Estudiar en situación de calle

por Nelson Santacruz
Fotos: Agustina Salinas
17 de abril de 2023

La escuela Isauro Arancibia, en el barrio de San Telmo, educa y contiene a pibes y pibas de la calle desde hace más de 20 años. Lejos de los discursos rimbombantes y de la grieta, lidian diariamente con situaciones críticas que ningún gobierno contempla. ¿Cómo estudiar cuando tenés la panza vacía y un destino incierto?

El último día de marzo murió una beba de tres meses, que vivía en la calle, al lado de la Casa Rosada. Murió ahí, en las narices de la gestión larretista, a la vuelta de la casa principal del gobierno nacional. Pero ella, esa beba que no tiene nombre, de la que no se habló más, es parte de un entramado de infancias avasalladas en todo el país: sin las cuatro comidas aseguradas, sin abrigo suficiente, sin un techo y sin la prensa agobiada por una realidad que no hace más que crecer. El inicio de clases para las niñas, niños y adolescentes que viven bajo un puente o duermen envueltos en un cartón en cualquier avenida de las principales ciudades del país tiene muchas particularidades atravesadas por un problema común: la violencia estatal. 

Los útiles aumentaron más del 100% en el último año. El INDEC señala que hay unas 18 millones de personas bajo la línea de la pobreza. Las organizaciones sociales de la Ciudad de Buenos Aires, hacia 2019, demostraron que hay más de 7000 personas en situación de calle. El último Censo Nacional de Población, con resultados provisionales y contradiciendo a las organizaciones, arrojó datos de la población en calle en toda Argentina de 2.962 personas: 903 en CABA.  Y Unicef, basado en la Encuesta Permanente de Hogares, cotejó que hay más de 8 millones de niños y niñas que “experimentan carencias monetarias o de algunos de los derechos fundamentales”. Muchos datos y los hay aún más, cada uno más terrible que el otro, que se contradicen, que discute con el que pone el cuerpo todos los días y el que es usado en determinado momento para los discursos más rimbombantes. 

El Presidente Alberto Fernández abrió las sesiones ordinarias el primero de marzo y Horacio Rodríguez Larreta dio también su última apertura de sesiones ordinarias en la Legislatura porteña. Ambos, fuerzas políticas de la famosa grieta, dibujaron un país o una ciudad próspera en torno a lo educativo. El gobierno del primero desinfla exponencialmente la cantidad de personas que circula sin rumbo por las calles y el segundo se jacta diciendo en su discurso: “En esto somos claros, sin buenos docentes, no hay buenos estudiantes ni buenas escuelas”. La Isauro Arancibia, institución con más de 20 años de vida trabajando con pibes y pibas de la calle, refuta con la experiencia cualquier número o frase: La situación es crítica en todos los niveles imaginables.  

“Me ha tocado ver adolescentes llegando con sobredosis a cursar, niñas que están en la red de trata o niños de 14 años con VIH"

Martina Matusevich enseña comunicación desde 2007 en la Isauro Arancibia. Allí, sobre Paseo Colón al 1300, el Gobierno de la Ciudad gasta millones de pesos en la construcción de un nuevo metrobús, mientras esta institución educativa lidia en la misma esquina con más de 900 historias al año de personas en situación de calle que, al terminar de estudiar, vuelven a dormir debajo de algún puente o sobre alguna vereda con un colchón improvisado: “Hay muchas características de miserabilidad en la población de nuestros estudiantes. Muchos tienen VIH, hepatitis o transitan el embarazo desde la adolescencia. Es muy delicado”, afirmó Martina. Y nos da pie a reflexionar: ¿Nos pusimos a pensar alguna vez cómo es comenzar las clases para ellos y ellas? “Uno debe comprender que con los pibes y las pibas no es decirles que vengan a tal hora, sentarse y prestar atención. Las docentes buscamos estrategias para que el chico se comprometa con este proyecto que está al servicio de su necesidad, de su deseo y de su futuro”. No es fácil porque las vulnerabilidades, como señala Matusevich, están trazadas por una infancia absolutamente postergada: “Lo primero que hay que enseñar es que la escuela no es la calle, que hay normas y modos de vincularnos. Muchas veces quieren todo: pizarrones, cuadernos, sillas… hay personas de 50 años que parecen de seis en este sentido. Aman su cuaderno porque es parte de una reivindicación de una infancia perdida y es hermoso”. El aprendizaje no deja de ser circular, “entre berretines, culturas y costumbres una no puede bajar línea, decirles qué es lo que está bien y qué es lo que está mal”. ¿Cómo estudiar cuando tenés la panza vacía y un destino incierto? Las docentes de la Isauro nos ayudan a reflexionar.

