del planeta; es el fracaso del planeta, finalmente. No del planeta, es el fracaso del sistema y de la humanidad adentro del planeta, que se hace insostenible. Volver a las micro aldeas, a reconocerse, me parece que es el camino. Algo de eso estaba en el 2001. Eso, sobre todo, creo que fue el éxito del 2001, más que lo masivo del 2001, porque lo masivo dejó de estar rápidamente.

Marlene: Sí, es eso. El planeta te está diciendo que eso no es bueno, no nos podemos juntar 300.000 personas en ningún lugar. Desde mi experiencia personal, es muy frívolo todo lo que escucho, respecto de activistas. ¿Por qué es activista? Porque ponen me gusta y porque su fotito en Instagram tiene el fondo X que no sé qué organización hizo muy prolija para que todos tengamos el mismo fondo “yo aborté” o el arcoiris o no sé qué. Y la verdad es que no hay nada con la raíz. Nosotras tuvimos muy en claro, aun en las primeras marchas, que marchamos todos los días. Una va al supermercado y es toda una marcha, porque está el cuerpo en escena y produce un montón de cosas. Entonces, la verdad que seguir pensando que es muy simbólico decirle al Congreso o a la Casa Rosada esto o aquello… la verdad es que ya está desgastado, se transforma inmediatamente en folklore. Hay que ir a cada plaza, a tu plaza, y hacer una gran movida ahí. De 50, de 100 personas, pero te asegurás que se sepa que estamos en la ciudad y que existimos y vamos; y es importantísimo que vengan de las provincias y qué sé yo. Pero que termine siendo un Viña del Mar, la verdad que no suma mucho.

Y después, por supuesto, no borrar las particularidades de cada quien, eso es en todo. Por eso, no podemos ser una equis nosotras. Más allá de que es una brutalidad porque, justamente, la equis no es una identidad. Y esto fue inmediatamente posterior al logro que es que la Ley de Cupo Travesti Trans tome la palabra travesti y la deje impresa, y esté ahí reconociéndola. De nuevo, esa cosa tibia de querer higienizarnos, masificarnos, industrializarnos. Somos personalísimas… y siempre va a haber una tensión entre la verticalidad y la horizontalidad en la que nos ponemos. Cada quien tiene que ser consciente de que “soy yo” y “soy única e irrepetible” y ta ta ta, pero soy yo en comunidad, soy yo y mi comunidad. Y esas formas de relacionarnos son las que hacen que podamos trabajar en esas formas de vinculación. 

Susy: Sí creo que algunas de las cosas que brotaron las seguimos viviendo, creo que, sobre todo, un modo de autogestión; en mi caso, un modo de gestar cultura. Si bien yo la aprendí de pendeja, digamos, pero sí ahí tuvo como una razón de ser. En el 2001 se sellaron muchas cosas, que creo que nos fortalecieron para todo lo siguiente. Yo no me sentí sola nunca más a partir de ahí. Pero sí, por ahí, sentí mucha soledad en los noventa, estar muy a contramano del mundo, del país, del shopping, del 1 a 1; o sea, de un montón de lógicas, de que no les interesáramos, de que la poesía para qué. En cambio, nunca más sentí soledad después del 2001, con todos los avatares... 

Inclusive en este contexto de Covid, siento que hay tribu construida, consistentemente. Está bueno que no hayamos ­perdido cosas valiosas como los modos solidarios de construcción económica, la autogestión.

Es el final de la charla y son todas esas ausencias, esos reclamos de que travestizar el mundo es sacarlo de las lógicas con las que habitamos este tiempo cotidiano. Por eso vienen bien algunas palabras más de Lohana, que decía sobre 2001: “Las jornadas del 19 y el 20 de diciembre se sumarán a nuestra ya larga lucha. Desde las oscuras calles de la prostitución, desde las villas más devastadas, desde el movimiento piquetero, desde la protesta estudiantil, desde el campo de los derechos humanos, desde los partidos políticos, las travestis seguiremos tejiendo nuestra rebeldía para conseguir un mundo gobernado por la paz, la equidad y la justicia, sin opresiones de ningún tipo”.

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