Rebelión por la granja

por Javier Andrada
Fotos: Flor Guzzetti
10 de noviembre de 2021

El caso de un establecimiento porcino allanado en Otamendi, Municipio de General Alvarado, es una muestra a pequeña escala de lo que representa la cría intesiva de animales. Cómo es el paisaje social en una localidad de 6 mil habitantes que alteró el reinado de la papa con la llegada de los chanchos.

A treinta y cuatro kilómetros de Miramar, se levanta el poblado de Comandante Nicanor Otamendi. Su denominación original, todavía usada por algunos, fue Dionisia. Balbina Josefina Otamendi era la dueña de las tierras y en 1910 las donó para que se construyera una estación ferroviaria con la que homenajearía a su madre: Dionisia Byron de Otamendi. Pero unos años después, las autoridades provinciales decidieron que a ese nombre le faltaba épica y eligieron el del tío abuelo de Balbina, un militar que había resistido hasta donde pudo –según la leyenda, con valor y pocos soldados– al malón del Cacique Yanquetruz en cercanías de la actual Benito Juárez. Esa madrugada de septiembre de 1855, Nicanor resultó muerto en un corral y el General Mitre lo convirtió en héroe y Benemérito de la Patria.

Otamendi es un caserío de construcciones bajas y prolijas, con sus jardines floridos y plazas vistosas por donde caminan bajo el sol, sin apuro, los estudiantes que decidieron no entrar a la escuela. Es media mañana, en la vereda de una cafetería de aspecto palermitano dos chacareros conversan animados. En los últimos meses, no se habla de otra cosa que de la denuncia penal y el allanamiento a “La Chanchería”.

El camino que lleva al criadero de cerdos Vitalpor, está rodeado de quintas y establecimientos paperos; en esta zona del sudeste bonaerense se cultiva e industrializa en forma de snacks, bastones y smiles (caras de papa sonrientes), el 54 por ciento de la producción nacional. La rutina de los 6 mil habitantes de Otamendi sólo se ve alterada una vez al año por la Fiesta Provincial de la Papa. 

En medio de ondulaciones verdes, en un campo surcado de caminos engranzados, fornios y colas de zorro, donde todo parece preparado para un aviso publicitario, se destaca “El Parque Papas”, la empresa del expiloto de Turismo Carretera Walter Hernández, una planta frigorífico con capacidad de almacenar miles de toneladas. En Otamendi, la papa es Dios. Sin embargo, en los últimos años apareció un nuevo rubro: la cría industrial de cerdos. Y alteró la tranquilidad de los otamendinos. 

Antes de llegar a la chanchería un vecino nos advierte: “Tengan cuidado que les van a largar los perros; desde que empezaron las inspecciones, hacen eso”. Pero lo primero que aparece es más peligroso que los perros. Un empleado de Vitalpor fumiga con mochila, sin máscara ni indumentaria que lo proteja, el borde del alambrado. Esta práctica –tan común como dañina– une a privados y al Estado; el mismo método se usa en parques y plazas públicas para “quemar las malezas” o simplemente para evitar cortar el pasto. El glifosato también es Dios.

 

Algo huele raro

Por el alto precio de la carne vacuna, los cortes de cerdo se dispararon en la Argentina. Actualmente se consumen en el país 16 kilos por año por persona, un quinientos por ciento más que en 2010. En 2002 el país producía 136 mil toneladas, mientras que en 2020 superó las 775 mil toneladas. 

Vitalpor es un establecimiento industrial de nivel medio, dice Alejandro Lamacchia, apoderado, socio en la empresa y, además, presidente de la Asociación de Productores de Cerdos de la Provincia de Buenos Aires. También asegura que cuando se instalaron en este lugar, no hubo demasiados reparos por parte de la comunidad. Pero en los últimos años el crecimiento fue sostenido (500 madres y 5 mil lechones) y empezaron los olores, después las quejas de los vecinos y, por último, la denuncia penal del Municipio de General Alvarado

Varias naves alojan a los cerdos que son engordados en el menor tiempo posible a base de pienso, un compuesto de cereales y vegetales donde predomina el maíz transgénico. A un costado, está el campo donde arrojan los purines, el líquido que resulta de la limpieza de la orina y los excrementos de los cerdos. Cada animal produce entre 4 y 7 litros al día.