−¿Cuál es la transversalidad desde el feminismo para abordar todos estos puntos que mencionás?
−Martina: Acá practicamos el feminismo desde siempre. Primeramente porque la Isauro está fundada por mujeres, muy poderosas, que resistieron la dictadura.  Ahí es cuando trabajamos desde el cuidado y el respeto para que las niñas, juventudes y las adultas puedan culminar sus estudios. Por eso construimos un materno infantil y un jardín y también abordamos la violencia de género en las parejas que vienen.

LA ESCOLARIDAD EN CONTEXTO DE VIOLENCIA 

“La política del Larretismo es llevar de noche el Operativo Frío, que consta de un cuellito de polar, un paquete de galletitas y un cafecito a la gente que al día siguiente es manguereada por ‘Espacio Público’ para que abandonen el lugar”, arrancó Lila Wolman, otra de las integrantes de la Isauro Arancibia. Su acotación es clave para comprender el contexto en el que muchos de los pibes y pibas tratan de terminar la primaria o la secundaria. Y nos reforzó la situación que Martina nos pinceleaba antes: “Nuestros pibes están cayendo como moscas. Me ha tocado ver adolescentes llegando con sobredosis a cursar, niñas que están en la red de trata o niños de 14 años con VIH. Espeluznante”. En ese lugar con 10 aulas en el primer piso, los talleres de la planta baja, el jardín de infantes, el subsuelo donde se sostiene la juegoteca, el comedor y un espacio propio que funciona como hogar casi 100 docentes y militantes se rebuscan todos los días para idear estrategias de contención a estas realidades. 

−Lila, dijiste que los pibes están cayendo como moscas. ¿Con qué lidian a la hora de desarrollar los contenidos educativos?
−Mirá, nosotras laburamos con bebés de 45 días en adelante, un grado de nivelación para infantes de entre seis y catorce años. No podés esperar que lleguen puntuales y con la mochila llena. Lo mismo en nuestro nivel secundario o el taller de oficio que sostenemos. El único sueño que nos mueve es que el chico que viene a estudiar no salga de la escuela para ir debajo de un puente…

−Esto es lo más común, ¿no?
−Claro. Por todo estos factores la trayectoria de estos nenes y nenas no es lo mismo. Y a lo que cuento se le suma un deterioro enorme en las políticas de infancias en CABA. Nos ha pasado, por ejemplo, acompañar a familias que fueron reprimidas por doce policías que se llevaron a cinco niños de una habitación de hotel donde dormían con su mamá. ¿Esa es la presencia del Estado? Después claro, se horrorizan si de ellos brotan situaciones de violencia cuando sus crianzas pasan por intervenciones catastróficas.

"El único sueño que nos mueve es que el chico que viene a estudiar no salga de la escuela para ir debajo de un puente"

Tanto Lila como Martina saben que esto no es gratuito. Las tensiones con las políticas del Gobierno de la Ciudad, con una perspectiva muy diferente a la Isauro Arancibia, no dejan de existir. “Estos años hemos tenido situaciones de peligro y de mucha lucha, nos han mandado interventores y hay un hostigamiento latente. Estamos atravesadas por el miedo pero vamos adelante con ese miedo, así resistimos”, resume Lila. Las articulaciones permiten abordar muchos de los conflictos que estos pibes y pibas atraviesan. En el comedor del espacio se cocinan 300 raciones, Sedronar interviene para acompañar y hay asesoramientos psicológicos: “Con el tiempo nos dimos cuenta que hay que laburar de manera integral. No podemos separar la educación de la comida o el acceso a la vivienda”. 

