Si ella fuera Maradona...

por Ayelén Pujol
12 de abril de 2019

Marina Nogueyra nació en Corrientes y vivió en Villa Fiorito, su pasión es el fútbol y es talentosa en lo que hace. Vivió a tres casas de la del Diez y pateó la pelota en el mismo potrero. Dos vidas paralelas. Una conocida en el mundo entero, la otra no. ¿Y si Marina hubiera sido varón?

¿Y si Marina Nogueyra hubiera sido varón? ¿Si ahí en Villa Fiorito, donde nació, hubiera tenido lugar en los potreros? ¿Y si hubiera salido del barrio para probarse ante los ojos de Francis Cornejo, el descubridor de Diego Maradona, en Argentinos Juniors? Marina pensó que era la única mujer futbolista hasta los 16 años. De chica había jugado sola, con una pelota hecha con sachets de leche, enfrente de su casa, a unos metros de la del Diez, uno que sí pudo proyectarse desde el barrio al mundo para vivir de lo que más le gustaba: jugar al fútbol.

Marina nació el 23 de agosto de 1969, nueve años después de quien sería un héroe de nuestro fútbol. ¿Y si hubiera sido varón? ¿Y si hubiera podido armar un equipo con sus amigas y le hubiera puesto Cebollitas?

La chica que jugaba al fútbol vivía en una casa que era una casilla de fibrocemento, similar a una prefabricada, iba a patear a un baldío que quedaba enfrente. Simulaba que esquivaba conos, o rivales, y le daba: contra las paredes, contra los árboles, contra lo que se cruzara. Hasta que un día, en la escuela Remedios de Escalada de San Martín, la número 63, ahí donde también había estudiado Maradona, Fernando Maidana, el compañerito más terrible de aquel tercer grado, la invitó a un partido que se jugaba en uno de los terrenos baldíos cercanos al colegio, a pasitos de la estación de trenes de Villa Fiorito. Marina estaba, como siempre, sentada. Observando: las nenas ahí no jugaban. Hasta que llegaron las palabras mágicas de Maidana:

-Nogueyra, vení, entrá.

En la cancha, Nogueyra y Maidana tiraron paredes. Una de esas terminó en un golazo de ella. Marina, agitada y con gotas de transpiración que le recorrían los cachetes, tenía la mente puesta en el partido, el primero de su vida. Hasta que la maestra le llamó la atención: la sacó y le dijo que las señoritas no hacían eso.

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El día que Marina nació Diego Maradona estaba a un mes de cumplir los 9 años. Fue la época en la que se grabó el video en el que él, un niño, hace jueguitos con su zurda y el número 10 en la espalda, y le cuenta a la cámara uno de sus sueños: jugar un Mundial. Marina supo de la historia de su vecino cuando se jugó el Mundial juvenil de 1979, en el que Maradona fue elegido el mejor jugador del torneo después de que Argentina le ganara la final a la Unión Soviética por 3 a 1, en Tokio, con un gol suyo.

Si alguien preguntaba por la chica que juega a la pelota, todos señalaban su casa

-Cuando supe de él le pedí a mi mamá que me llevara a su casa, quería conocerlo. Pero él ya no vivía en el barrio. Por entonces ya todos hablábamos de él. Estábamos orgullosos, caminábamos y jugábamos en las mismas calles. Decíamos que Fiorito era la capital del fútbol -cuenta Marina desde Nueva York, donde vive actualmente. Su historia es parte de uno de los cuentos de Pelota de Papel, que editó Planeta en marzo de este año, un libro histórico, escrito, prologado e ilustrado por mujeres que ya está en librerías. "Fiorito, Nueva York” es el relato de Marina para contar su recorrido en el fútbol.

Desde que vivió a tres casas de Diego y terminó la escuela primaria, Marina se dedicó a jugar al fútbol. Como pudo. 

Cuando entró en la adolescencia se unió a la comparsa Los Galanes de Laprida, que eran de Avellaneda. Recorrió los corsos del Conurbano bonaerense hasta que un día, en una juntada con amigos en su casa, salió el tema del fútbol. Un pibe del barrio le gritó que recordara que al otro día tenía partido. Marina jugaba con varones.

En el potrero Marina recibía agresiones que a herían, pero no la volteaban. “¡Marimacho!, ¡machona!”, le gritaban.

Si alguien preguntaba por la chica que juega a la pelota, todos señalaban su casa.

Cuando les contó a sus compañeros de comparsa que ella jugaba, uno dijo que conocía a un equipo completo de mujeres. Marina abrió los ojos, se quedó muda. Hasta ahí pensaba que era la única.
Le pusieron un requisito: que se armara un equipo. Marina tenía 16 años. Fue a buscar a las compañeras de escuela que la habían discriminado porque a ella le gustaba el fútbol. Recorrió casa por casa, les habló del desafío, de jugar juntas contra pibas de otro barrio. Las convenció. Y armó hinchada: el día del partido, además de las jugadoras, fueron una barra de amigos, amigas, novios y familiares a alentarlas. Caminaron desde Fiorito hasta el cementerio de Lomas de Zamora. En el camino -una distancia que toma 50 minutos a pie- eligieron el nombre, el del barrio: Las de Fiorito enfrentaron a Las Rebeldes.
Pura sublevación.