Los purines en la cría intensiva se convierten en un problema, y la pretensión de usarlos como abono choca contra la imposibilidad de absorber tanto líquido por parte del suelo. Además, son altamente contaminantes por su contenido de nitrógeno y el fuerte olor amoniacal. El exceso de estiércol provoca que los nitratos terminen filtrándose a las napas y contaminando acuíferos.

“Tengan cuidado que les van a largar los perros; desde que empezaron las inspecciones, hacen eso”. Pero lo primero que aparece es más peligroso que los perros: un empleado de Vitalpor fumiga.

Los habitantes de esta zona de Otamendi conviven como pueden con el establecimiento industrial. “Soy propietario desde hace poco, voy todos los fines de semana, y las denuncias no son nuevas, existen desde hace tiempo por los olores nauseabundos”, relata Santiago, que vive a pocas cuadras.

Pese a que Vitalpor trasladó animales al nuevo predio del paraje La Ballenera, el olor se siente todavía y mucho más cuando se acerca el verano. Los vecinos mandaron a hacer análisis en el agua porque temen que ya esté contaminada. Santiago relata: “Invitás a amigos y familiares a pasar el día, a estar afuera en el parque, y no podés por los olores. Había animales muertos, tirados ahí en un pozo, esos líquidos se filtran a las napas. Acá no hay agua corriente. Nuestro mayor miedo es ése. Vos le preguntás a cualquier habitante del pueblo y va a decir lo mismo”. 

Para Lamacchia, por el contrario, la situación está por encaminarse. El propietario defiende sus instalaciones: “Es un establecimiento modelo, hemos pasado todas las inspecciones que tuvimos, y con el biodigestor se va a solucionar, queremos mantener una buena relación con la vecindad”.

Decenas de cerdos muertos, hinchados y semi sumergidos en un líquido marrón, se apilaban en un foso junto a un tanque oxidado de 200 litros y bolsas de basura cuando la empresa fue allanada por orden del Juzgado de Garantías 4 (Departamento Judicial Mar del Plata). Del operativo también participó personal del Organismo Provincial para el Desarrollo Sostenible (OPDS) y de la Autoridad del Agua (ADA). Encontraron una conexión clandestina, falta de gestión de residuos especiales y vuelcos sin tratamiento, entre otras irregularidades.

El fiscal Rodolfo Moure confirmó que están trabajando a la espera de los resultados de las muestras que tomaron y que la ADA tiene facultad para clausurar la planta, que por ahora sigue funcionando, en caso de contaminación del agua. Tampoco descartó que la causa pueda pasar a la Justicia Federal.

En un caso similar al de Vitalpor, la Cámara Federal de Apelaciones confirmó los procesamientos de siete directivos de la fábrica de harina de pescado Coomarpes “por contaminar con desechos peligrosos para la salud”. El pasivo ambiental se produjo en las playas linderas al puerto de Mar del Plata. Para el tribunal, “los directivos decidieron con conocimiento y voluntad (dolo directo) desechar residuos contaminantes por los pluviales”. Además, se les trabó embargos de dos millones de pesos. Coomarpes virtió, desde 2002, desechos tóxicos que generaron contaminación y olores nauseabundos en los barrios Puerto, Punta Mogotes y Colinas de Peralta Ramos.

Lamacchia ironiza sobre Vitalpor: “Los malos olores se dan cuando hay alta temperatura y viento del norte. Se tienen que alinear los planetas para que eso suceda”.

"La homogeneidad genética y el hacinamiento hace que esos animales estén inmunodeprimidos, y con esto aparecen las enfermedades."

 
De Otamendi a la China

Parque Bristol es la transición entre el monte y el mar. El punto donde se encuentran la inmensidad de la llanura pampeana y el océano infinito. Cercano al centro de Miramar, en este barrio con aire rural –convertido en reserva forestal– conviven familias jóvenes en un entorno de eucaliptos, techos verdes, paredes de barro y caballos pastando mansos al borde de la calle.

Diego Vega, secretario de Ambiente de General Alvarado, lo eligió para vivir cuando se mudó desde Mar del Plata. Llegó a ese cargo en el Gobierno del actual intendente Sebastián Ianantuony (Frente de Todos) tras haber sido titular de Planeamiento Urbano. En su época de estudiante en la facultad de Arquitectura militó en agrupaciones vinculadas al Partido Comunista Revolucionario. Hoy reparte su tiempo entre la función pública y su tarea como presidente de la Cooperativa Greda, un proyecto comunitario de bioconstrucción, una vuelta a la ayuda mutua que practicaban los pueblos indígenas, y al uso de materiales naturales que permiten reducir costos y disponer de ambientes más cálidos en invierno y frescos en verano.

