La yerba mate, hacia una transición inevitable

por Mariana Jaroslavsky (desde Misiones)
14 de febrero de 2024

En tiempos de crisis climática y “ebullición global”, especialistas y productores coinciden en que la principal misión en Misiones y Corrientes es recuperar los suelos, agotados y “esterilizados” por los agrotóxicos y el arado de maquinarias. En este contexto, surgen experiencias que no atan su producción a un paquete dolarizado, intercalan otras especies con el árbol de yerba mate para resguardarlo y buscan que la infusión nacional llegue sin venenos a las casas del país y del mundo.

“Una planta no tiene estómago, como tenemos los animales. La digestión la hacen afuera”. Llueve en el departamento de Guaraní, zona centro de la provincia de Misiones, y en el techo de chapa del galpón de Hugo Sand el agua hace un concierto. Llueve mucho. Todo junto. El único día de lluvia en un mes entero de verano. 

“Si esterilizamos el suelo, la planta no tiene de dónde nutrirse”, explica el productor a los ojos, con la barba blanca y larga y la voz convencida de lo que ha visto. Esterilizar es como llama Sand a la sistematización convencional del suelo: fumigar con herbicidas que cotizan al valor del dólar y secan el suelo de materia orgánica; arar y remover y dejar descubierta la tierra roja al sol, ese suelo subtropical, el único capaz de darle vida a la Ilexparaguariensis, el árbol de la yerba mate. 

A la Ka-á, como la llaman los pueblos originarios, no le gusta otro lugar: crece exclusivamente en esta tierra colorá del norte de Corrientes, Misiones, Paraguay y sur de Brasil. “Fijate qué interesante, solamente crece en los suelos rojos, por algo debe ser”, sigue Sand convencido, y la barba se mueve mientras lo dice.

El mate es la bebida más consumida en la Argentina después del agua. Se produce principalmente en Misiones con un aporte de Corrientes del orden del 10 al 20 por ciento de la producción. Cada argentino infusiona, en promedio por mes, medio kilo de hoja seca y molida, así como llega en el paquete. Se reduce a un tercio el peso de la cosecha desde que se tarefea hasta que se ceba. Se la pasa por el sapecado, como enseñaron los guaraníes, es decir, se la expone al fuego directo y temperaturas de 1000 grados para cortar la oxidación y dejarle a la hoja su composición, aromas y color; luego pasa al secado, canchado y estacionamiento de por lo menos 8 meses -lo que distingue a la yerba argentina-. Luego se la muele, envasa y a comercializarse.

“La yerba mate es un árbol perenne de monte nativo que evolucionó al abrigo de otras especies más altas. Entonces, si se la pone en monocultivo, se la expone a temperaturas muy elevadas en verano y muy bajas en invierno. La planta no está preparada para eso”, comparte Verónica Scalerandi, subgerente técnica del Instituto Nacional de la Yerba Mate. A este instituto –el INYM–, el mega DNU del gobierno de Javier Milei le quitaría su rol de regulador del precio y de superficie plantada, un peligro para las pequeñas y medianas chacras que perderían competitividad.

Dentro de la diversidad de prácticas ecológicas que se pueden llevar a cabo, frente a la fragilidad de las plantas secándose solas al sol en tiempos de “ebullición global” –como alertó en 2023 el mismo secretario general de la ONU–, la principal rutina a incorporar, coinciden diversidad de especialistas, es ocuparse del suelo. Que se mantenga cubierto, húmedo y con ciclaje de materia orgánica. Para eso, se dejan crecer plantas espontáneas y se las poda a ciertas alturas, especies deseadas de “yuyos”, para que el suelo tenga suficientes interacciones, microorganismos, insectos y animalitos benéficos. También es indispensable frenar la escorrentía de agua que en paisajes quebrados como los misioneros arrastra con furia tiñendo arroyos de rojo con suelo que se va. 

Scalerandi coordina un equipo técnico de 12 personas que cubren la provincia y trabaja en esos tres pilares: que haya suelos capaces de captar y almacenar agua, preferentemente cubiertos para que baje la temperatura a la cual están expuestas las raíces, el cuidado de la sanidad y la poda, y un estrato arbóreo que disminuya los efectos de la crisis climática de forma que baje las temperaturas extremas y la evapotranspiración. “Sistematizar el suelo es plantar las yerbas en curvas de nivel, poner camellones y ciertas zanjas para mejor la absorción del agua. En agronomía se llaman obras de arte, obras de infraestructura que ayudan a bajar la velocidad de escurrimiento del agua, entonces permanece más tiempo en el lugar y aumenta así la absorción. Y, cuando escurre, corre por lugares empastados, entonces el agua corre limpia, sin seguir cargada de tierra”, explica Scalerandi.

