"He visto compañeras suicidadas por el Sistema Penitenciario"

por Estefanía Santoro
Fotos: Agustina Salinas
02 de junio de 2023

Nora Calandra conoce el encierro carcelario y todas las violencias que aplica el sistema penitenciario a las personas privadas de la libertad. Parió encadenada, perdió compañeras suicidadas y tuvo que rehacer su vida. Hoy, desde el MTE, coordina cooperativas y teje lazos colectivos con otras que padecieron la cárcel.

Nora Calandra tuvo que parir con una cadena en los pies. También perdió compañeras que se suicidaron en celdas de castigo después de suplicar sin éxito asistencia psiquiátrica. Recuerda la violencia sistemática que recibió de parte del sistema penitenciario, pero no todo son malos recuerdos. Atesora los momentos de sostén que le brindaron sus compañeras mientras estuvo privada de la libertad. Hoy asegura que las redes de contención que se tejen muro adentro para hacerle frente al machismo carcelario también es una forma de “hacer feminismo”.

Lo que ella vivió durante su paso por el penal de Los Hornos del Servicio Penitenciario Bonaerense refleja que las cárceles fueron construidas para varones, sin tener en cuenta las condiciones específicas que necesitan mujeres cis, travestis y trans. Cursar un embarazo, maternar o sostener un tratamiento hormonal para transicionar son situaciones que no están contempladas en las cárceles. Las leyes penales y el Poder Judicial responden a la lógica patriarcal que rige en la sociedad y es así como el Estado, a través de sus funcionarixs, reproduce y profundiza la desigualdad de género hacia las identidades feminizadas que se encuentran privadas de su libertad.

Hoy Calandra es trabajadora de la Rama de liberadxs y familiares del MTE (Movimiento de Trabajadorxs Excluidxs). Coordina cooperativas de trabajo integradas por personas ex encarceladas, desde donde acompaña a mujeres liberadas y con arresto domiciliario en el proceso de reconocerse como trabajadoras y con derechos. Participó en la creación de la Guía de Parto Respetado para Personas en Contexto de Encierro y en marzo pasado representó a la Argentina en Sudáfrica, en el primer Global Freedom Fellowship, un encuentro que destaca la unión de personas que estuvieron privadas de la libertad y se organizan para no reincidir en delitos. Además, integra la Red Latinoamericana de Mujeres Liberadas, un espacio de denuncia de la violencia carcelaria por motivos de género.

–“Ni una menos en las cárceles” es una de las consignas que levanta el feminismo popular. Sin embargo, poco se habla de esas muertes y de la situacion de extrema violencia a la que las mujeres privadas de su libertad son expuestas por el sistema penitenciario, empujándolas en muchos casos al suicidio.

–No voy a negar que se ve a la muerte como una solución frente a tanto dolor y violencia que una recibe. Lo he pensado y también porque nos hacen creer que provocamos violencia, y además está la culpa. La salud mental en las cárceles no existe, no se habla de eso, no se habla del suicidio. A las pibas las suicidan porque no se acompañan los procesos que van viviendo, ya sea por la muerte de un familiar, por adicción, son muchísimas cosas las que se viven en el día a día en las que no se tiene en cuenta la salud mental. Nos tratan de locas o de negras violentas y por eso estamos presas. Miles de veces hemos pedido asistencia psicológica con mis compañeras. No hay espacio ni médicos, no se trata la salud mental y lo venimos luchando y reclamando hace muchísimo tiempo. He visto muchas compañeras suicidadas por el sistema penitenciario, por el abandono a su salud mental, y no es que fue de un día para el otro como dicen, “no sabíamos que iba a pasar”. Hay pibas que se suicidaron en buzones, en celdas de castigo. No puede pasar eso, es violencia institucional, es abandono por parte del Estado; pero no somos escuchadas, por eso reclamamos que los distintos colectivos feministas acompañen nuestros reclamos, si no esto va a seguir pasando. Decimos “Ni una menos” también en las cárceles para que gritemos y luchemos juntas, porque ahí también nos están matando y nos violan. Yo cuento todo lo que pasé y abro los dolores más profundos que viví y vivió mi familia, pero no es grato y tampoco lo es para mis compañeras, pero si no lo contamos nadie lo sabe y va a seguir pasando. Y ahí sí vamos a normalizar la violencia. Si nadie lo dice, si nadie habla, si no se acompaña psicológicamente a las mujeres, los suicidios en las cárceles van a seguir pasando.

