Sobrevivir en el meandro

por Revista Sudestada
06 de abril de 2014

Más de mil familias conviven con las cloacas en la puerta en plena Ciudad de Buenos Aires.

El Riachuelo, ese río de los venenos, asoma apenas se abre la puerta de una casilla. A un costado, las sobras de la burbuja inmobiliaria. Los pibes que juegan con plomo y mercurio en la sangre. El paco que amenaza con devorarse a los jóvenes. La red cloacal que atraviesa las veredas. Los vecinos que parecen condenados a esperar. La ciudad que los mira, indiferente. Un fallo judicial que obliga a su relocalización sigue sin cumplirse desde hace seis años. Esquirlas de un capitalismo que expulsa a millones a los márgenes. La vida en el meandro de Brian, una crónica que persigue el rastro de un Estado desaparecido.

La villa parece moverse e hincharse todo el tiempo. Se infla y se bambolea contra los bordes de Luna e Iguazú. Y aparenta rebasar, salirse de madre, reventar por las vías del Roca o quitarle cauce gangrenado al Riachuelo. Es mediodía de sábado y el sol cae como una reja en los pasillos sombríos y en las calles de tierra donde se vende rimel y carne picada, cerveza y ropa Kosiuko. La 21, la 24 y Tierra Amarilla se apilan en esos márgenes, donde los caseríos se levantan de la noche al día cuando viene de plata fácil o cuesta la espalda y los riñones poner bloque sobre bloque, para esbozar una casita apenas, con techo que ataje el agua y resista el aire del sur.

Las mil 334 familias que conviven con las cloacas en la puerta, los residuos industriales en la piel y los pulmones, las ratas y la basura como único sostén en los pies, ya deberían estar relocalizadas desde enero de 2013. Es decir, viviendo en una casa digna y lejos del sufrimiento ambiental, como lo llamó Javier Auyero. Poco más de un centenar fueron taladas de su ámbito y transplantadas a monobloques a 11 kilómetros al norte. Sus casitas demolidas y ellos depositados en paredes de telgopor, PVC y hormigón, antisísmicas pero que no resisten la sudestada. Por las que deberán pagar religiosamente y sin los privilegios de los okupas VIP, que montan sus megaempresas en terrenos de nadie o se van de la vecindad del río envenenado sólo cuando el Estado las indemniza.

La caminata por la villa está contorneada de olores y sonidos. El guiso, la cebolla fresca, el faso, la basura podrida, el perfume fuerte en el cuello, la fetidez fatal de los ácidos y las cloacas del río, la cumbia santafesina que baja del piso de arriba, los hachazos sobre el metal, las voces altas, los ladridos, el ritmo que se apaga y se ensombrece cerca del Meandro de Brian...

La nota completa en la edición gráfica de Revista Sudestada

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