No nos han vencido

por Mariana Aquino
23 de marzo de 2019

Charlamos en el Hotel Bauen con bisnietos y bisnietas de las Abuelas de Plaza de Mayo cuentan su historia: ausencias, verdades apropiadas y vidas que cambian pero también luchas que siguen.

Detrás de las 30 mil personas desaparecidas hay páginas que siguen escribiéndose. La valentía de las Madres y las Abuelas en la búsqueda de sus seres queridos; la militancia de HIJOS y la restitución de la identidad de 128 nietos y nietas (hasta ahora), que echan raíces y transmiten su historia, que es la de todo un país que nunca olvida. Después de cuatro décadas, hay pibes y pibas que analizan lo que la última dictadura militar nos quitó. Son los bisnietos y bisnietas de nuestras Abuelas de Plaza de Mayo.

Porque la herida es honda y sigue calando, esta nueva generación también creció con ausencias, mentiras, espirales de silencio y apropiaciones; también hubo encuentros y verdades. Como le pasó a Sebastián que, después de crecer en una casa militar y conservadora, descubrió la identidad de su mamá, Victoria Montenegro. Otras -como Constanza y Mora- desde chiquitas supieron qué pasó con sus abuelos y abuelas. Y a esa verdad, la llevan con orgullo. Mora a los 5 años impulsó un homenaje a su abuela Matilde en el jardín de infantes al que iba. Constanza es el sostén de su mamá cada vez que aparece un nuevo dato sobre la historia familiar. “Mi compañerita”, la llama su madre.

Es tan horrible lo que hicieron los militares que yo no sé bien quién soy, y mi mamá menos.

Y eso que la dictadura quiso, no lo consiguió: en la memoria colectiva las y los desaparecidos están presentes. En cada marcha y en cada lucha que reivindica aquellas otras. Las 30 mil desapariciones se transforman en resistencia y se pasa la posta de madres a hijos, de hijas a nietos. Las banderas siguen flameando. Y las batallas -hasta las más pequeñas- se vuelven gigantes. “Yo quería ponerle a mi jardín el nombre de mi abuela. Fui y se lo propuse a la directora. Primero me dijo que no, que ya tenía nombre. Insistí tanto hasta que conseguí algo: el salón de usos múltiples lleva una placa con el nombre de Matilde Itzigsohn, mi abuela desaparecida”, nos cuenta Mora Iramain García, de 9 años, hija de Lucía García Itzigsohn, y nieta de Matilde y Gustavo García Cappannini.

“¿Cómo habrá sido mi abuelo? ¿Me pareceré a mi abuela? ¿Me cocinarían mis platos favoritos? ¿Me llevarían a la escuela?”, se pregunta Constanza Alaniz Torres cada vez que repasa su parentela. Ella es hija de María de las Victorias Ruiz Dameri y nieta de Silvia y Orlando, quienes estuvieron detenidos en la ESMA durante la última dictadura y nunca más aparecieron. También tiene un tío y una tía. Eso lo descubrió hace unos años atrás gracias al trabajo de Abuelas.

Seguimos, humildemente, lo que ellos no pudieron porque los desaparecieron.

Gustavo Sebastián Tarelli Montenegro recuerda como si fuera hoy el primer 24 de marzo que marchó con Abuelas. Iba a séptimo grado. Llegó a la marcha con su mamá (Victoria Montenegro) y sus dos hermanos. Los acomodaron y él agarró fuerte un pedazo de trapo de la bandera con los 30 mil rostros. Sebastián ya conocía a Estela de Carlotto, la había visto en varias reuniones. Pero ese día entendió por qué la gente le hablaba con respeto. Esa admiración hacia la lucha de Abuelas lo acercó más a la defensa de los derechos humanos. “La militancia que llevamos adelante es también para mantener vivos los nombres de mis abuelos. Seguimos, humildemente, lo que ellos no pudieron porque los desaparecieron”.

León Miloni García es el hermano mayor de Mora. Dice que a él eso de la militancia no le nace todavía. “Lo que sí, yo rapeo. Y en mis letras siempre algo hablo de la dictadura. Me sale así. Eso es lo único”. Y eso es un montón aunque León todavía no lo note: “A mí me da mucho orgullo la historia de mis abuelos. Cada 24 me lleno de la lucha de ellos pero también de los 30 mil. Los tengo presente cada día, por lo que significó esa lucha. Nos faltan nuestros abuelos por un hecho triste pero buscamos el modo de encararlo y lo transformamos en alegría para seguir adelante”.

Cuarenta años después tenemos heridas que no cierran y personas que siguen esperando a sus familiares

“Pero es tan horrible lo que hicieron los militares que yo no sé bien quién soy, y mi mamá menos. Me hubiera gustado conocer a la familia de ella. A mi abuela la busco por internet, pienso que puede estar viva en alguna parte. Tal vez no, pero la esperanza la tengo”,  confiesa Constanza.

Y coincide Sebastián: “Cuando yo conocí a mis tías y escuché con la esperanza que buscaron a mi abuelo Toty durante tantos años entendí cómo impactó el plan sistemático de desaparición de personas en la vida de esta sociedad. Cuarenta años después tenemos heridas que no cierran y personas que siguen esperando a sus familiares”.

Constanza, Sebastián, León y Mora. Y tantos otros nombres que siguen un legado. Cuatro historias de futuro. Cada quien a su manera levanta más alto las banderas que sus abuelos y abuelas nunca bajaron. Al parecer, no nos han vencido. 

 

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