Hidrógeno verde: ¿transición energética o mayor dependencia?

por Jorge Chemes y Maximiliano Proaño*
Fotos: Ilustración: Sebastián Damen
06 de noviembre de 2021

El anuncio del Gobierno nacional de una inversión millonaria para la producción de hidrógeno verde abre el interrogante de si es posible pensar en una transición energética justa, democrática y popular.

 

En un marco geopolítico muy particular, signado, entre otras cosas, por la crisis civilizatoria (siendo la crisis socio-ambiental y el cambio climático antropogénico solo una de sus manifestaciones), escasez de minerales, escasez de combustibles fósiles, crisis de abastecimiento energético en el norte global y desinversión en los sectores petroleros, entre otros factores, el norte global intensifica sus mecanismos de dominación: el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo, enajenando la relación con la naturaleza.

En este marco, la diversidad de proyectos de hidrógeno (H2) verde en el sur global persiguen intensificar los mecanismos de colonización, haciendo nuevamente que los territorios y bienes comunes del sur costeen la transición energética del norte. Hay una larga lista de vulneración de derechos en pos de la transición energética corporativa que solo persigue iniciar un nuevo ciclo de acumulación de renta capitalista: las múltiples problemáticas territoriales y socioambientales que atraviesan el triángulo del litio en Chile, Argentina y Bolivia, la sobre-explotación de madera balsa para la construcción de molinos eólicos en Ecuador, el fracking, la megaminería...

Tal vez el reciente anuncio del presidente Alberto Fernández de un proyecto de generación de H2 verde por parte de la empresa minera Fortescue Metals Group de Australia, sea un negocio necesario para generar ingresos de divisas y puestos de trabajos. No obstante, es necesario planificar otros escenarios para el pueblo argentino que generen acceso a la energía, eliminación de la pobreza energética y una transición socio-ecológica integral. Más allá de discutir sobre los temas eminentemente energéticos, es preciso abrir el debate a pensar y construir otras formas de organizar la vida.

 

Sobre el H2

El hidrógeno (H2) es un vector energético, una materia prima y un combustible, y tiene la particularidad de que aun siendo el elemento más abundante en el universo, no es posible encontrarlo naturalmente en su estado puro. En su uso como combustible, comúnmente se distingue entre hidrógeno gris, azul y verde

El H2 gris y azul se producen a partir de energías fósiles, sin embargo, en el caso del H2 azul, su producción es considerada baja en emisiones, porque tiene acoplada una cadena de valor que permite el proceso de captura y almacenamiento del carbono. El H2 verde se produce a partir de agua y energías renovables, mediante un procedimiento llamado electrólisis, en el cual se divide el agua (H2O) en hidrógeno y oxígeno. 

Resulta necesario plantear algunos interrogantes respecto del desarrollo del H2 que no han estado debidamente representados en el debate público, principalmente en torno a los impactos socio-ambientales que puede producir el llamado “hidrógeno verde”. 

La diversidad de proyectos de hidrógeno (H2) verde en el sur global persiguen intensificar los mecanismos de colonización, haciendo nuevamente que los territorios y bienes comunes del sur costeen la transición energética del norte.

 
Los impactos socio-ambientales del hidrógeno

El sector energético es responsable de alrededor del 70% de las emisiones de gases efecto invernadero (GEI) (Climate Watch Data) causantes de la crisis climática. Frente a la necesidad imperiosa de reducir radicalmente las emisiones GEI, el H2 azul y verde han sido promovidos desde la Agencia Internacional de Energía (IEA, 2021) como la gran esperanza en la lucha contra la crisis climática, pues su combustión no libera dióxido de carbono, sino sólo vapor de agua. 

Sin embargo, en el proceso de producción del hidrógeno existen una serie de impactos que requieren de un mayor análisis. El hidrógeno azul es generado a partir de energías fósiles, sin embargo, es promovido como una alternativa “sustentable” porque a diferencia del hidrógeno gris, el dióxido de carbono (CO2) emitido por la quema de combustibles fósiles en el proceso productivo del hidrógeno azul es capturado y almacenado. Por lo tanto, se considera que las emisiones son bajas.  

Un estudio publicado en agosto de 2021 concluye respecto del hidrógeno azul que, lejos de ser bajas en carbono, las emisiones de gases de efecto invernadero de su producción son bastante altas, particularmente debido a la liberación de metano fugitivo. Pero quizá la conclusión más sorprendente es que la huella de gases de efecto invernadero del hidrógeno azul es más de un 20% mayor que la quema de gas natural o carbón para generar calor y un 60% mayor que la quema de gasoil para generar calor (Howarth & Jacobson). 