−¿Cómo tomaron desde acá el Censo que dice que solo hay 2962 personas en calle en el país?
−Lila: No es más que otra expresión de la política nacional y de la ciudad para negar a esta población. La gente de la calle está invisibilizada. No nos sorprende para nada que tiren estos números porque hay un enorme desconocimiento de lo que pasa en los territorios. Desde la Isauro, cada vez que buscamos a las familias, pasamos mínimo tres veces por las esquinas porque la dinámica familiar de la gente de la calle es moverse todo el tiempo. Es una decisión política no mostrarlos y es común este divorcio entre el Estado y las organizaciones que trabajamos desde abajo. Es necesario que de una vez por todas, si el Estado quiere generar políticas públicas serias, respete los saberes de las organizaciones.


LA VOZ DE SELVA

Selva López González cumplió 40 años recientemente. Conoció el Isauro Arancibia hace siete años, cuando llegó a Buenos Aires de su Uruguay natal: “Bajé del barco y pasé agonías por ser mujer, negra y por lucir una determinada postura varonil”. Desde entonces, a pesar de nunca haber estado en calle, tuvo que dormir en los rincones de Tribunales o en las esquinas del Congreso: “Hubo veces que fui incapaz de sostener un alquiler o mi comida”, recuerda la que el año pasado logró terminar sus estudios secundarios en esta institución. Selva fue “Juan” para sobrevivir, para transitar las calles y todas sus violencias. “En aquel tiempo me robaron mi identidad, mis pertenencias, me han metido presa… Esa fue la bienvenida a Buenos Aires”. Adoptar ese disfraz quizá haya sido una de las tantas situaciones represivas que se naturalizan en las calles porteñas hasta la fecha: “Murió esta beba de tres meses hace poco, mueren compañeros todos los días en la calle a causa de la sociedad clasista, que nos quema, maltrata y que nos ven como cosas”. El silencio no puede ser opción. Ella recuerda las veces que ha ido a estudiar a la Biblioteca Nacional cuya entrada nos da un panorama de ancianos y jóvenes durmiendo desde hace décadas sin un techo propio. 

−Si bien ya no estás en la calle, seguís caminando las calles colaborando para cambiar esas realidades. ¿Qué ves?
−Selva: La calle no es lo que nos muestran: vagabundos, drogadictos o borrachos. Hay muchísima diversidad de escritores, profesionales, jubilados, migrantes de las provincias o de otros países, con muchos problemas de salud e injusticias. Historias. Yo no abandoné la calle, hoy tengo trabajo y trato de forjar mi futuro pero sigo mirando la angustia de la supervivencia, como muches son rechazades por su identidad. 
−¿Cuál es la reflexión que tenés sobre las infancias en la calle?
−Falta lo básico: abrigo, buena cama, panza llena y paciencia. Las niñas y los niños muchas veces no tienen papás presentes porque muchos están tomados por los conflictos de salud mental o adicciones. Es decir, las infancias de la calle no solo están pensando en dónde ir a pedir qué comer sino también en estudiar para sacar a sus familias de la calle. Tienen claro que tienen que salir de esa situación, pero no pueden solos.

Selva resaltó el antes y el después de conocer el Isauro, el compañerismo y la contención de esta institución. Hablamos de las inundaciones cloacales que interrumpieron las clases y que hasta mitad de marzo, literal, llenó de mierda los pasillos del aula. De lo difícil que es que el Gobierno de la Ciudad actúe en consecuencia y lo que implica, para ella, ese espacio: “Yo incentivo a los compañeros a salir de la calle y a lidiar con la violencia institucional. El Isauro te recibe, te abraza y te contiene”, sostuvo. Hoy, contenta por haber culminado sus estudios, no queda al margen de la realidad de tantas otras y otros que aún sobreviven en la intemperie.

−¿Algo que quieras añadir, Selva, como egresada de esta escuela?
−Ojalá que el Estado, de una vez por todas, ponga lo que tenga que poner para valorarnos, para que el Isauro siga resistiendo. Hay muchísima gente en la calle y ahí hay cabida y espacio para ellos. Agradezco que los medios le den un lugar a los silenciados por un gobierno que nos invisibiliza y cataloga como seres de la "barbarie", como pensaba Sarmiento. El Isauro nos educa desde el deseo, las emociones y el amor, eso no se ve casi en ningún lado.

 

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