Con el encuentro empezado, Marina se emocionó: enfrente tenía jugadoras de verdad. “¿Dónde estuvieron todo este tiempo que no las había visto?”, pensó. Su equipo perdió por goleada, pero lo importante era que ya había encontrado a otras mujeres para compartir la pasión.

-Yo jugaba de 10, a veces de 8, de delantera, de punta izquierda, era armadora. Desde ese momento en que las conocí puedo decir que me dedico al fútbol.


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En el Mundial de 1986, cuando Maradona conquistó el mundo, había una chica que se transformaba en futbolista, en el mismo lugar donde había nacido Diego. Marina miró todos los partidos de aquel torneo junto con amigas, sus hermanos y su mamá. Su papá, que trabajaba de navegante, era un ausente en la casa por el trabajo. Nogueyra dice que por aquellos días Fiorito parecía un estadio de fútbol.

¿Y si hubiera sido varón? ¿Y si hubiera podido armar un equipo con sus amigas y le hubiera puesto Cebollitas?

-Había silencio, todo era celeste y blanco. Y de golpe, en cada gol, sonaban tiros. Era como una Navidad. Los periodistas y las cámaras llegaban hasta la vereda de mi casa. Había gente de todo el mundo: no sabíamos ni qué idioma hablaban. Les pagaban a los chicos para que hicieran jueguitos, como hacía Diego.

Marina vio aquel éxito con la admiración de quien observa el logro de un hermano. A partir de ahí su vida, un camino de fútbol, parece haber avanzado en fast forward. Un día alguien le pasó el dato de que en Huracán estaban probando a chicas. Salió corriendo de su casa en Fiorito, pasó al trote por la casa de Diego, se tocó el corazón. Y tomó el tren hasta Puente Alsina. Caminó desde ahí hasta la sede de Huracán. Le pasaron un número de teléfono. Volvió a su barrio. Llamó desde el único público que había: le dijeron que el viernes se presentara.

Lo hizo. Y la ficharon. Ese fin de semana salió de su casa con la ropa de Huracán. Dice que todo el barrio salió a saludarla.

En Huracán conoció a Elvira Flores, una compañera del equipo que le ofreció un trabajo en la Ciudad. Marina decidió mudarse. Se fue a Capital.

Desde ahí hasta entonces jugó para Excursionistas, Sacachispas, Berazategui, Independiente, San Martín de Burzaco, El Porvenir, la Selección argentina. 

Y durante 8 años viajó por Argentina con otras ocho jugadoras haciendo exhibiciones de fútbol. Un empresario, Atilio Mortarino, armó un espectáculo: fútbol show, lo llamaba. Marina fue parte del grupo que usó como nombre “Fair Play International”. En los pueblos que recorrían enfrentaban a mujeres y también a hombres. Para todas aquellas jugadoras ese fue un trabajo.

Marina tenía su momento de estrellato cuando hacía la bicicleta, dormía la pelota en su pie derecho, hacía siete u ocho jueguitos, después la pasaba a la rodilla y de la rodilla, a la nuca.

Cuando eso se terminó se tomó un año sabático. Hasta que apareció la posibilidad de ir a Nueva York: una amiga suya estaba jugando allá y Marina pidió que la recomendara, así ella podía viajar.

Pasé necesidades, algunas veces no tuvimos para comer. Jugué descalza porque tenía un solo par de zapatillas. No tuve pelota hasta que fui grande

Llegó en el 2000 y a Argentina no volvió más. Jugó en ligas amateurs, trabajó como árbitra durante ocho años. Dejó el fútbol en 2008 porque una lesión en las rodillas le impidió seguir.

Ahora, con 49 años, Marina Nogueyra se gana la vida limpiando oficinas. Es parte de las Pioneras del Fútbol argentino, el grupo que organizó la ex arquera Lucila Sandoval y que reúne a las ex futbolistas. Ama al fútbol por sobre todas las cosas.

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Ahora recuerda que en Fiorito lo vio alguna vez a Maradona: una de las ocasiones en que él iba de visita a llevar donaciones. Lo miraba desde lejos porque, dice, Diego parecía que tenía una pollera de niños: los chiquitos se le pegaban para pedirle autógrafos, así que Marina lo conoció de la cintura para arriba.

También lo fue a ver adentro de una cancha. Trató de estar como local y visitante en los partidos de aquel Boca de Carlos Bilardo que lo tuvo como genio y figura.

-¿Pensás que si hubieras sido varón habrías tenido otras posibilidades? ¿Cómo Maradona, tu vecino, por ejemplo?
-Siempre sentí que yo vivía casi lo mismo que él. Cuando él hablaba de cómo jugar, yo coincidía. El siempre dijo que a la pelota hay que quererla, tenerla pegadita al pie. Yo siempre hice y dije eso. También pasé necesidades, algunas veces no tuvimos para comer. Jugué descalza porque tenía un solo par de zapatillas. No tuve pelota hasta que fui grande. Tenía un solo short. En Fiorito no tuvimos luz, no tuvimos gas. Mi viejo hacía el mismo camino que Don Diego para ir a trabajar. Los dos venimos de abajo. Pero bueno, Diego es Diego, y sí, él es varón.

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