Sobre el episodio Vitalpor, Vega asegura que el municipio acompañó a la empresa desde el principio, “poniéndoles el oído, tratando de conseguirles subsidios, de aprobarles líneas de crédito” y reconoce que en el ordenamiento territorial hay una línea delgada entre lo rural y lo urbano: “La granja de cerdos está a dos kilómetros del centro de Otamendi, en el límite”.

–¿La denuncia penal a la empresa se hizo porque se agotaron todas las instancias?

–Les conseguimos asistencia técnica para que puedan instalar el biodigestor, pero el reclamo de los vecinos era cada vez más fuerte. Llegás a un punto en que decís “este tipo no hizo nada, promete mejoras que nunca cumple”. Llamamos a Policía Ecológica y nos recomendaron hacer la denuncia penal después de varias inspecciones. Nunca resolvieron el tratamiento de esos efluentes, los tiraban directamente al campo vecino, cuando soplaba viento norte el olor de los excrementos inundaba todo el pueblo. La inacción se iba acumulando y nos iba a llevar puestos a todos.

–¿Es muy costosa la instalación del biodigestor?

–No, hay que pensar que es una producción industrial que no se está haciendo de manera adecuada y entender que hay daño ambiental. A medida que la empresa va creciendo, las inversiones son mayores y los problemas más complejos. Si esto hubiera arrancado con los procesos adecuados, con pequeñas plantas de tratamiento, hubiera sido más fácil. 

–El proyecto de megafactorías de cerdos para exportar a China generó polémica, ¿cuál es tu opinión a partir de esta experiencia con la granja de Otamendi?

–El mundo nos está exigiendo otro compromiso, tenemos que cambiar nuestros consumos; cambiar la manera de alimentarnos, la de relacionarnos y hasta la de producir. Las megafactorías porcinas no resuelven la problemática de fondo que tiene que ver con otro tipo de producciones, más afianzadas en el territorio, pensando en la agricultura familiar, en procesos agroecológicos. Hay que cambiar esos esquemas. Es una lucha difícil, un camino complejo, pero entiendo que va por ahí y es el cambio que venimos impulsando.

 

La máquina de hacer chorizos contaminantes

Marcos Filardi es abogado especializado en soberanía alimentaria y derechos humanos. Como a muchos –salvo a los formadores de precios–, le preocupa el hambre en Argentina, el país de la abundancia de alimentos. Apasionado y verborrágico, es uno de los autores del libro 10 mitos y verdades sobre las mega factorías de cerdos que buscan instalar en Argentina. Advierte que este modelo de intensificación productiva animal es violatorio de nuestros derechos humanos. Los animales hacinados en superficies pequeñas están sometidos a condiciones de estrés y son propensos a contraer enfermedades. 

La homogeneidad genética y el hacinamiento hace que esos animales estén inmunodeprimidos, y con esto aparecen las enfermedades. Y entonces se recurre al uso de antibióticos. ¿Cuál es el problema asociado? El 80 por ciento de los antibióticos que se usan hoy están destinados a los animales, cerdos, pollos, vacunos, salmones y truchas. ¿Y adónde van a parar? A las heces de los animales, las excretas que terminan contaminando el agua con presencia de bacterias que se hacen súper resistentes por la acción de los antibióticos”.

Filardi cita una investigación de la Universidad Nacional de la Plata, liderada por el doctor en Bioquímica Damián Marino, que reveló la presencia de residuos de antibióticos en distintas cuencas fluviales de nuestro país: “Cuando comemos carne o tomamos leche o bebemos agua, sin saberlo estamos incorporando antibióticos a nuestro cuerpo, en forma silenciosa. Y eso está asociado al fenómeno de la resistencia bacteriana, uno de los principales problemas de salud pública y que provoca 800 mil muertes por año”. 

A un costado, está el campo donde arrojan los purines, el líquido que resulta de la limpieza de la orina y los excrementos de los cerdos. Cada animal produce entre 4 y 7 litros al día.