Esto tiene mucha relevancia en Latinoamérica, ya que los países productores de hidrocarburos en la región han visto en el hidrógeno azul una buena oportunidad para “enverdecer” su modelo extractivista y así cumplir con sus compromisos de reducción de emisiones de gases efecto invernadero. 

Además, cabe destacar que en varios países de la región el gas y petróleo se extraen principalmente a través de fractura hidráulica o fracking, como en Argentina, y es una amenaza creciente en Colombia y México, lo que incrementaría considerablemente no sólo las emisiones, sino también los impactos socioambientales de la producción de hidrógeno azul.

El hidrógeno verde tiene el potencial de transformarse en un instrumento valioso para una transición energética justa, democrática y popular en Latinoamérica, pero para esto debe abrirse un debate de cara a la ciudadanía.

Con respecto al H2 verde, no existe certeza sobre cuáles serán los impactos que su desarrollo a gran escala conllevará. Que su combustión emita sólo vapor no significa que todo su proceso de producción sea inocuo. El H2 verde requiere para su producción, básicamente, electricidad generada mediante fuentes renovables y agua. El agua es esencial para la vida, por lo que si en el proceso de producción de hidrógeno se utilizan fuentes naturales de agua dulce, esto podría producir grandes problemas de escasez hídrica y sequía en los territorios afectando a la población local y destruyendo ecosistemas. 

 

Recursos disponibles y daños asociados

Los promotores del H2 verde suelen argumentar que su producción requiere mucho menos agua que otras actividades económicas como la minería. Sorprende que se comparen dos actividades distintas, toda vez que el consumo de agua de una no viene a reemplazar el consumo de otra, sino a sumar demanda: si la producción de H2 verde a gran escala utilizara fuentes de agua dulce naturales, vendría a complicar aún más la ya compleja situación hídrica nacional.

La otra opción es utilizar agua de mar desalinizada. Sin embargo, un estudio realizado por científicos del Instituto para el Agua, el Medioambiente y la Salud (UNU-INWEH), un organismo de la ONU basado en Canadá; la Universidad Wageningen (Holanda) y el Instituto Gwangju de Ciencia y Tecnología (Corea del Sur), ha advertido que las plantas desalinizadora producen un 50% más de salmuera que lo previamente estimado. 

El estudio establece que el impacto potencial de la salmuera es muy importante, pues aumenta la temperatura del agua del mar y reduce la cantidad de oxígeno en el agua, lo que causa graves daños a la vida acuática. Otros impactos negativos al ambiente se producen por el vertimiento al mar de residuos como el cloro. En paralelo, en el proceso de absorber agua marina para desalinizar se elimina a muchos animales marinos que son atrapados en redes para evitar ser succionados.

También se deben considerar los riesgos que implica que el H2 sea un gas liviano altamente inflamable. Dado que el H2 es la molécula más pequeña (mucho más pequeña que la de otros combustibles), implica un mayor riesgo de fugas por pequeñas aberturas u orificios. Considerando la densidad, viscosidad y coeficiente de difusión en el aire del hidrógeno, se llega a la conclusión de que la propensión del hidrógeno a fugarse por juntas u orificios en líneas de baja presión es entre 1,26 y 2,8 veces superior a la del gas natural a través del mismo orificio. Por lo tanto, los estándares de seguridad para el almacenamiento y transporte de H2 son mucho más exigentes que los de otros combustibles, por lo que son necesarias importantes inversiones

Por último, se debe tener en cuenta que la producción del H2 demanda grandes cantidades de electricidad, que será generada principalmente mediante enormes parques solares o eólicos. Esto pone sobre la mesa los límites materiales y minerales de la transición, sobre todo la demanda de cobre y litio, cuya extracción ha generado un gran impacto socio-ambiental en países como Argentina, Chile, Bolivia y Perú.

Con respecto al H2 verde, no existe certeza sobre cuáles serán los impactos que su desarrollo a gran escala conllevará. Que su combustión emita sólo vapor no significa que todo su proceso de producción sea inocuo. 

 
El riesgo de la burbuja

Un último aspecto importante a abordar en el debate en torno al desarrollo del H2 verde es lo relativo a los usos que podría tener en el futuro. Es cada vez más frecuente que gobiernos, agencias internacionales y grandes empresas del sector energético hablen de la economía del hidrógeno proyectando su uso como combustible para los vehículos a hidrógeno y para producir calor y electricidad, para el almacenamiento de energía, para el transporte de largas distancias, así como los actuales usos que tiene el H2 gris y azul en las industrias química y petroquímica, entre otros.

