Cosechar la lucha: voces de la resistencia agroecológica

por Facundo Lo Duca
Fotos: Rodrigo Ruiz
29 de septiembre de 2023

Revista Cítrica asistió al Encuentro Provincial de Pueblos Fumigados en Lincoln, provincia de Buenos Aires. Desde una escuela recuperada por una comunidad mapuche ranquel, convertida hoy en un proyecto agroecológico, diferentes organizaciones, asambleas y la misma comunidad Rupu Antu Linkoln debatieron sobre el futuro ambiental del país. Las luchas del mañana. Las conquistas de hoy. Historias de héroes anónimos para un futuro mejor.

Damián Wanka

Damián Wanka

Damián Wanka hunde sus manos en un pozo de agua al lado de un molino desvencijado.  Lo hace ahora, un sábado por la tarde en medio del Encuentro Provincial de Pueblos Fumigados, una jornada que reúne a referentes de la lucha ambiental contra corporaciones y estancieros que usan agrotóxicos a mansalva en sus cosechas. Pero Damián, integrante de Rupu Antu, una comunidad mapuche ranquel, también lo hizo la semana pasada. No hay agua, dice. “El único pozo que tenemos se está drenando”, cuenta Wanka, mientras se seca la transpiración de la frente. “Acá es así”. 

Acá, un paraje inaccesible y terroso de Lincoln, provincia de Buenos Aires, rodeado de campos desolados. Acá, alguna vez, funcionó una escuela. 

Durante los años ’90, con la llegada del modelo sojero a la producción rural, los dueños de los campos aledaños a la escuela vendieron sus tierras y se fueron a otras ciudades. Sin niños que asistieran, el edificio quedó en desuso. “Una familia ocupó el terreno en 2001, pero se enfermaron por las fumigaciones”, cuenta Wanka, quien vive en Lincoln, el pueblo más próximo. Cuando él y el resto de sus compañeros de la comunidad Rupu Antu se enteraron que el lugar estaba abandonado, y al borde del derrumbe, decidieron habitarlo llevando un proyecto agroecológico. Lo comunicaron al consejo escolar de Lincoln y en 2021 entraron por primera vez.

“Todo este territorio es mapuche”, dice Wanka y dibuja una línea imaginaria con el dedo. “Nuestros tatarabuelos lo habitaban y fueron despojados hace 150 años”, explica. Lo primero que la comunidad hizo fue refaccionar el espacio con ayuda de algunos vecinos. Luego fueron por el agua. Una primera perforación los proveyó por unos meses hasta que las napas se secaron. Hicieron otra, pero solo obtuvieron agua salada. Y es la que usan hoy.

“Nuestro objetivo principal es demostrarles a los productores locales que se puede sembrar sin agroquímicos”

A través de un proceso arduo de adaptación de semillas que duró un año, los integrantes de la comunidad lograron tener una huerta fértil. Perejil, acelga, rúcula, rabanito. La siembra había empezado a dar resultado. De un suelo muerto y abandonado a producir alimentos económicos y libre de tóxicos para su venta. La agroecología en su máxima expresión. Sin embargo, allí comenzaron los problemas.

Algunas noches, entre la espesura del monte, escuchaban el ruido de camionetas y veían linternas que los apuntaban. Hasta que el sonido de las balas los hacía correr a campo traviesa. “Algunos terratenientes querían que nos fuéramos”, dice Wanka. “Nos disparaban para amedrentarnos. No les gustaba que una comunidad mapuche levantara este espacio, pero lo hicimos y estamos orgullosos”. Desde entonces, la escuela agroecológica “Kelu Mula” (mula colorada en mapuche), funciona como un espacio comunitario y fue elegida como la nueva sede del 13° Encuentro de Pueblos Fumigados.

Bidones de glifosato

Bidones de glifosato

Un vecino de un campo cercano acaba de entrar con unas herramientas para ayudar con el bombeo del agua. Es corpulento y viste una boina y botas, el clásico atuendo de hombre rural. Damián lleva una vincha azul y un cinturón ancho de cuero. Entre los dos hunden las manos en el pozo. “Nuestro objetivo principal es demostrarles a los productores locales que se puede sembrar sin agroquímicos”, explica Wanka. “Vemos un cambio de paradigma entre los que tienen campos chicos. Mostramos otra alternativa para cosechar sin invertir grandes sumas de dinero. Nuestras semillas son adaptadas a este ecosistema y usamos plantas medicinales para combatir las plagas”, detalla.

