Todo igual

por Agustín Colombo
18 de enero de 2019

Una reflexión sobre la estética de este tiempo y sobre la pérdida de una identidad. Nuestras vidas, nuestras ciudades y nuestros consumos son cada vez más homogéneos: comemos lo que todos comen. Tomamos lo que todos toman. Y vemos lo que todos ven: la serie de Netflix, el video que circula en Whatsapp, el meme que se viraliza en redes.

¿Se dieron cuenta de que todas las cervecerías son iguales? Es como si alguien hubiera obligado a construirlas de una manera específica, un estilo soviético pero al revés, porque de esa manera el éxito estaba garantizado: bombitas en la calle, madera rústica, pizarras prolijamente desprolijas y coloridas, mesones para compartir con desconocidos, banquetas y decenas de canillas con una cerveza de un origen presuntamente artesanal. En Barracas y en Núñez; en Caballito y en Palermo; en Quilmes, en Morón y en Tigre. También en Córdoba y en El Bolsón; en Mendoza y en Rosario. Incluso en Montevideo. Todas parecidas, algunas idénticas.

Ya ni siquiera es la globalización lo que despersonaliza y acomoda todo a ciertos parámetros confeccionados por lo que la tendencia –y el sistema– predica. Nuestras vidas, nuestras ciudades y nuestros consumos son cada vez más homogéneos. Comemos lo que todos comen. Tomamos lo que todos toman. Y vemos lo que todos ven: la serie de Netflix, el video que circula en Whatsapp, el meme que se viraliza en redes.  

Nuestras vidas, nuestras ciudades y nuestros consumos son cada vez más homogéneos

La estandarización de nuestras vidas está en pleno proceso de desarrollo y expansión.

De repente, tomamos cervezas en pintas, aprendimos lo que es una IPA, medimos el amargor en siglas IBU, comemos papas fritas con queso chedar y panceta, nos fanatizamos con las hamburguesas tan distintas a las de McDonald, pero tan iguales a la de cada hamburguesería que abre en nuestros barrios para darnos la palmadita y cumplirnos nuestro deseo pequeño burgués: el de que todavía podemos ir a comer afuera, claro, pero sólo a comer hamburguesas con papas fritas a un precio más o menos preestablecido. Lo otro, lo de eludir las hamburgueserías y esta monotonía que nos persigue, es parte de otra historia y de otra estética: de cuando le empatábamos a la inflación y creíamos que podíamos comprar celulares o irnos de viaje al exterior, como bien anticipó un economista de este Gobierno allá por 2016, cuando intuíamos que iban por nosotros, pero no sabíamos que iban a llegar tan rápido.   

Pero volvamos a esta homogeneización estética que no sólo se da en las cervecerías. Es en casi todo: las dietéticas, por ejemplo, empiezan a proliferar por las calles bajo un modelo similar. Primero, ya no son más dietéticas: son green house, market free, new garden o algo así, como para darle un aire british a esto de comer sano y natural. Y si las cervecerías apuestan a la madera y a las pizarras con tizas de muchos colores, las nuevas dietéticas apuestan a la vegetación, que en la mayoría de los casos es una falsa vegetación: plantitas artificiales que deben ser el resultado de algún estudio o estrategia de marketing para provocar estímulos sensoriales. En definitiva, ya lo había presagiado Radiohead a mediados de los noventa, sólo que casi nadie había advertido la contundencia de ese anuncio acertado:

Su verde regadera de plástico / para su falso árbol de goma chino / en la falsa tierra de plástico / que ella compró para un hombre de goma / en la ciudad de planicies de goma / para librarse de ello / eso la consume, la consume”, cantó Tom Yorke en un supermercado lleno de colores y productos mucho más dañinos que las cervezas y las dietéticas.  Vale aclararlo.

Todo es lo mismo, porque todo es igual. Y ahí radica el problema: nuestra identidad, la de nuestras ciudades y nuestros barrios, empieza a diluirse

Que se entienda bien: somos parte de esta trama, cuestionamos esta producción en serie de determinados hábitos de consumo, pero nos gusta tomar una cerveza roja belga con papas rústicas o aros de cebolla. El problema es que cuando lo hacemos, al menos quien esto escribe, tiene ese zumbido, esa pequeña molestia interior, de que estar acá o allá es lo mismo. Todo es lo mismo, porque todo es igual. Y ahí hay un problema: nuestra identidad, la de nuestras ciudades y nuestros barrios, incluso la de nuestros hábitos cotidianos, empieza a diluirse. Esperemos que algo quede. Al menos para acordarnos cómo era todo antes de la llegada de las cervecerías.

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