Hoja satánica, hoja divina

De madera blanda (por lo tanto, no maderable), el árbol de la yerba en estado silvestre, en el monte donde nació, puede alcanzar los 15 metros. Las hojas son ovaladas y suavemente dentadas, lo que las hace muy particulares, únicas dentro de las infinitas formas de la selva. Hay curanderas que recomiendan quemar una rama para despedir algún desamor, y los guaraníes las mascaban y las usaban para rituales, pedidos de visión y para rondas alrededor del fuego, lo que le valió prejuicios y acusaciones de satánica de parte de los cristianos de las misiones jesuíticas. Hasta que la conocieron y la amaron también. En las reducciones se instalaron yerbales y, hasta que se aprendió que la semilla tiene una cáscara que necesita de todo un tiempo y proceso para germinar, las plantaciones se hacían con repiques del monte.

Florece en primavera, de octubre a noviembre y fructifica en racimos de una baya que pasa de verde a roja y termina negra. Cien años, vive en estado silvestre como árbol de la selva suptropical. Hugo Sand cosecha a kilaje promedio provincial (entre 6 y 7 toneladas por hectárea) en un yerbal de la misma edad. Las plantas en total madurez producen hojas en abundancia intercaladas con yerbas más jóvenes y flores y árboles nativos y frutales. Se cosecha de abril a agosto, y hay una cosecha intermedia en verano, de hojas que si no se aprovechan, se caerían.

Misiones es la provincia argentina que conserva más familias agricultoras. Es la ruralidad más habitada del país con chacras de alrededor de 30 hectáreas y más del 30 por ciento de la población establecida en el campo. El tabaco se expandió históricamente entre los colonos centroeuropeos que llegaban durante distintas etapas del siglo XX al monte subtropical de la Tierra Sin Mal, como la llaman los más antiguos pobladores de América. Pero la yerba ordenó la productividad y la economía misionera como ningún otro cultivo. Durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear, con Misiones como territorio nacional -no electoral-, las familias migrantes fueron invitadas a habitar el suelo, y producir de cada 25 hectáreas recibidas alrededor de 10 de yerba. Entre 7 y 8 mil chacras familiares chicas, representan más de un cuarto de la producción. 

La familia agrícola

“El tema de la yerba afecta a casi todas las familias rurales, y es así, hay un cierto riesgo de que se pierda la producción si se sigue trabajando en forma convencional. Es en parte por eso que nosotros cambiamos el manejo del yerbal. Y también por la salud”, arranca la charla Karen Noll, una joven productora, neocampesina, que decidió junto con su pareja Sebastián Zamolinski, volver a la chacra y apostar por la transición de la producción familiar de tres generaciones en el mismo suelo. Suelo cansado en recuperación.

“El yerbal de la familia (Zamolinski-Antúnez) tiene siete hectáreas que se produjeron siempre de forma convencional durante 30 y 35 años, los cuadros más antiguos, que son los que más nos están costando. Digo convencional porque se usaron herbicidas año tras año, se usó rastra de disco, se removió el suelo. Acá, si no tenías el suelo rojo al aire es porque eras sucio”, explica Noll.

“Dejé todo limpio, barrí la capuera”, dice, parodiando a un vecino de la zona, Carmen Antúnez, la anfitriona que sirve compota de pera fresca. “Le encanta el raundap”. Risas generalizadas. “Es que acá la cultura dice que un buen agricultor tiene la tierra limpia, al descubierto, sin un yuyito”, relata Karen.

“Me trajo de vuelta los hijos a la chacra. Uno piensa, para qué hago todo esto si mis hijos ya no viven acá”, comparte José Zamolinski, orgulloso de que se fueron a estudiar, y más feliz porque Sebastián y Karen volvieron a la granja de la Colonia Carril. Allí, dentro del municipio de Salto Encantado, también tienen gallinas ponedoras, uvas y té. “No es tan normal que los padres incorporen lo que traen los hijos, eso está bueno”, suma en la conversación y recorrida por los yerbales en transición Ana Corral, ingeniera del Instituto Nacional de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena (INAFCI)  y referente del Comité de Cuenca de los Arroyos Alegre y Cuña Pirú, del mismo departamento. “Empezar la transición por la yerba es una puerta de entrada ideal para empezar a transformar la chacra. Es un cultivo muy noble y le gusta estar con el monte. Después de los eventos extremos que tuvimos, sequías, tornados y granizo, se vio con claridad que la yerba se mantuvo mejor con árboles y cobertura”, sigue Corral y remata: “Además, los costos son menores que la producción convencional”.