"Sin luz, ni agua, en tierras infértiles y amenazados. La historia del pueblo mapuche,  no cambió mucho. “A nuestros antepasados les ocurrió justamente lo mismo”

Elisinda Lairia tiene 63 años y llegó al encuentro desde Malvinas Argentinas, Córdoba. Tiene las manos gráciles y habla despacio, como forzando los pulmones. Su lucha, cuenta, es para dejarle un mejor futuro a su hijo, con un ambiente sano y libre de contaminación. Sin embargo, la principal batalla de Elisinda se libra dentro de su cuerpo, un duelo silencioso que deteriora su salud lentamente.

En 2007 le detectaron varios químicos en su sangre. Su casa en un humilde barrio de Córdoba estaba al lado de una molienda de bidones con glifosato. “Desde mi ventana veía los envases apilados con un líquido adentro”, recuerda Lairia. “Yo sentía que me estaba muriendo, pero en esa época no se hablaba de agrotóxicos”. 

Cuando fue al médico, la enviaron a hacerse un análisis toxicológico. Lo mínimo que una persona puede tener de químicos en su sangre, le explicaron los especialistas, es el 0,3%. A ella, tras los resultados, le detectaron 0,28%. “Me puse a llorar porque te secas por dentro, como le pasó a Fabián Tomasi”, cuenta.

Fabián Tomasi fue un extrabajador de una empresa de fumigaciones de Entre Ríos que murió en 2019. Las imágenes de su cuerpo consumido por los agrotóxicos fueron retratadas por el fotógrafo Pablo Piovano y pusieron de manifiesto hasta donde puede llegar “el costo humano de los agrotóxicos”.

“ ¿Cómo no voy a salir a pelear contra las fumigaciones? ¿Cómo no vamos a salir a luchar para que dejen de tirar veneno cerca de la gente?”

Merlina Albizú participa de la multisectorial 41 contra el agronegocio de General Rodríguez, Buenos Aires y junto a otros compañeros impulsa la CALE (Campaña Por Agua Limpia en las Escuelas), una iniciativa que busca visibilizar la contaminación a la que muchas escuelas de la provincia están expuestas. La CALE nace en 2021 en Tandil, cuando un equipo técnico de la Universidad Nacional de Mar del Plata detectó la presencia de agrotóxicos en el agua de varias instituciones.

“Exigimos análisis en todas las escuelas posibles y acompañamos procesos de formación de ordenanzas para que se resuelva la problemática”, explica Albizú. Pero el principal problema, detalla la militante, no es que no existan leyes municipales que protejan el medioambiente, sino que no se cumplen. “No hay respuestas estatales. Nos dicen que no hay presupuesto o que el organismo encargado de controlar eso depende de otro”, cuenta.

Entre 2020 y 2021, algunas organizaciones autogestionadas realizaron exámenes de calidad de agua en distintos municipios bonaerenses. En Lobos encontraron 11 agrotóxicos en el agua subterránea; en Tandil hallaron 16, mientras que en General Pueyrredón detectaron altos niveles de glifosato en 5 establecimientos. En La Matanza una escuela informó un caso de intoxicación por glifosato de una familia entera y en Exaltación de Cruz encontraron presencia de agrotóxicos en el agua de red. 

“La justicia tiene visión extractivista. Pero es importante interpelarla y no quedarnos callados”

El auto de Fernando Cabaleiro, abogado ambiental, recorre bruscamente los caminos de tierra linderos a la escuela. “Muchos chacareros se llenan la boca hablando de buenas prácticas y tiran los bidones de plaguicida por ahí”, dice el abogado. Los bidones, señala Cabaleiro, permiten tener una especie de relación entre la cantidad de agrotóxicos en cultivos que utilizan y las hectáreas declaradas. “Cuando blanqueas tu bidón estás blanqueando las hectáreas”, explica. “Por eso muchos los esconden o los tiran por ahí. Porque muchas tierras están flojas de papeles”.

Elisinda Lairia.

Elisinda Lairia.

