“Ustedes lastiman con un punzón, nosotras creamos con tizas”

por Lautaro Romero
13 de septiembre de 2018

Tras el secuestro y las torturas a la docente Corina Del Bonis, la comunidad de Moreno marchó. Una multitud defendió la educación pública y rechazó las prácticas represivas que recuerdan a la época más oscura de la historia argentina.

Güemes y Paraguay, en el barrio de Villa Anita, Moreno. Varios metros de paredón a la redonda, casi media manzana. Por momentos se vuelve multicolor el paredón. Es el esfuerzo de los que trabajan en ese lugar por preservarlo. Hay pinturas hechas a mano. Guardapolvos en alza. Rostros, quizás de por ahí. “Docentes luchando también están enseñando”, se lee en los colores del arco iris. Niños, niñas y adolescentes que levantan las manos y sonríen, porque sienten el derecho a participar.

“La escuela pública explotó. ¿Ahora nos ven?”, reclama un cartel en la entrada principal. No hay un alma. Aunque está la memoria de Sandra Calamano y Rubén Rodríguez, el recuerdo de la fuga de gas y aquel fatal 2 de agosto en la Escuela Nº 49 Nicolás Avellaneda. Desde entonces, cerca de 280 escuelas suspendieron las clases en el lejano oeste del Gran Buenos Aires. El candado en la reja del Centro Educativo Complementario Nº 801 Paulo Freire da aviso de que al menos por ahora, las puertas también permanecerán cerradas para los pibes y pibas que diariamente recurren en busca de un plato de comida -muchas veces el único del día-, que dé fuerzas y no resigne las ganas de llevarse algo en qué pensar. Quién dice una enseñanza camino a casa.

“Familias: Entre todos podemos ayudarnos. Aquellos que puedan colaborar con algo para la olla, o que sepan de alguien que desee donar, será bienvenido: fideos guiseros, arroz, puré de tomates, papa, cebolla…”, dice otro cartel en el frente del centro Nº 801; la lista es larga y la necesidad es cada vez mayor. Porque el Estado los deja a la deriva.

Corina De Bonis terminó de confirmarlo el miércoles 12 de septiembre, en carne propia y a flor de piel, cuando a eso de las 5 de la tarde, de regreso al hogar, tras una ardua labor desde temprano en el CEC, fue interceptada por un auto en el que iban tres personas. La habían estado esperando. El ensañamiento fue tal, que lo que le hicieron trajo consigo imágenes de un pasado de terror, donde el secuestro y la tortura eran métodos usuales utilizados para generar temor y oprimir.

La olla representa el abandono del Estado.

A Corina la metieron en el auto, la golpearon y luego le pusieron la cabeza en una bolsa. Por si no fuese suficiente, le escribieron con un punzón el vientre: “ollas no”. El precio por darle de comer a los chicos y chicas del Centro Educativo Complementario, con las migajas que conseguía de parte del proveedor y el Servicio Alimentario Escolar. Y en definitiva, alimentar a todas las familias carenciadas que viven en el barrio de Villa Anita; el cual yace olvidado, a un margen del punto más neurálgico de Moreno. "Son cosas que nos recuerdan a la dictadura", dicen las maestras más jovenes. "El secuestro y la tortura nos hacen revivir lo que pasaba en la dictadura", dicen las maestras que eran jovenes en la época más siniestra del país.

Desde que la desidia mató a Sandra y Rubén, semanas enteras, jornadas de sol a sol y una voluntad de hierro para llevar adelante las ollas populares, junto a compañeras de trabajo y de la vida. Para alimentar a tantas bocas hubo mucho tiempo y dedicación. Por eso Hilda, auxiliar del CEC, no comprende el ataque a Corina. “¿Por qué lo hicieron? Me llega en lo más profundo del corazón. Sigamos luchando por favor”, vocifera con el corazón en la mano, ya roto.

Hilda quisiera estar trabajando. Atender a las madres en la puerta y “hacer sociales”. Servirle la merienda a los pibes, con quienes intenta estar siempre en contacto. “Los nenes de jardín me dicen abuelita. Me encantan y me hacen reír”. Piensa que deben estar sufriendo la falta de clases, muchos aguardarán ansiosos volver a jugar en el patio de la escuela y compartir cosas ricas: “La comida que les hacía mi compañera. No sé cómo se seguirá adelante”. Quienes se hacen cargo ahora son las madres, cuando cuentan con los recursos necesarios para organizar comilonas en las plazas del barrio. Lo que sí confirma Hilda, es que no habrá ollas populares en el CEC hasta que el Estado esclarezca los hechos, y no esté en riesgo la vida.

Lo cierto es que Corina, como varias compañeras del CEC, había confesado su temor a sufrir una represalia. Y con razón. Amenazas por teléfono y en papeles repartidos por el patio del colegio: “Si no la cortan son boleta”. Fue el 29 de agosto - tomaban unos mates- cuando encontraron los autos rayados de punta a punta, y un aviso: “Ahora siguen ustedes”. El desasosiego se volvió insoportable el 5 de septiembre, al encontrar una inscripción de lo más ex plícita: “La próxima olla es en Güemes y Roldán”, haciendo alusión a la dirección del cementerio local.

¿Por qué lo hicieron? Sigamos luchando por favor.

“¡Fuerza!”, se escucha desde atrás. La tristeza en la voz resquebrajada de Hilda, y su mirar herido, emociona. A las miles de personas que peregrinaron y la escucharon atentamente. Y que, por distintos impulsos, marcharon ayer a paso firme desde el acampe que mantiene la resistencia frente al Consejo Escolar hace 40 días hacia el monumento Carlos Fuentealba. Entre la multitud que se levanta, estaba Mabel, la esposa de Rubén. Y es quien tomó la palabra.

 “Son prácticas de violencia y terrorismo de Estado que pensaba que no iban a volver a ocurrir. Debemos ser conscientes, estar atentos. Es lamentable que en democracia estemos viviendo esta situación”, confesó. Y pidió la unidad del pueblo oprimido: “Seamos solidarios. No dejemos pasar por alto esto. Solamente en unidad vamos a lograr que las escuelas estén aptas para que nuestros estudiantes reciban la educación que se merecen, y que los trabajadores, nunca más, pierdan la vida en la escuela”.

Mariana Cattaneo, secretaria general de Suteba Moreno, le habló directamente a la gobernadora de la provincia, María Eugenia Vidal: “La olla representa el abandono del Estado. No nos mandan comida, tampoco las viandas. Saben que no hay clases desde que murieron Sandra y Rubén. Saben que está cortado el gas y no están funcionando los comedores escolares. Se lo dijimos a cada funcionario en las paritarias y en las comisiones técnicas: para una situación extraordinaria, respuestas extraordinarias. ¿Qué nos dieron? Más ajuste para nuestros pibes”.

Es lamentable que en democracia estemos viviendo esta situación.

“Ustedes lastiman con un punzón. Nosotras creamos con tizas”, es una de las consignas que llevaban los guardapolvos blancos. Docentes, estudiantes, familias, escuelas, integrantes de organizaciones sociales; toda una comunidad movilizada en repudio por la agresión a Corina, por el ajuste que asfixia y mata, y la precarización de la educación pública; al ritmo de “no caímos a la escuela pública, orgullosas la elegimos”; y una respuesta contundente ante los ataques: “No les tenemos miedo”.

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