He visto muchas compañeras suicidadas por el sistema penitenciario, por el abandono a su salud mental, y no es que fue de un día para el otro como dicen, “no sabíamos que iba a pasar.”

–También hay homicidios en las comisarías, como Florencia Magalí Morales durante la pandemia, en San Luis, y ahora Sofía Fernández en una comisaría de Presidente Derqui. El discurso policial insiste en calificarlos como suicidios.

–No debería haber mujeres detenidas en comisarías. Hemos presentado distintas peticiones y recomendaciones para que las mujeres no estén en comisarías. Es lamentablemente sabido que en una celda que es para cinco, hay quince. Las mujeres no deberían estar detenidas en comisarías porque, en general, los delitos que cometen no son graves; sabemos que más del 70% es por narcomenudeo. Siempre reclamo que les den prioridad a las mujeres que caen detenidas y son madres jefas de familia o que tienen alguna persona a su cuidado, no solamente por el hecho de ser madre, sino por el hecho de tener la responsabilidad de cuidar a alguien. Las mujeres en el sistema penitenciario pasamos desapercibidas porque, en comparación con los varones, el porcentaje de detenidas es chico. Sin embargo, ha crecido muchísimo en este último tiempo, entonces por qué no le dan prioridad, si no es un universo grande. La feminización de la pobreza también creció muchísimo. 

Las mujeres no deberían estar detenidas en comisarías porque, en general, los delitos que cometen no son graves; sabemos que más del 70% es por narcomenudeo.

–¿Cómo se refleja eso?

–Somos jefas de hogar que nos ponemos al frente y en pandemia salimos a poner el cuerpo. Cuando vamos a los barrios y vemos que cualquier villa está tomada por la droga, la respuesta la da el narco. No es lógico. Yo no sé cómo no lo ven, hay mujeres con tres, cuatro, cinco pibes menores de edad que tienen que vestirlos, darles de comer y nadie las ve. A esa negra pobre el Estado no la ve, pero sí la ve el narco y le dice “con esto se te va a terminar el hambre y vas a poder comprar cosas”. No puede ser que el narco dé la respuesta para mejorar la calidad de vida de las mujeres pobres y el Estado solo las vea cuando cometen el delito. El encarcelamiento fue creciendo a la par de la pobreza y hoy la pobreza tiene cara de mujer.
 

A esa negra pobre el Estado no la ve, pero sí la ve el narco y le dice “con esto se te va a terminar el hambre y vas a poder comprar cosas”. No puede ser que el narco dé la respuesta para mejorar la calidad de vida de las mujeres pobres y el Estado solo las vea cuando cometen el delito.

–Hay una relación directa entre las mujeres pobres y las mujeres encarceladas, porque son empujadas a transar con los narcos cuando el Estado no está presente. 

–Exacto, es así, y el encarcelamiento viene siendo la respuesta del Estado a la falta de política pública y social, porque no hay una respuesta del Estado sin criminalizar. El encarcelamiento ahora está siendo una política pública para encarcelar a las mujeres pobres.

–Además del narcomenudeo, muchas mujeres están detenidas por defenderse de sus agresores. ¿Conocés estos casos?

–Sí, conozco casos en los que el propio defensor les ha dicho a las chicas que firmen una condena por ocho años porque es la mínima de un homicidio. Ni siquiera les dan la posibilidad de contar que actuaron en defensa propia para defender su vida o la de sus hijos. La única opción que les dan es firmar un juicio abreviado donde se terminan declarando culpables para no caer 25 años, solo por defenderse o defender la vida de sus hijos de una pareja violenta.

