1984, la madre de todas las distopías

por Saverio Lanza
08 de junio de 2017

Hace 70 años, George Orwell percibió, supo, entendió, delineó y luego pasó al papel un futuro que ya llegó, hace rato. Un visionario inigualable disfrazado de escritor.

“¡Si queda alguna esperanza -escribió Winston-, está en los proles!” 

 

A mediados de 1947, lo percibió. Más tarde le fue dando forma. La sensación se convirtió en comprensión, luego en idea. La contrastó las veces necesarias, y después tuvo la capacidad de plasmarla en un libro imprescindible para comprender a la especie humana en su estado sociopolítico. George Orwell, escritor y periodista. Pero por sobre todas las cosas, un curioso visionario.

Tuvo la osadía de volcar en papel esa inquietante interpretación futurista que tituló "1984". Hace 68 años se publicaba, sin embargo, ya pasaron 7 décadas desde que la febril idea de Orwell comenzase a tomar forma. La crítica a los totalitarismos y a la opresión del poder, en una sociedad inglesa dominada por un sistema de "colectivismo burocrático".

Todos los actos y pensamientos teledirigidos y controlados por el Gran Hermano. En tiempos del GPS, el Whatsapp, la superlocalización, el stalkeo por redes sociales, las persecuciones a través de los posteos, el cibermundo virtual, la desvinculación de la idea de realidad versus irrealidad. Winston Smith, el personaje principal de la novela, decide rebelarse ante un gobierno totalitario que controla cada uno de los movimientos de sus ciudadanos y castiga incluso a aquellos que delinquen con el pensamiento. 

La disidencia, la idea de la rebelión, la frustración, el ahogo social, la lucha diaria por sobrevivir a la cibermasa. Un análisis del poder, de las relaciones, de las dependencias, de lo propio y lo ajeno. De la individualidad perdida, de la invasión de los sentidos. Un velo difícil de escudriñar.

El subgénero de ciencia ficción al que se denomina distopía -y del que 1984 es parte fundamental para su compresión temática y su evolución histórica- nace como contrapartida, durante el siglo XX, a la literatura utópica. La utopía, como género literario moderno en el que se plantea la idea de una sociedad perfecta que “no está en ningún lugar”, tiene cierta preponderancia entre el Renacimiento y fines del siglo XIX, con autores como Tomás Moro, Francis Bacon y, más acá, el mismísimo Julio Verne.

Pero la distopía, en tanto utopía negativa, y no es por mero azar, nace cuando eso a lo que se llama “humanidad” tiene que enfrentarse con sus propios límites. Tal como advierte Walter Benjamin en 1933 la experiencia se ha empobrecido -en principio por la Primera Guerra del ’14, a la que habría que sumar luego la depresión económica del ’29, los distintos fascismos, el Holocausto, la Segunda Guerra, las bombas atómicas, etc.- tanto que se podía constatar que “las gentes volvían mudas del campo de batalla. No enriquecidas sino más pobres en cuanto a experiencia comunicable”. En este sentido, se puede entender que la experiencia, y por tanto la literatura que nace de ella, debió enfrentarse a ese umbral, a ese límite, que enmudecía a los soldados benjaminianos y que surgió de la propia monstruosidad del siglo XX. 

A ese umbral, a ese límite de la experiencia que dejaba como única alternativa la mudez, se enfrentó George Orwell cuando publicó 1984, en 1949, a cuatro años del fin de la Segunda Guerra, al igual que otros escritores lúcidos lo habían hecho antes que él, como es el caso de H. G. Wells y La máquina del tiempo (1985), o Nosotros del ruso Yevgueni Zamiatin (1921), o Un mundo feliz de Aldous Huxley (1932).

Pero con la publicación de 1984 el género distópico da un salto cualitativo en la medida en que se ve más crudamente hasta dónde puede llegar no solo la administración de la vida y los mecanismos de control social y la vigilancia de un estado totalitario, sino el funcionamiento del poder en general, y el grado de alienación al que este somete a todos los que están a su alcance. 

Por eso resulta atractivo recordar aquella frase de que la esperanza “está en los proles”, dicha por el protagonista, Winston Smith, mucho antes de caer en las garras de la Policía del Pensamiento, y de sufrir las consecuencias de los condicionamientos necesarios para que ame al Gran Hermano. Más si se recuerda que quien lo escribió peleó durante 1937 en España contra el franquismo, y se mantuvo siempre crítico tanto del capitalismo como del stalinismo.

Y más aún si se tiene en cuenta el Apéndice de 1984, en el que el autor incluye una larga explicación sobre el funcionamiento de la “nuevalengua”, el idioma oficial de Oceanía, escrita en pasado, y donde el narrador explica el modo en que el idioma fue estrechándose, en tiempos del Gran Hermano, al eliminar palabras como “pensamiento” o “libertad”, y las consecuencias políticas que tal acción tuvo en la conciencia política. Por lo que es posible pensar que, más allá del tono pesimista con el que cierra el libro, la inclusión de este Apéndice, que no todas las traducciones al español lo traen, escrito cuando ya dejó de usarse la “nuevalengua”, muestra que Orwell tenía en claro la importancia política de la ciencia ficción distópica, tanto como herramienta para la toma de conciencia y para desarrollar un pensamiento crítico de la realidad, como también motor de un posible cambio en una sociedad que en su “afán” de administrar la vida, de gestionarla -como dicen los políticos ahora-, termina aniquilándola.

 


 

                                                             El decálogo de Orwell en 1984

 

"Si quieres guardar un secreto, también debes esconderlo de ti mismo."

"Aquel que controla el pasado, controla el futuro. El que controla el presente, controla el pasado ".

"Si quieres una imagen del futuro, imagina un borceguí que patea en una cara humana, para siempre".

"La guerra es paz. Libertad es esclavitud. Ignorancia es fuerza".

"El Gran Hermano te está mirando".

"Doublethink (doble pensamiento) significa el poder de mantener dos creencias contradictorias en la mente de uno, simultáneamente, y aceptar a los dos".

"Hasta que llegaron a ser conscientes de que nunca se rebelarán; y hasta después de que se han rebelado, no podrán llegar a ser conscientes".

"La elección de la humanidad se encuentra entre la libertad y la felicidad, y para la gran masa de la humanidad, la felicidad es mejor".

"El Partido busca el poder por sí mismo. No nos interesa el bien de los demás; sólo nos interesa el poder, el poder puro".

"El poder está desgarrando las mentes humanas en pedazos, y juntándolas en formas nuevas de su propia elección".

"La ortodoxia significa no pensar, no necesitar pensar. La ortodoxia es la inconsciencia".

"Pues, después de todo, ¿cómo sabemos que dos y dos hacen cuatro? ¿O que la fuerza de la gravedad funciona? ¿O que el pasado es inmutable? Si tanto el pasado como el mundo externo existen sólo en la mente, y si la mente misma es controlable, ¿qué?".

"El poder no es un medio; es un fin. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; uno hace la revolución para establecer la dictadura. El objeto de la persecución es la persecución. El objeto de la tortura es la tortura. El objeto del poder es el poder".
 

 

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