En el verano del 2021/22, el tiempo seco marcó un récord y fue inolvidable para la provincia como para todo el país: se secaron vertientes, pozos y arroyos, las familias agrícolas tuvieron que mover sus animales para que tomaran agua, muchos enfermaron y vivieron por primera vez en la historia incendios forestales. La producción de yerba cayó, ese año de tarefa se cosechó alrededor de un 30 por ciento menos de hoja, los yerbales recién plantados no prosperaron y murieron cantidad de árboles. Caminar por el monte crujía las hojas debajo de los pies. “La yerba enfrenta una sequía histórica y las plantaciones se están muriendo”, tituló el diario La Nación ese 28 de enero de 2022. No hubo desabastecimiento porque las industrias yerbateras tienen en sus stocks el equivalente a más de 10 meses de abastecimiento al mercado, explicaba el artículo. En este 2024, el verano de nuevo se puso seco, con temperaturas altas y tormentas impredecibles.

Sebastián y Karen, después de haber dado vueltas por el norte de la provincia de Buenos Aires, decidieron volver a hacer. “Allá los alquileres nos hacían movernos”, comparte con risas Karen. Ahora trabajan en explorar prácticas regenerativas y generar la transición hacia un establecimiento sostenible, que dé buenos alimentos a las personas, que la familia se mantenga sana y los suelos vivos. “En la Feria Franca es lindo, ahí conversás con quien te compra, le podés contar cómo producís y compartir. A la yerba la vendés, entra en el secadero y no sabés quién te compra”, sigue y deja sobre la mesa que todavía casi no existe trazabilidad para la yerba agroecológica, y es un mercado exponencial. “Nosotros buscamos ofrecer un producto diferenciado”, sigue Sebastián, que lo primero que hizo al llegar fue armar una huerta agroecológica y sumarse al puesto de su madre de los sábados a la mañana en la FF.

Durante 2023, además de reunirse dentro de los grupos de Certificación Participativa de chacras en transición a la agroecología del Ministerio de Agricultura Familiar de Misiones, vendieron por primera vez toda su cosecha a una empresa norteamericana que produce una bebida a base de yerba mate y solo compra a proyectos que demuestren un certero manejo ecológico. Hay menos de una decena de chacras certificadas, es un trabajo en conjunto del Estado provincial con instituciones y la sociedad civil. “Hace años que arrancamos en la certificación, pero todavía no pasó nada por la zona. Pero gracias a estar en esos grupos la empresa nos conoció. Nos tomó dos años poner los suelos en marcha y la producción con prácticas ecológicas, sin agroquímicos, para que nos compren la cosecha del 2023”, explican. “Si aparece una hojita contaminada con venenos, no te compran”, suma su padre, José.

Esas prácticas regenerativas que recuperan el ciclo del carbono, del nitrógeno y del agua del suelo, las que hacen del suelo un banquete para las plantas, marrón y húmedo como hojarasca de monte, esas tareas que le devuelven los tiempos a la naturaleza y la ordenan productivamente, son las recomendaciones para la yerba, que es una plantación simple para transicionar. “El 70 por ciento de los suelos agrícolas están de regular a malas condiciones. Y la absorción de agua no llega al 60 por ciento de lo que precipita. Y con condiciones extremas, de precipitaciones más fuertes, esto se agrava. Porque no es lo mismo que llueva una semana lento, a que te caiga un aguacero con toda el agua junta. Ahí la absorción apenas llega al 10 por ciento”, informa Scalerandi.

“Cuando empezamos a trabajar en agroecología queríamos encontrar alguien que nos la compre, que valore ese trabajo, pero no hay todavía mucho”, sigue Sebastián. Casi no hay secaderos agroecológicos para poder tener una comercialización diferenciada. “Lo más interesante que tiene la producción agroecológica, biodinámica, orgánica es que tiene un potencial mercado constantemente en crecimiento, se puede colocar a buen valor en el mercado y además reduce los costos de producción en el tiempo”, suma Scalerandi a los beneficios que encuentra en la transición. También es trabajo del INYM, abrir mercados para la yerba y parece que la demanda global pide ecología.  

–¿Notaron diferencias ante la sequía y las tormentas por las prácticas que hicieron?
–Al no pasar rastra y tener el suelo cubierto, no brotaron las hojas pero se mantuvieron, comparando con otros lugares que las plantas estaban peladas y con la tierra removida y se murieron. Con el tema de la sombra, dejar que crezcan los fumos bravos ayudó mucho. Y también con los granizos, protegieron a la yerba, quedaron destruidos, pero las yerbas sobrevivieron. La sequía también se notó en los kilos cosechados, pero teníamos plantas de apenas tres años y sobrevivieron. No podemos pretender que en plena sequía se mantuviera la producción.

El fumo bravo es un árbol pionero. De lo primero que brota luego de un desmonte. En la sucesión biológica de la selva, prepara el suelo y el ambiente para que emerjan otras especies. Esos mismos, en el yerbal de la chacra, están todos agujereados y las yerbas al lado, siguen su curso.