Cabaleiro estuvo presente en la mayoría de las luchas ambientales que las asambleas y organizaciones del encuentro impulsaron. De hecho, fue denunciado penalmente por Patricia Bullrich en 2018, cuando la actual candidata a presidenta comandaba el Ministerio de Seguridad. Cabaleiro integraba un grupo de abogados que representaba a la comunidad mapuche en el marco de la desaparición forzada de Santiago Maldonado. 

Su historia con la defensa del medioambiente, sin embargo, arranca mucho antes, una tarde calurosa de 2007, en la localidad bonaerense de Alberti. Fernando había ido a visitar a su madre junto a sus hijos cuando escuchó el ruido de una avioneta fuera de la casa. Al salir, vio al aeroplano liberando un líquido ambarino prácticamente a metros de donde estaban.

Cuando le preguntó a su madre si sabía qué estaba pasando, ella le respondió: “están fumigando” y se rascó el brazo. “Pica un poco nada más”, le explicó con una tranquilidad que lo perturbó. La imagen de su madre rascándose el brazo hizo que llevara adelante una lucha judicial que hasta el día de hoy no abandona: el derecho a vivir en un ambiente sano.

El auto frena al costado de un terreno. El pasto, opaco, mullido, parece una mesa de billar. Entre los pastizales hay un bidón blanco tirado. ¿Es posible que sea el mismo que Elisinda miraba desde su ventana en Córdoba o los que se usan cerca de las escuelas bonaerenses? “No hay biodiversidad. Ves la muerte”, dice Cabaleiro. “Esto es el resultado del modelo actual”.

Fernando Cabaleiro.

Fernando Cabaleiro.

De las luchas judiciales actuales, el abogado destaca la de Lobos, donde una organización impulsó en agosto el proyecto PIS (Pesticida Insertado Silenciosamente). El mismo consistió en tomar muestras de orina a diferentes vecinos de esa localidad en donde se les detectaron grandes cantidades de agrotóxicos. Uno de cada seis habitantes de la ciudad, explicó el informe final, estaba contaminado.

Eso permitió que se presente una medida cautelar para aumentar las distancias de fumigaciones entre los terrenos y la población. Hoy, según la ley vigente, es de 500 metros. “Las distancias son un paliativo porque muchos no las respetan”, detalla Cabaleiro.

“Ayudan, pero hasta que dejen de usar veneno, no van a bajar los índices de enfermos”. Las acciones judiciales, sin embargo, tienen un efecto disuasorio. Muchos jueces de primera instancia suelen tomar las denuncias por contaminación, obligando a las empresas a dejar de fumigar o retirarse del lugar. Pero cuando el caso llega a la Suprema Corte, todo cambia. “La justicia tiene visión extractivista. Pero es importante interpelarla y no quedarnos callados”, dice el abogado.

El atardecer en la escuela Kelu Mula se impone. Los lienzos naranjas se difuminan y para Margot Goycochea, de 79 años y una de las fundadoras del Encuentro de Pueblos Fumigados, no hay mejor postal. “Hay que mirar más las estrellas”, dice. Goycochea realizó el primer encuentro en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, durante los años ’90.

En aquel tiempo, recuerda, el desmonte era frenético. “Venían camiones y se llevaban todos los árboles que podían. También fumigaban a mansalva”, cuenta Goycochea. Se hablaba más de Monsanto que de agrotóxicos, pero “se luchaba igual que ahora”. “Es muy importante que los jóvenes puedan continuar nuestra lucha. Sin internet, dimos batallas memorables”, dice, riendo. 

El Encuentro llega a su fin. La noche en el paraje permite apreciar la parsimonia del monte, el frío que arrecia todo al rededor. Un fogón y una comida compartida será el final de la jornada. Tan solo dos días después, sin embargo, una noticia llega: acaban de fumigar a metros de una escuela en la localidad de Vedia, al noreste de Buenos Aires. “Los padres y sus hijos se tapaban la cara por el ardor”, cuenta Maximiliano, un vecino de Vedia que participó del encuentro. “Estamos viendo en dónde radicar la denuncia”, explica. “Gracias a diferentes compañeros vamos a poder poner un freno a esto de una vez por toda”, dice. De una vez por todas, repite.

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