Cuerpos violentados, familias destruidas

“Dentro de las cárceles las violencias se naturalizan”, dice Calandra. Enumera: “Tuve que desnudarme delante del personal penitenciario y durante las requisas me tiraban todas las cosas que me traía mi familia. No solo eso, también sufre violencia la familia que va a ver a la persona privada de su libertad, que en su mayoría son mujeres, son las cuidadoras que acompañan en la situación más extrema. En mi caso, eran mis hijas, mi mamá y mi hermana”.

–¿Qué tipo de violencias sufren las familias de las presas?

–Las revisan, les hacen bajarse la ropa interior. Tiempo después me di cuenta y reconocí todas esas situaciones como violencia, porque el sistema y el Poder Judicial te hacen creer que todo eso es parte de la condena, que no solamente van a condenar a una mujer a estar privada de la libertad porque cometió un delito, sino que también va a sufrir más. Yo pensé que eso era lo que me merecía. La culpa por haber dejado a tus hijos con un familiar, con un vecino o que terminaron en un instituto de menores recae solamente en la mujer, nunca se pregunta por el padre.

El sistema y el Poder Judicial te hacen creer que todo eso es parte de la condena, que no solamente van a condenar a una mujer a estar privada de la libertad porque cometió un delito, sino que también va a sufrir más.


–¿Cómo fue parir privada de tu libertad?

–Parir privada de mi libertad, el nacimiento de mi hijo y la violencia obstétrica que sufrí fue durísimo. Santi nació un 28 de diciembre, decidieron que vaya a cesárea sin informarme. No sé si fue porque tenía algún problema o porque no intentaron un parto normal, nunca me lo dijeron. Hasta los seis meses del embarazo, los controles se hacen dentro de la cárcel en el área de sanidad; si hay algún problema, te llevan al hospital de extramuros. Después de los seis meses, empiezan los controles afuera. En mi caso, como yo estaba en la Unidad 33 de Los Hornos, los controles se hacían en el Hospital San Martín. Fue muy duro ir al hospital con la panza, esposada hacia adelante y con dos personas armadas que me cuidaban como si yo fuera a salir corriendo. Entraba al hospital y la gente me miraba espantada. Lo que pasa con las mujeres y las personas que están embarazadas dentro de las cárceles y van a los hospitales públicos es que se criminaliza a ese cuerpo, sin saber qué nos pasó o por qué llegamos hasta ahí. Tuve que soportar que los profesionales de la salud ni siquiera digan mi nombre. Me llamaban la presa, “traigan a la presa”, decían. Cuando tenían que dar indicaciones médicas o diagnósticos sobre mi salud no me miraban a mí, sino al personal penitenciario. Todas esas situaciones yo creía que me las merecía. 

Fue muy duro ir al hospital con la panza, esposada hacia adelante y con dos personas armadas que me cuidaban como si yo fuera a salir corriendo. Entraba al hospital y la gente me miraba espantada.

–¿Cómo siguió el embarazo?

–El día previo a internarme no permitieron que esté acompañada por nadie de mi familia. Llegué al hospital esposada, me ataron los pies a la cama y me dejaron ahí, sola hasta que me llevaron al quirófano. Hoy puedo hablar de esto porque estoy convencida que no nos tenemos que callar. Cuando nació mi hijo, con toda la revolución que tenía en la cabeza y en el cuerpo, escuché que me dijeron “te ligamos las trompas”. Me salió decir ¡no! y me respondieron “¿para qué vas a querer seguir teniendo hijos, si estás presa?” y después supe que a muchas compañeras en esa situación les ligaron las trompas sin preguntarles. No pude acunar a mi hijo. Después de parir, manchada de sangre, tuve que cambiarme delante de dos agentes penitenciarios. Cuando estás en esa situación, que venís con una historia dura, de echarte la culpa, una no conoce sus derechos. Yo vengo de un barrio popular, humilde, donde los pibes se juntan en la esquina y la Policía los agarra a patadas en el culo. 