 
Afuera también se consiguen

Sergi Solá y Jesús Soler, del Grupo de Defensa del Río Ter, caminan por un bosque donde solo se escucha el trino de los pájaros. Un arroyo de agua fresca serpentea ligero, cristalino. O por lo menos es lo que parece. Seguidos por una cámara de la Televisión Española (TVE), los ecologistas toman muestras. El líquido que recogen en un frasco se ve marrón y no se puede beber, contiene más nitrógeno del aconsejable: “Estamos por encima de los 160 miligramos por litro; a partir de 50 miligramos se considera que ya no es potable para uso humano”, explican. La mitad de los acuíferos de este rincón de Cataluña están contaminados. 

La comarca de Osona, a una hora de Barcelona, se convirtió en una de las zonas más contaminadas de España a partir de la proliferación de las granjas industriales de cerdos. Hoy es considerada “zona vulnerable”. Sus habitantes solo pueden tomar agua embotellada. 
España es el cuarto productor mundial de cerdos. En las cuatro mega-granjas de Osona se matan 25 mil animales por día. 

La producción intensiva también es el caldo de cultivo de zoonosis de todo tipo. Las enfermedades transmitidas de animales a seres humanos han sido diversas en las dos primeras décadas del siglo. La gripe porcina, que se originó en las granjas Carroll en México, es un claro ejemplo. La estadounidense Smithfield Foods, principal productora de cerdos a nivel mundial, es dueña del 50 por ciento de Carroll.

Joseph Luter III, director ejecutivo de Smithfield, vive en un lujoso condominio de Manhattan y se mueve por el mundo en yate y avión privado. Acusa a los vegetarianos de neuróticos y se definió a sí mismo –ante el periodista Jeff Tietz, de Rolling Stone– “como un hombre rudo en un negocio rudo”. En 2019, la compañía generó utilidades por 1.400 millones de dólares. 

"Las megafactorías porcinas no resuelven la problemática de fondo que tiene que ver con otro tipo de producciones, más afianzadas en el territorio, pensando en la agricultura familiar, en procesos agroecológicos."

Durante la pandemia de coronavirus, sus plantas se mantuvieron operativas y no pararon un solo día. Luter III ofreció a sus empleados un bono de 500 dólares si no se reportaban enfermos ni faltaban. En abril de 2020, el frigorífico de Smithfield en Carolina del Norte se convirtió en el principal foco de COVID-19 de Estados Unidos. Los trabajadores denunciaron que ni siquiera les habían entregado tapabocas. 

 

Los daños colaterales de la granja

Filardi vuelve a interpelarnos: “¿Qué genera ese hacinamiento de animales, esto que ustedes pudieron ver en Otamendi? Nadie quiere a las granjas cerca de su casa por los olores nauseabundos, dondequiera que se han establecido generan conflictividad social. Y esos olores, por lo que pudimos relevar en la literatura científica, también están asociados a los trastornos psicológicos en la población aledaña a la producción industrial”.

¿Por qué pasa esto? “Porque una de las ventajas competitivas que ofrece Argentina es la amplia disponibilidad de soja y maíz transgénicos que es la base de alimentación de estos animales”. Las consecuencias: “Se profundizan los desmontes para plantar más soja y maíz, implica más fumigaciones, problemas en la salud de los habitantes aledaños, destrucción de los polinizadores y, al mismo tiempo, la afectación a la disponibilidad del agua”.  

El problema es global y la contaminación aún es vista como un daño colateral de la producción a gran escala. Las ganancias de la cría intensiva de cerdos son siderales debido a las pariciones múltiples y el rápido crecimiento de los animales: las cerdas madres pueden parir dos veces al año y su productividad se mide en capones (cerdos listos para la faena); en Argentina esa cifra trepó a 22 capones por madre al año. 

Es mediodía. Varios perros ladran detrás de la tranquera de la granja de Lamacchia, los camiones van y vienen llevando alimentos para los cerdos que se hacinan en jaulas de dos metros por uno. Animales que nunca verán la luz del sol que brilla sobre las colinas de Otamendi. El empresario y dirigente porcino afirma que la pandemia favoreció al sector porque mucha más gente se volcó al consumo de carne de cerdo, y estima que para el año 2025 se alcanzarán los 25 o 26 kilos por persona, casi el doble de lo que se come ahora.

Vitalpor no solo es una muestra de mal desarrollo, también es un adelanto de lo que vendrá en la producción intensiva de animales. Un modelo a medida de las potencias que demandan cada vez más alimentos (el gran faro de los productores es China) y que genera ganancias para pocos a costa del sacrificio de las mayorías. Un capítulo más del modelo extractivista.
 

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