Pareciera de sentido común pensar que difícilmente el H2 verde será más competitivo que la electricidad generada por fuentes renovables, si ésta es justamente uno de los insumos para producirlo junto con el agua. Aún pensando en el almacenamiento, es poco probable que el H2 pueda competir en precio/eficiencia frente a las baterías. En esta línea, resulta bastante curioso que muchos de los grandes proyectos de H2 verde consideren entre sus usos el transporte terrestre liviano e incluso el uso residencial. 

En cambio, sí existen sectores donde el H2 puede llegar a tener amplia demanda como lo son el transporte aéreo y marítimo, usos industriales y, por supuesto, la utilización que ya tiene el H2 convencional en la industria química y petroquímica.

 

Una nueva gobernanza para la transición energética

Los países latinoamericanos tenemos una larga historia de economías basadas en la extracción de combustibles fósiles y minerales cuyos beneficios económicos han sido para pequeñas élites económicas locales y grandes transnacionales, mientras los costos sociales y ambientales los han soportado las comunidades. Esta realidad, sumada al contexto de la crisis climática, nos debe plantear un desafío mayor: el de una transición socio-ecológica transformadora. La energía puede ser la punta de lanza de estas transformaciones, pero para eso necesitamos repensar las bases en que se ha sostenido el modelo energético vigente y poner las nuevas fuentes y tecnologías al servicio de la población y de la protección de los ecosistemas.

Lamentablemente, como se ha venido llevando el debate en torno al H2 verde, hoy existe un serio riesgo de que “la revolución del hidrógeno verde” implique que éste ocupe el lugar de las energías fósiles, pero con la misma gobernanza ambiental (o la falta de ésta), similares actores, concentración en la propiedad y estructura impositiva, así como nulos avances en la participación de la ciudadanía en la toma de decisiones.

En Latinoamérica el hidrógeno ha pasado a formar parte importante del debate energético, con distintos grados de avance. Prácticamente todos los países planean entrar al gran negocio que prometen el hidrógeno azul y verde. Es posible observar que el debate gira en torno a las grandes inversiones, incentivos gubernamentales, mega-proyectos y actores ya conocidos, mientras que no se observan iniciativas tales como una nueva gobernanza, que involucre efectivamente a las comunidades; políticas para incentivar los encadenamientos productivos y tecnológicos que dirijan a los países hacia modelos de desarrollo post-extractivistas; condiciones de trabajo decentes; tasas, regalías e impuestos; ni sobre el rol que debe jugar el Estado en este proceso. Ni hablar de medidas de reducción de la demanda y de eficiencia energética. 

Si la producción de H2 verde a gran escala utilizara fuentes de agua dulce naturales, vendría a complicar aún más la ya compleja situación hídrica nacional. También se deben considerar los riesgos que implica que el H2 sea un gas liviano altamente inflamable.

En Argentina hay una importante demanda interna de H2 gris, y desde 2006 está vigente una ley de fomento al hidrógeno. En tanto, desde 2018 se encuentran en discusión en el Congreso adecuaciones a la regulación que signifiquen un impulso al desarrollo de H2 verde. Desde 2008, por caso, Hychico produce H2 verde para autoconsumo y desde 2010 almacena metano verde en un pozo petrolero agotado. Luego, a mediados de 2020 la petrolera estatal YPF y el CONICET convocaron a un consorcio de empresas interesadas en el desarrollo del hidrógeno. 

A modo de conclusión, vale insistir en que el debate sobre H2 azul y verde ha sido llevado en línea de los intereses de grandes corporaciones y países del norte global. A pesar que el H2 verde puede considerarse bajo en emisiones, “los modelos a gran escala se basan en mega-proyectos neo-coloniales” (Andaluz, Monedero & Nualart). 

El hidrógeno verde tiene el potencial de transformarse en un instrumento valioso para una transición energética justa, democrática y popular en Latinoamérica, pero para esto debe abrirse un debate de cara a la ciudadanía, para evaluar sus riesgos socioambientales, acotar las expectativas y definir los usos y la escala de los proyectos, y generar un modelo de gobernanza que contribuya en una soberanía energética que mejore la calidad de vida de las comunidades. 

Si los gobiernos no hacen esto, el H2 verde será un commodity más, con las consecuencias que ya bien conocen los países latinoamericanos.

*Miembros de Taller Ecologista y del grupo de trabajo latinoamericano Energía y Equidad.

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