Llegué al hospital esposada, me ataron los pies a la cama y me dejaron ahí, sola hasta que me llevaron al quirófano.

–¿Cómo te sentiste cuando volviste al penal?

–El día que me dieron el alta, entré al penal cargando a mi hijo y las rejas se cerraron detrás mío, fue terrible. Me sentí la peor mujer, la peor madre, porque estaba ingresando con mi bebé a la cárcel, fue muy duro. Nadie acompaña ese proceso en lo que es salud mental. Hace poco tiempo pude empezar a hablar esto y hacerlo sin llorar. No solamente me violentaron a mí, violentaron a mi bebé y su historia, porque durante los seis años que estuve presa me perdí muchas fechas importantes, días festivos que de alguna u otra manera los voy a volver a tener, pero el parto de mi hijo no se va a volver a repetir, esas cosas son muy duras. Yo estaba privada de la libertad ambulatoria, no me tenían que privar de tener un parto respetado y con amor. 

–¿Cuándo empezaste a darte cuenta que lo que vivías en el penal era una vulneración de tus derechos?

–Conocí mis derechos cuando me los arrebataron del todo. En la cárcel empecé a leer, estudiar y a tener otra mirada, a reconocerme como una mujer con derechos. Cuando recuperé la libertad, al principio estaba muy enojada. Soy jefa de familia, mi hija en ese entonces tenía 16 años y estaba embarazada. Mi otra hija tenía una relación violenta. Ésas son las consecuencias del encarcelamiento femenino en un hogar donde la mujer es cabeza de familia, deja muchas secuelas. No me podía apartar de lo que había vivido con mis compañeras en el penal y empecé a darme cuenta que en las cárceles hacíamos feminismo, lo que pasa es que no lo reconocemos o no lo sabemos, pero ahí hay compañerismo, nos abrazamos, lloramos, reímos, las compañeras eran las tías de mis hijos y yo era tía de sus chicos. Eso es una manera de hacer feminismo, nos bancamos mentalmente y nos ayudamos. 

Conocí mis derechos cuando me los arrebataron del todo. En la cárcel empecé a leer, estudiar y a tener otra mirada, a reconocerme como una mujer con derechos.

La rabia transformada en lucha

¿Cómo es el día después de salir de la cárcel? ¿Cómo sigue la vida extramuros que fue interrumpida durante largos años? ¿Qué les espera a las mujeres que deben reisertarse en la misma sociedad que las empujó al encierro? “La cárcel no termina con la libertad, te abrieron la reja y te fuiste”, porque el efecto del encierro es “romper a la persona y convencerla de que solamente pertenece a ese lugar”.

–¿Cómo fue el proceso de reinserción social y laboral?

–Recuerdo que cuando recuperé la libertad no podía disfrutar de mis hijas, no podía salir, me costó mucho. Y el proceso de socializar es muy duro siendo jefa de familia. Yo tenía que revincularme con mis hijas, fue muy difícil empezar a conocernos otra vez, y ese proceso se hace sola. Tenía que llevar adelante a mi familia, darle de comer, sin una experiencia laboral; solo había trabajado en la cocina de la cárcel y no podía ir a pedir trabajo a algún sector privado porque no me iban a tomar por la edad y los antecedentes. Realmente no sabía qué hacer. Me encontré en soledad, no encontré respuestas del Estado, que reconozca mi situación y me dé la posibilidad de empezar otra vez. La única posibilidad que encontraba era volver a hacer lo mismo. Cuando una mujer recupera la libertad no se muda de barrio: va al mismo y ahí es donde hay que acompañar.

–¿Cómo saliste adelante?