Diseño y regeneración

“Un sistema simplificado, como son los monocultivos de yerba mate a sol pleno demanda un aporte de energía externa, traducido en insumos para sostenerse (agroquímicos, fertilizantes y trabajo de maquinarias, que incrementan el uso de energía y los costos), tienen una vida productiva corta y reducido tiempo de amortización, con rendimientos variables, erráticos, y una rentabilidad baja en relación a los aportes de capital hechos”,  problematiza el ingeniero Guillermo Reuteman en una edición especial de Bien Nuestro, la revista del INYM. Y compara: “Los yerbales bajo sombra, bien manejados en el corte o cosecha, en los que se promueven procesos como el reciclaje de nutrientes, el control natural de insectos, la conservación de las condiciones óptimas del suelo y su actividad biológica, tienen rendimientos estables, márgenes adecuados y una vida productiva prolongada”.

“El talado, el tigre del yerbal le dicen, es un coleóptero que ataca mucho a la yerba. Las hembras comen los brotitos y después las larvas comen la madera por dentro. Las gallinas podrían estar en el yerbal para comerse esos bichitos. Necesitás árboles también para que los pájaros aniden y se los coman”, señala Sand, el responsable del Yerbal Viejo. Ese que describe es un tipo de manejo, de “copia del monte”, de cordón biológico en el que puede transformarse un yerbal. 

Al ser una planta de monte, se pueden diseñar y plantar corredores que permiten la continuidad de la selva en la plantación, entonces ciertos mamíferos y aves pueden tener el yerbal como un lugar de tránsito. “Ya hemos constatado la presencia de numerosas especies de mamíferos en los yerbales como zorro de monte (Cerdocyonthous), tirica (Leopardusguttulus), yaguarudí (Herpailurusyagouaroundi), corzuelas (Mazamasp.), coatíes (Nasuanasua) y especies exóticas como la liebre europea (Lepuseuropaeus)”, asegura la investigación de Paula Cruz, asistente vinculada al CONICET, la Facultad de Ciencias Forestales (UNaM), el Instituto de Biología Subtropical (IBS) y el Centro de Investigaciones del Bosque Atlántico (CeIBA). Hugo Sand en Guaraní promueve lo mismo, “que el parchecito de monte que tenemos en la chacra se meta en el yerbal”.

Los productores de menos de 10 hectáreas representan el 67 por ciento de las chacras y campos, 8 mil productores aproximadamente, y aportan el 27 por ciento de la hoja verde cosechada. Otro 27 por ciento lo aportan plantaciones de 10 a 30 hectáreas, y el 7 por ciento de las explotaciones restantes aportan casi el 50 por ciento de la hoja, según datos del año 2001 del ingeniero Eduardo de Coulon, responsable del establecimiento que produce la yerba Piporé.

“Es una producción local, que da mucho trabajo, que es originaria, las hojas se secan, se muelen y se envasan, no hay casi mejoramiento genético, es recontra salvaje. Es una infusión espectacular”, asegura por teléfono el ingeniero que hizo de su producción una industria experimental, estudia qué arboles hacen mejor sinergia con la Ilex, preparados con bosta de ganado vacuno que circula por los yerbales, tijeras eléctricas para la buena poda, clave para cuidar las plantas y su rebrote, y las grúas para las hojas para que los cosecheros no se tengan que cargar las ponchadas. “El monumento de los pueblos es un cosechero cargando una ponchada con yerba. Y es ilegal, vos no podés levantar una bolsa de más de 40 kilos de yerba”, alerta y asegura que sin la pata social y trabajo para los cosecheros durante todo el año la estabilidad del sector tampoco cierra.

El Plan Estratégico de la Yerba Mate se presentó en 2014 y es el resultado de un trabajo en conjunto durante 2012 y 2013 entre el INYM, el INTA, la UNAM y los gobiernos de Misiones y de Corrientes. Planifica acciones hasta el 2028 para “lograr una actividad con la mayor cantidad de actores, competitiva, socialmente responsable, equitativa y ambientalmente sustentable, que ofrezca al mundo productos naturales, genuinos y de calidad”. ¿Cómo se logra? ¿Será que una identidad productiva efectivamente está cambiando? 

Loro negro, lapacho, timbó, caña fístula, grapia y guayubira, nombra Sand –a través del ruido del agua– como árboles para intercalar entre las plantas, “con la rastra y el tractor afuera del yerbal”, gallinas, vacas u ovejas, -para Sebastián las vacas son muy pesadas-, o todas juntas, porque según Sand pueden convivir; biodiversidad, sombra y alimentos combinados, yerba, frutas, madera y carne, en un cuadro. Se puede producir más que yerba, en el mismo espacio, y hasta aumentar la productividad además de transformar las explotaciones y ganar resiliencia.

 


Nota realizada gracias a la beca Proyecto Net Zero Argentina de EarthJournalism Network
 

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