Jorge Rulli, autor del libro “Pueblos fumigados” y referente entre quienes buscan construir otro modelo de producción agropecuaria, denuncia las muertes y enfermedades que producen los agroquímicos.
Algunas cosas no han cambiado demasiado desde 2012, cuando Jorge Rulli -autor del libro “Pueblos fumigados” y militante histórico de un modelo agropecuario saludable en espacios como el Grupo de Reflexión Rural- compartía en una entrevista con Cítrica su mirada sobre el agronegocio, la política argentina y los daños de un modelo productivo donde la vida vale menos que el interés económico de los sectores concentrados del campo.
¿El modelo sojero implantado en el país requiere una revisión total?
Nosotros llevamos una campaña a la que le pusimos de nombre “Paren de fumigar” cuyo objetivo consiste en modificar el modelo productivo. O sea, el modelo basado en el concepto de agrobusiness que implantó las cadenas agroalimentarias del agronegocio en la Argentina, y también el modelo agroexportador de soja transgénica. Se trataba de cambiar el encuadre de la sojización creciente y biotecnológica de la Argentina. Para impulsar esta campaña comenzamos a viajar. Realmente recorrí todo el país, especialmente las provincias sojeras. Era convocado de diferentes localidades, se hacían reuniones, hacíamos prensa y radio. Y tratamos de que la gente vinculara las enfermedades que sufría con las fumigaciones. Por donde anduvimos se nota muy claramente que la gente empezó a relacionar y a sacar consecuencias y a elaborar ideas. En especial en la provincia de Buenos Aires, donde hay leyes específicas que prohíben que los aviones fumigadores se laven dentro del pueblo, que circulen por el pueblo, aun limpios, si no tienen un certificado municipal. Y también prohíben que esos aviones crucen por arriba del pueblo, inclusive cuando están con los tanques vacíos. Bueno, esto no se cumple en absoluto. Incluso hay provincias que tienen leyes sobre hasta qué cercanía del pueblo se puede fumigar: eso tampoco se cumple.
Ya no se trataría sólo de un tema de seguridad ambiental sino que también habría un trasfondo político, ¿verdad?
Efectivamente. A propósito de estas reuniones que nosotros conducíamos con la gente, y sobre todo con las víctimas y sus familiares, surgía inevitablemente una reflexión política acerca del valor de la ley, de los problemas del poder, de los problemas de quienes deciden, de cómo las promesas preelectorales luego se olvidan, y rigen los modelos económicos y las razones económicas… Esto fue muy agotador, pero muy interesante. En algún momento soñamos con organizar una especie de movimiento de pueblos fumigados que es lo que da el título al libro que publicamos el año pasado gracias a la Editorial del Nuevo Extremo.
¿Han tratado de llegar a las máximas autoridades del país?
Esta campaña la culminamos con una gran marcha en la ciudad de San Lorenzo, que es el punto más débil del embudo por donde se van todas las riquezas argentinas, o en este caso la maldición argentina, que es la soja. También se va buena parte de los lodos que provienen de la minería por cianurización. Es San Lorenzo y los puertos vecinos a la ciudad de Rosario. Esa marcha contó con el respaldo de la Unión de Asambleas y de muchos otros grupos que se sumaron, y fue un gran broche para esa campaña. Luego de esa marcha lo que hicimos fue presentarnos ante las autoridades y entregar este informe. En primer lugar a la presidente de la República con una carta personal donde yo le rogaba que prestara atención al informe, que lo leyera, porque tenía la certeza de que en diez o veinte años muchas de las situaciones que nosotros estábamos develando ahora iban a ser objeto de tribunales por crímenes de lesa humanidad, semejantes a los que estamos viviendo ahora con los genocidas de la dictadura. Hasta donde sabemos, el tema quedó en manos de Homero Bibiloni, ahora ex Secretario de Medio Ambiente.
¿Qué siente un ecologista cuando se topa con un panorama así?