–Empecé a organizarme, a contactarme con compañeras que iban recuperando la libertad y que se encontraban en la misma situación que yo. Fui al Patronato de Liberados Bonaerense, pero no me dieron respuesta. Fui a la Municipalidad y tampoco había respuesta, lo que sí encontré otra vez fue la mirada de prejuicio por haber sido detenida y no hacer lo que la sociedad espera de nosotras. Porque ésa es la doble condena, no solamente la penal, sino también la condena social. Lo que traté durante todo este tiempo es visibilizar lo que pasamos las mujeres en detención, una vez liberadas y también lo que pasan las compañeras que están con arresto domiciliario. Visibilizar esa realidad que tratan de tapar o que en muchos medios de comunicación la venden como que es lo que merecemos, y no es así. Lo que hice y me costó muchísimo fue transformar el dolor, el enojo que tenía, porque me daban vuelta la cara estigmatizándome. Ese enojo y dolor lo convertí en lucha, fue la respuesta que encontré para salir adelante.

Transformar el dolor fue la respuesta que encontré para salir adelante.

–¿Tus hijas sufrieron discriminación por tener a su mamá privada de la libertad?

–Mis hijas nunca dijeron ni en su colegio ni en su grupo de amigas que su mamá estaba presa porque sabían que las iban a estigmatizar. Nunca tuvieron una pijamada, sus amigas no iban a su casa a hacer la tarea porque iban a preguntar por su mamá y ellas no sabían qué decir. Seis años estuvieron así y nunca dijeron nada. Ahora que acompaño a mujeres con arresto domiciliario, a compañeras liberadas y coordino cooperativas de personas liberadas, mis hijas lo cuentan con orgullo, dicen “sí, mi mamá estuvo presa, pero ahora trabaja”. Para mí eso es todo. 

–¿Cómo describirías tu experiencia desde la Rama de liberadxs y familiares del MTE?

–Las mujeres liberadas y con arresto domiciliario encontramos en la organización la respuesta a no sentirnos más solas. Tenemos un lugar de pertenencia, somos parte de algo porque estamos convencidas de que no nos podemos salvar solas. Ser parte de un proyecto colectivo así nos salvó la vida. Hace unos días una chica que estuvo presa conmigo me mandó un mensaje, me localizó por redes y me dijo: “Estoy sola, necesito ayuda, estoy depresiva y me quiero morir”. Y allá fuimos, al Fuerte Apache a acompañarla. Es una piba que tiene un montón para dar, pero ella siente que no puede más, que la cárcel destruyó su vida porque en su barrio la siguen viendo como era antes. Eso hacemos, estar organizadas, hablarnos, acompañarnos y eso es feminismo, es feminismo popular, el que queremos y el que necesitamos. El feminismo popular derriba muros.

Eso hacemos, estar organizadas, hablarnos, acompañarnos y eso es feminismo, es feminismo popular, el que queremos y el que necesitamos. El feminismo popular derriba muros.

–¿Qué mensaje te gustaría transmitir a propósito de una nueva movilización por “Ni una menos”?

–Este 3 de junio no están todas, faltan las presas. Que se grite esto y que nos unamos para poder acompañar las situaciones de las mujeres detenidas y que están con arresto domiciliario, porque ésa es una problemática que no se está viendo. El arresto domiciliario lo presentan como una solución, pero no lo es, porque la cárcel la llevan a su casa. No tienen para comer porque viven con un violento o con un adicto o porque no pueden salir a trabajar. Frente a eso, lo que está pasando, y este último tiempo lo vimos muchísimo, es que las pibas o vuelven a vender droga o se prostituyen, no porque lo vean como un laburo, sino porque no les queda otra. Eso no es justo. Por eso este 3 de junio decimos que no estamos todas, faltan las presas en las cárceles, en arresto domiciliario y las que fueron suicidadas por el sistema.

Este 3 de junio decimos que no estamos todas, faltan las presas en las cárceles, en arresto domiciliario y las que fueron suicidadas por el sistema.

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