A propósito de ello, le diría también que cuando pusimos en marcha la campaña nosotros mismos no imaginábamos lo que íbamos a encontrar, o sea, la cantidad de niños deformes y de gente discapacitada que habíamos encontrado, la cantidad de muertos por cáncer, incontables, que la gente nos transmitía como una experiencia directa de cada pueblo que visitábamos. Inclusive algunos pueblos pequeños, como Líbaros (Entre Ríos), de 80 a 90 habitantes, donde todos están enfermos, dicho por el médico, por el farmacéutico, en situaciones desgarradoras. Todos tienen alergias, problemas oculares. Nos indicaron que los daños, que no son “impactos” porque el “impacto” le quita sentimiento, direccionalidad; en realidad eran la consecuencia que podría haber sido prevista, de un modelo que se aplicó impiadosamente. Estas consecuencias superaban todo lo que nosotros habíamos podido imaginar, todo lo que habíamos previsto. A tal punto, que yo a finales del 2008 tuve serios problemas de depresión, y debí abandonar durante muchos meses, sino la campaña, al menos los viajes al interior, porque me destrozaban las experiencias.
"No imaginábamos lo que íbamos a encontrar: la cantidad de niños deformes, de gente discapacitada, de muertos por cáncer"
¿Cómo pueden acceder a mayores datos quienes se preocupan por estas temáticas?
Hay algunas películas que colgamos en nuestra página del Grupo de Reflexión Rural, sobre todo una de la pequeña María Carla, nacida con hidrocefalia y parálisis (mielomeningocele). Una chica inteligentísima, bella, que hablaba como si no tuviese nada porque a los 9 o 10 años vive con pañales porque no controla esfínteres. Y vive atada a sus bastones, a sus muletas. En Larroque, un pueblo de Entre Ríos. El intendente es sojero. Y su mezquindad... apenas le da una pensión municipal, que no va más allá de los 800 pesos. Y así lava su conciencia. Cuando realmente los sojeros están amasando fortunas. Y todo esto es muy terrible de verificar. Junto a este costado doloroso, que es la crucifixión de una parte importante de nuestra población que está sometida a las zonas de sojización, nos encontramos con una riqueza tremenda, exponencial, que se multiplica de una manera desmesurada.
¿Podría dar ejemplos de estas circunstancias?
Hallamos que la mayor parte de los sojeros aprovecharon la crisis del campo, que supuestamente ellos mismos impulsaron, y la acomodaron para mantener las exportaciones cuando los caminos no estaban cortados, trayendo soja de Paraguay, de Brasil y de Santa Cruz de la Sierra, y aprovechando ese momento de la crisis para extenderse a los países vecinos del Cono Sur, con lo cual ahora los principales sojeros tienen campos de un lado y del otro del río Uruguay. Y gran parte de la soja de la Argentina, según se dice, la exportarían como soja de los países vecinos, sin pagar las retenciones y el impuesto IVA que se paga aquí. Entonces allí la manera de enriquecerse es realmente desmesurada. Esto lo denuncié en una radio uruguaya y toda la gente presente se reía. Pregunté el motivo. Yo había planteado si el presidente Mujica lo sabría. Se reían porque me dijeron: “Rulli, aquí todo el mundo lo sabe.” Antes, Nueva Palmira era un puerto de yates, ahora es un puerto internacional. Y lo que todo el mundo sabe es que todo lo que sale por ahí es soja argentina que en vez de pagar el 35% de retenciones, el 35% de IVA y el 10% por ser blanqueada, paga sólo el 10% al gobierno uruguayo. Basta acceder por Internet al sitio de la zona franca de Nueva Palmira, para leer que oficialmente la soja lidera sus exportaciones. Asimismo, la página del Grupo de Reflexión Rural ofrece una gran variedad de documentos y testimonios filmados sobre lo aquí conversado. En la otra punta de una candente polémica científica, tiempo atrás un matutino porteño entrevistó al doctor Keith Solomon, director del Centro de Toxicología de la Universidad de Guelph (Canadá), bajo el título “El glifosato no genera riesgos para la salud”. Ese especialista descalificó como “irreales” a los técnicos argentinos del Conicet que sostienen lo contrario y por extensión a los pediatras que han denunciado al herbicida durante el primer Encuentro Nacional de Médicos de Pueblos Fumigados. Otros científicos canadienses y franceses, entre ellos el biólogo Rick Relyea de la Universidad de Pittsburg (EE.UU.) y el doctor Gilles Eric Seralini de la Universidad de Caen, en Francia, han verificado serios impactos del glifosato (cuya fórmula comercial incluye una docena de agentes químicos complementarios) en los anfibios y en la placenta humana.
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